Rolando Cordera Campos

La globalidad y sus laberintos

Las políticas implementadas por el presidente estadounidense obligan a analizar el lugar que quiere ocupar México en el mundo, un mundo que surge de los descontentos de la globalización y de la crisis de 2008

Las miserias del presidente Trump obligan a repensar con cuidado, pero sin pausa el lugar que queremos que México ocupe en el mundo. Un mundo nuevo pero no necesariamente bueno que surge de los descontentos múltiples con la operación de la globalización y que la crisis mundial del 2008 potenciara a niveles insospechados.

Hace algunos ayeres, allá por 2010, la secretaria ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, sugirió la idea de que no sólo vivíamos una época de cambios sino todo un cambio de época y que era esa circunstancia la que nos llevaba a plantear que para nosotros, habitantes del "Extremo Occidente", ésta debía ser la "hora de la igualdad". Para ir más allá de la crisis y trazar un nuevo curso de desarrollo.

El centralismo social y el predominio político de la desigualdad en el mundo post Gran Recesión se hace sentir a diario y no sólo en publicaciones especializadas o de la izquierda que queda. Se ha vuelto preocupación cotidiana de los dirigentes de las instituciones financieras internacionales como el FMI o el BM, y circula por los pasillos del edificio que aloja a la ONU en Nueva York.

Formó parte del discurso electoral en los Estados Unidos y, no sin paradojas mayores, puede decirse que fue en una expresión de la desigualdad, la propiciada por la globalización acelerada de la industria, la que sirvió a Trump de punto de lanza para derrotar a las elites globalizantes encarnadas entonces por Hillary Clinton.

Los "brexiteros" en Inglaterra o los declarados nacionalistas en Centro Europa e Italia, así como en Francia con la transformista señora Le Pen, parecerían dispuestos a formar filas en la internacional nacionalista que promueve el inefable Mr. Bannon, sin ocultar demasiado sus simpatías con el horrendo discurso nacional fascista heredado de Mussolini y Hitler. Los fantasmas de ayer se tornan ominosas realidades de hoy.

Y todo esto, reconozcámoslo, emana del registro o la vivencia de la desigualdad como un producto humano y de un sistema alejado de los sentimientos solidarios y grupales que le daban a la vida comunitaria algún sentido histórico y nacional.

No estamos ante invenciones o mitos geniales, sino ante realidades sociológicas que por mucho tiempo creímos superadas por la modernidad capitalista que había derrotado no sólo a los nazis sino al viejo comunismo alojado en la patria de los soviets. Y lo había hecho desde las plataformas del capitalismo democrático que todavía tenía sus pilares y basamentos morales en los Estados de bienestar construidos al calor del enfrentamiento polar y la lucha frontal contra el comunismo soviético.

Ahora, todo eso se acabó o vive bajo sitio de las ideologías dominantes y los grandes intereses creados. Y es en este mapa endiablado que México y los mexicanos tenemos que encontrar nuestro lugar y la 'hoja de ruta a seguir para salir del laberinto.

Si algo nos enseñan Trump y sus baladronadas es que con él todo es y será provisional y azaroso y que insistir en cultivarlo no puede sino llevar al Estado mexicano a un desgaste mayor, si es posible, del afecto colectivo. Tampoco parece a la mano la tentación latinoamericana, en realidad una ilusión cuando la queremos traducir a términos y valores económicos.

Un reencuentro con la lengua común, entendida como baluarte histórico de pueblos y aspiraciones nacionales y de Estado, como lo imaginaban Carlos Fuentes y sus compañeros, bien nos ayudaría, pero el majadero realismo de las finanzas y el comercio echan a perder el viaje.

A Trump le conviene seguir insistiendo en que México ha abusado comercialmente de su país, y aumentar sus diatribas mercantilistas y su agresividad contra su otrora socio principal, Canadá, con quien deberíamos formar filas en serio. Pero no es ahí donde el hoyo financiero y comercial puede encontrar consuelo.

Cada globalidad tiene su laberinto. Y ahí vamos.

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