Estrictamente Personal

La mecha corta de Andrés

Los argumentos de López Obrador sobre el nuevo aeropuerto no son endebles, sino tramposos; su posición no es técnica ni ve el desarrollo de México a largo plazo.

Dos viejos conocidos, aliados tácticos en diferentes momentos, chocaron agriamente por el tema de la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, que se ha convertido en la metáfora de la campaña presidencial. Andrés Manuel López Obrador, que ha ejemplificado en esa obra el despilfarro del gobierno, su corrupción y tráfico de influencias, se enfrentó con el magnate Carlos Slim, quien en una conferencia de prensa el lunes dijo que detenerla sería cancelar el desarrollo nacional. López Obrador, de manera insólita por tratarse de un personaje que en otros momentos lo apoyó, perdió las formas. Le espetó en la cara que era marioneta del presidente Enrique Peña Nieto y del expresidente Carlos Salinas, que sólo defendía sus intereses en la obra –previamente ha dicho que la corrupción es la matriz de esa joya de la ingeniería civil–. Las reacciones en la opinión pública fueron negativas para López Obrador y mixtas en el territorio que domina, el de las redes sociales.

La reacción de López Obrador contra Slim lo pintó de cuerpo entero. Intolerante a un punto de vista diferente, brutal contra quien no piense como él. Los contactos directos entre el magnate y el candidato han sido inexistentes desde hace varias semanas, reconoció Slim en privado, quien habla de lo difícil que es cada vez más el trato con López Obrador, porque quien no esté de acuerdo con él se convierte automáticamente en su enemigo. La paranoia de López Obrador se combina con la soberbia. Con más de 10 puntos de ventaja sobre su más cercano rival en la elección presidencial, piensa que la elección es un trámite porque la tiene en la bolsa, por lo que deben trabajar sus incondicionales para alcanzar la mayoría calificada en el Congreso y el Senado, a fin de que a través de los instrumentos democráticos modifique el rumbo del país y lo ajuste a su proyecto de nación.

Los argumentos de López Obrador sobre el nuevo aeropuerto no son endebles, sino tramposos. El 20 de febrero pasado se presentó sin previo aviso en la puerta de la obra en Texcoco, acompañado de Higinio Martínez y Delfina Gómez, los operadores de Morena en ese municipio, y de José María Riobóo, uno de los constructores más beneficiados cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México y siempre a su lado cuando de proyectos de infraestructura se trata. Lo recibió el ingeniero Raúl González Apaolaza, director corporativo de la construcción. López Obrador dijo que era una obra "faraónica", a lo que González Apaolaza le respondió que su información era incorrecta. Le explicó la obra y lo llevó a recorrerla. Al finalizar, López Obrador le pidió a Riobóo que confirmara la información y se fue. Nunca cambió su opinión.

La obra no se hizo en Texcoco por una improvisación. Desde 1995, cuando se comenzó a planear seriamente un nuevo aeropuerto internacional en la Ciudad de México, se realizaron numerosos estudios. El primero lo hizo ese año la consultora McKinsey. En 1999, la administración de los aeropuertos de París analizó la conveniencia de construirlo en Tizayuca. Ese mismo año, la Comisión Nacional del Agua evaluó el impacto hidrológico en el exvaso de Texcoco. En 2000, Felipe Ochoa y Asociados estudiaron ocho opciones para la ampliación del actual aeropuerto, y en octubre Mitre Corporation presentó los resultados finales de estudios que comenzó en 1997 para ubicar un nuevo aeropuerto. Ese mismo año la consultora COPLA analizó Texcoco y Tizayuca. En 2001 la empresa canadiense Bombardier hizo el estudio de conectividad en Tizayuca, y ese mismo año la Asociación de Controladores de Tránsito Aéreo analizó la capacidad técnica de las opciones. Igualmente, el Colegio de Pilotos de México revisó las opciones de Texcoco y Tizayuca. En total se realizaron 31 estudios –sin contar con el conjunto de análisis para el nuevo aeropuerto– y en ninguno se mencionó a Santa Lucía. Texcoco siempre figuró como la mejor opción.

Argumentos como la solidez del terreno de la nueva obra son baladíes. No sólo es más sólido donde se encuentra la obra frente al actual aeropuerto, sino que hoy en día existen aeropuertos construidos sobre el mar. Alegatos de corrupción en las licitaciones han sido enfrentadas por el responsable máximo de la obra, Federico Patiño, con una respuesta simple: todas las licitaciones y los procesos de adjudicación están en línea y fueron acompañados por contralores. Hasta este día, ninguna de las cientos de empresas involucradas en la obra se ha quejado de alguna irregularidad. Es decir, la impugnación a partir de esas dos variables choca con la documentación de la obra misma y los antecedentes.

La posición de López Obrador no es técnica ni tampoco ve el desarrollo de México a largo plazo. No cabe en su lógica la planeación estratégica porque es inmediatista y, como en todo lo que él plantea, con un enfoque político. Pero en el caso del nuevo aeropuerto hay una variable poco explorada, totalmente subjetiva: la personalidad de López Obrador. Personas que lo conocen de tiempo atrás y estudiado su pensamiento, sugieren que su ego es más poderoso que su inteligencia. El ego es lo que acorta su mecha y responde a quien discrepa de él. ¿Es esto lo que produjo su choque con Slim? De todas las explicaciones, la valorativa es la más probable. López Obrador piensa de sí mismo que él está antes que nadie. Incluso del país que quiere gobernar.

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