Rolando Cordera Campos

La macroeconomía y sus cambios (de manos y de usos)

Rolando Cordera detalla los desafíos que debe marcar la pauta de lo que tiene que seguir después de la elección del día primero.

Debate público sobre la economía en sus dimensiones macro y micro no hubo en la campaña. Salvo que las generalidades a que se dieron los contendientes sean aceptadas como tesis sobre la economía y sus varios renglones.

Es cierto que en determinados programas radiofónicos y televisivos algunos de los asesores y colaboradores cercanos de los candidatos presidenciales pudieron confrontar diagnósticos e hipótesis sobre el (mal) comportamiento del mastodonte económico, y hasta hipótesis sobre su futuro desempeño de ponerse en acto una u otra política económica. Y que, en general, dicha argumentación fue de calidad.

Sin embargo, lo que imperó en casi todos estos convivios fue una suerte de consenso elusivo, como Enrique Provencio y yo lo hemos llamado, que tiene su eje en la aceptación resignada de la penuria fiscal del Estado y la 'necesidad' de descansar en ahorros y debilitamiento de la corrupción para tener los fondos necesarios para sufragar los gastos indispensables para que la máquina económica y la del Estado sigan su cansina marcha.

Como nos lo propusiera José Woldenberg en un reciente programa para TV UNAM, la sociedad encara dos parejas de grandes desafíos que debían marcar la pauta de lo que tiene que seguir después de la elección del día primero. Por un lado, la adiada corrupción-violencia que se ha apoderado no sólo del imaginario colectivo sino de las pesadillas cotidianas de miles de comunidades y millones de almas mexicanas. Por otro, la combinación de lento crecimiento económico con una pobreza de masas imperturbable y una desigualdad que descompone toda idea de cohesión social. Ni qué hablar de lazos solidarios entre los mexicanos.

Cómo salir de la trampa ignominiosa del abuso de poder por el poder mismo y, a la vez, abrir cauces a un desempeño económico mayor que el registrado en las últimas tres décadas, no es camino fácil ni basta con la voluntad de los que manden. Tampoco es cosa de acuñar una 'nueva narrativa' aunque vaya que nos haría bien algo de ese estilo.

Tampoco se puede asegurar que un giro en la orientación de la política social en favor de la igualdad y la equidad vaya a lograr la consistencia necesaria para que sea eficaz; es decir, para que se abatan de manera sostenida los índices de desigualdad que hoy nos agobian.

La macroeconomía por sí sola, así siga los cánones de la más consistente ortodoxia, no puede garantizar ni un crecimiento mejor ni las capacidades necesarias para crecer y al mismo tiempo redistribuir, como hoy recomiendan ni más ni menos que el FMI y el Banco Mundial.

Algo más se necesita para que la mano no tan invisible del mercado abierto al mundo y a la competencia arroje resultados socialmente satisfactorios. Para empezar, es indispensable una reforma en la economía y la política económica. Sin estos virajes, la mejor organización de las empresas y el mejor comportamiento de los mercados financiero y laboral que podamos imaginar, serán insuficientes para gestar el dinamismo económico y la cooperación social que el país necesita para aspirar a un desarrollo digno de tal nombre.

De esto y más nos hablan e ilustran los economistas convocados por Jaime Ros para hacer posible el número tres de la Revista de Economía Mexicana, Anuario UNAM, que el propio Jaime anima y dirige y la Facultad de Economía hace posible. Una oferta rica en análisis y propuestas sobre el estado de la economía, la política monetaria y cambiaria, el pacto fiscal y el cambio estructural, la complejidad económica y la política industrial, la migración de profesionistas a Estados Unidos y las implicaciones económicas del TLCAN.

Aquí hablamos de economía para adultos. Bien harían los aspirantes al mando y sus nuevos jóvenes turcos, en estudiarla y digerirla si lo que se busca es que los paradigmas se renueven y la política recupere su dignidad, despojada por la barbarie del dogmatismo neoliberal. Como solía decirse, seguiré informando.

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