Otros Ángulos

La imaginación al poder

Los tres candidatos tienen como común denominador llenarnos de ilusiones que nos llevarían a cambiar; no obstante, los tres carecen de un sustrato decisivo: la imaginación.

Quienes vivimos en París durante mayo y junio de 1968 el acontecimiento que creció al punto que en occidente marcó un parteaguas, quisiéramos volviera a darse en nuestro país en estas fechas. Acortando caminos, se inició en Francia, pasó a Checoslovaquia, auspicio protestas universitarias en EU y también se dio en México.

Fuimos quizás la última, o una de las últimas generaciones que obtenía sus posgrados en Europa; después y a partir de entonces, los graduados en licenciatura obtienen maestrías y doctorados en Estados Unidos. Yale, Harvard, Stanford, Columbia, Princeton, Cornell, Rice, etc.

"La imaginación al poder", "La barricada cierra la calle pero abre otros caminos"; "Abajo la demagogia" y cientos de textos más fueron grafiteados en los muros de la Sorbona, el teatro Odeón, Nanterre (*), école de Beaux Arts, Fac de Médecine, Censier y dieron la vuelta al mundo. Cuando los becarios mexicanos nos reuníamos, no podíamos entender que una sociedad estable, pujante y en permanente progreso asistiera a un espectáculo donde las manifestaciones estudiantiles se sucedían una tras otra y abarcaban las principales ciudades hasta desbordar sus fronteras y llegar a Estados Unidos, América Latina, Asia, y por supuesto la Ciudad de México. Nos reuníamos el músico Fernando Lozano, el compositor Mario Lavista, la geógrafa Tere Macgregor y el entomólogo Raúl del mismo apellido, el abogado Rubén Aguirre y Julieta Kilodrán, los arquitectos Javier Pérez Duarte y Wilfrido Salas, el pintor José Juárez, así como algunos más para intercambiar puntos de vista. Por mi parte logré publicar en Excélsior y en la revista Siempre una entrevista con Salvador Dalí, otra con el recién designado Premio Nobel Miguel Ángel Asturias y dos entrevistas más con cuatro de los líderes estudiantiles: Jean Jacques Sauvageut y Alain Krivine. Me faltaron Daniel Cohn Bendit y Alain Geismar, lo mismo que el ministro del Interior Maurice Grimaud. El aire que se respiraba era el del cambio, igual que ahora en nuestro país… y este se logró en toda el área de la conceptualización del Estado-nación. Ese cambio que se dio no se ha detenido. Ahora con Emmanuel Macron, por supuesto, enfrenta retos constantes.

Los tres aspirantes mexicanos tienen como plataforma propagandística un cambio que, sintetizado en este pequeño espacio, busca dejar atrás la desigualdad, violencia inaudita, injusticia, corrupción e impunidad. Las propuestas nos dicen que AMLO prefiere como forma económica y financiera al "desarrollo estabilizador", que fue instrumentado de 1954 al 72. También su líder pregona que las carreteras se deben hacer a mano y revivir "La Alianza para el Progreso", que fue un pregón yanqui de 1961 al 68. Otorgar amnistía a criminales y fundar la república amorosa. Asegura barrerá con la corrupción.

Ricardo Anaya se lanza a edificar una estructura hacia el futuro y para ello maneja reflejos tecnológicos y un basamento de entrega económica para todos, sin decir cómo obtendrá esa cantidad de recursos. Se ampara en datos en los que va implícito un cambio destinado principalmente al 67 por ciento de la población dominada por los jóvenes. Ha repetido terminará con la corrupción.

José Antonio Meade se ha convertido en el candidato de mayor conocimiento del andamiaje financiero, del intricado laberinto marcado por los vericuetos entre los que tienen mucho y los que padecen necesidades insatisfechas. El cambio que propone abarca adelantos en salud, educación y vivienda, sostenidos en un desarrollo económico en el que haya equilibrio en la distribución de los bienes. Hace énfasis especial en que eliminará los errores del pasado reciente… y también luchará contra la corrupción.

Las opiniones de los coordinadores de campaña, sus representantes y los propios candidatos, nos llevan a constatar que falta el inmenso atractivo que necesitan todos los pueblos: la utopía. Es decir, lo que a todos nos entusiasmaría. Un proyecto de cambio verdadero.

Así, escuetamente, los tres posibles tendrían como común denominador abastecernos de ilusiones que nos llevarían a cambiar; no obstante, los tres carecen de un sustrato decisivo: la imaginación, aquello que desde hace medio siglo los jóvenes franceses anhelaban y exigían, y que pareciera que entre nosotros sólo se da por goteo.

(*) Les murs ont la parole; mai 68/ Tchou, editeur

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