Apuntes Globales

Honores a Bush 41, el anti-Trump

Con Bush la diplomacia mexicana aprendió que era de la mayor importancia mantener una relación cercana, y de ser posible personal, entre ambos ejecutivos, dice Rafael Fernández.

"Cuando la historia sea escrita, se dirá que George H.W. Bush fue un gran presidente de los Estados Unidos –un diplomático con destreza incomparable, un comandante en jefe de logros formidables y un caballero que gobernó con honor y dignidad".

George W. Bush.

Todo Estados Unidos le ha rendido altos honores al presidente George H.W. Bush, quien murió el viernes pasado a los 94 años. Es evidente: se extraña su estilo y posiciones afables y conciliadoras.

Bush papá, el presidente número 41, quien gobernó de 1989 a 1993, representa el polo opuesto del Partido Republicano al del actual presidente número 45, Donald J. Trump.

Era un hombre de principios; un político experimentado especialmente en seguridad nacional. Fue jefe de la misión de EU en China (1974-75), director de la CIA (1976-77) y ocho años vicepresidente de Ronald Reagan, representándolo en todos los confines de la tierra. Fue el último presidente que luchó en la Segunda Guerra Mundial, donde estuvo a punto de perder la vida al ser derribado su avión.

Bush gobernó en un periodo de cambios extraordinarios en el mundo –el derrumbamiento del universo de la Unión Soviética—lo que se conoce como el fin de la Guerra Fría. El periodo de 1946 a 1991 de enfrentamiento sordo entre las dos grandes potencias, la capitalista Estados Unidos y la socialista URSS.

Lo distintivo de su diplomacia presidencial fue el compromiso, la búsqueda de la cooperación y una tendencia a desarrollar relaciones personales con sus contrapartes. A menudo tomaba el teléfono para conversar con líderes del mundo, en un intento de entender sus intereses y motivos.

En su momento, se le criticó por cooperar abiertamente con el último líder soviético, Mijail Gorbachov, y suavizar la caída del imperio opositor. Convirtió a Washington en un campeón de la reunificación de Alemania, mandando un equipo de primer nivel encabezado por el incansable y brillante joven abogado, Robert Zoellick.

Representa la última generación de republicanos caballeros, globalistas y prolibre comercio. Su frase preferida de campaña insistía en que Estados Unidos se convirtiera en una nación más "gentil y amable."

Pero una declaración que arrancó el aplauso más fuerte en su discurso de aceptación de la candidatura republicana, en agosto de 1988, "Lean mis labios: no incrementaré los impuestos", le costaría, a la postre, la reelección. En 1991, ante un fuerte vendaval económico, pactó con los demócratas en el Congreso para subir los impuestos. Lo hizo para no comprometer el futuro de las nuevas generaciones. Su base republicana, sin embargo, nunca se lo perdonó.

Durante su presidencia se generó una corriente archiconservadora, antiestablishment y facciosa al interior del Partido Republicano, Su líder, Newt Gingrich, quien traicionó a Bush presidente, pues se deslindó del incremento impositivo, sentó las bases de lo que ahora es el trumpismo –gobernar sin escrúpulos argumentando que es en nombre del pueblo e insistiendo en que el mundo entero le ha visto la cara a Estados Unidos a través de alianzas, como la OTAN, o tratados como el TLCAN.

Bush 41 fue un presidente con convicción y voluntad hacia México. En su primera entrevista con Carlos Salinas de Gortari, en noviembre del 1988, siendo ambos presidentes electos, le ofreció negociar un tratado de libre comercio.

Salinas no estaba listo. Un año más tarde se percataría de su error y volvió a buscar a Bush. Este finalmente hombre de palabra, aceptó negociar con México y el resto es historia: fue el mandatario que acercó a dos vecinos distantes a través del TLCAN.

A diferencia de Barack Obama (2009-2017) o su propio hijo, George W. Bush (2001-2009), Bush 41 contaba con un equipo que le permitió mejorar la relación con México. Sus secretarios tanto de Estado como de Comercio, James Baker y Robert Mosbacher, eran texanos y al igual que su jefe, afines a México.

Con Bush la diplomacia mexicana aprendió que era de la mayor importancia mantener una relación cercana, y de ser posible personal, entre ambos ejecutivos. Lo practicamos con los siguientes tres mandatarios –Clinton, W. Bush y Obama.

Con Trump, aunque AMLO insista en que son amigos, se trata justamente de no acercarse, pues es radioactivo. En consecuencia, se requiere aprovechar la descentralización del proceso de toma de decisiones del vecino país y acudir a los otros centros de poder, el Capitolio, las capitales de los estados, las ciudades más relevantes y, desde luego, los aliados naturales de México, como los empresarios y los mexicoamericanos.

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