Rolando Cordera Campos

La deliberación que falta

El columnista opina que sin crecimiento capaz de atender a la evolución poblacional, dominada por los jóvenes, no habrá empleo digno.

El que los tres candidatos a la presidencia de la República hayan contestado las preguntas que un grupo de ciudadanos les hicieran es alentador en sí mismo. Como también lo es la difusión y el espacio que El Universal, Pulso, El Informador, Milenio y MVS han dado a las respuestas. Toca ahora a los ciudadanos interesados en serlo, es decir, miembros activos y comprometidos con la vida pública, llevar a cabo un escrutinio detallado de lo respondido que, seguramente, variará en calidad y sentido.

Lo importante del cuestionario colectivo es el haber practicado un ejercicio poco usual en nuestro medio político. Preguntar al gobernante o aspirante a serlo, no es una práctica que caracterice nuestra vida republicana, como tampoco lo es que los gobernantes muestren algún interés en responder sistemáticamente a las preguntas que real o virtualmente se hacen los mexicanos.

Tal vez sea esta doble ausencia la que explique, en parte, la precariedad de nuestra democracia como forma de gobierno y no sólo como manera de elegir gobernantes. Tener dispositivos para formular preguntas, sugerencias y críticas debería formar parte de nuestras artes y costumbres políticas, pero en este caso el pasado autoritario y providencial se ha impuesto más allá de lo imaginable. Y, desde luego, más allá de lo aceptable, si es que el criterio que usamos es el de la seriedad y rigurosidad deliberativa.

La evaluación que podemos hacer de lo ocurrido hasta ahora en esta gigante campaña electoral es desalentadora. No ha habido debate ni en los debates; en tanto el encuentro entre los representantes políticos se desgrana en dimes y diretes que los conductores emulan.

No hay a la vista estrategias posibles para convencer a este personal de lo lucrativo que, para sus propios fines políticos, podría significar encauzar momentos de intercambio discursivo en torno a problemas y proyectos que si se les observa con cuidado y sin prejuicios, interesan a la mayoría ciudadana si se les ofrece debidamente aderezado el plato.

En materia económica, los duelistas debían responder a una pregunta elemental, parecida aunque no igual, a la que formulara el estimado colega Javier Beristain al inicio del siglo: ¿por qué no crecemos? Eso se cuestionaba Javier y con insistencia nos preguntaba dando lugar a memorables sesiones. En algún momento de esas reflexiones a muchas voces y que durará un buen número de años José Casar y Jaime Ros, atentos a la configuración de la política económica de entonces, aventuraron una provocadora respuesta: Y ¿por qué habríamos de crecer?

Hoy, si bien acotada, la pregunta de Javier tiene plena validez: ¿por qué no crece la economía lo suficiente para ser capaz de atender, como lo requieren, tanto la demografía como la cuestión social?

Hay que seguir insistiendo: sin crecimiento capaz de atender a la evolución poblacional dominada por los jóvenes, no habrá empleo digno. Seguirá siendo precario y mal pagado. Ésta es, sin taxativas, la encrucijada que nuestra sociedad arrastra ya por más de tres décadas.

A la vez, sin crecimiento económico alto no hay excedentes susceptibles de convertirse en recursos públicos que puedan destinarse a un mayor gasto público, tanto en inversión como en desarrollo social. Y así, nuestra vida colectiva seguirá encadenada tanto a la pérdida de expectativas en y entre las camadas juveniles, como a persistentes embates contra la cohesión social o, de plano, a una cadena de pujas distributivas siempre en el lindero de la criminalidad y la anomia.

Es a este tipo de encrucijadas que deberíamos encaminar nuestro interés y preocupación; la ciencia y la tecnología, la salud y otros rubros fundamentales de nuestra existencia tienen que articularse por esos dilemas que, en realidad, no son tales sino verdades de plomo que una deliberación racional y razonable diluiría sin contemplación.

Junto con el enorme desafío del desarrollo sustentable, son la falta de crecimiento y empleo presentable, lo que hunde a un México falto de confianza pero deseoso de encontrar y poder asumir visiones comprometidas y ambiciosas.

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