Rolando Cordera Campos

Las verdades y certezas presidenciales

El problema inmediato para México no es el de la crisis, sino el de un desempeño económico que a lo largo de más de treinta años ha sido socialmente insatisfactorio.

En estricto sentido tiene razón el presidente Peña: aquí no hay crisis económica. La Real Academia lo avala y protege y lo mejor de la academia lo suscribiría, si tal asamblea fuese posible. Crecer al 2.0 por ciento no es deleznable, sobre todo si se compara con otras economías del mundo y de la región. Por lo pronto, todo parece indicar que la economía crecerá y que, en consecuencia, también lo harán los niveles de vida.

El problema inmediato no es el de la crisis sino, hay que repetirlo, el de un desempeño económico que a lo largo de más de treinta años ha sido socialmente insatisfactorio. En promedio, el PIB ha crecido en torno al 2.0 por ciento anual, lo que arroja un aumento por persona menor a 1.0 por ciento.

En efecto, el empleo ha crecido y las tasas de desempleo abierto son ínfimas, pero la misma encuesta de ocupación y empleo del Inegi consigna que los empleos que se crean año con año, sobre todo después de las recesiones de 2008 y siguientes, están mal pagados, por debajo de los cuatro salarios mínimos.

Esta conjunción de bajo crecimiento a largo plazo y mal empleo ha desembocado, afirma Coneval, en un panorama social resumido en unos índices de vulnerabilidad muy elevados. Para decirlo pronto: no más de 25 por ciento de los mexicanos es no pobre ni vulnerable; es decir, tiene ingresos por encima de toda canasta básica y acceso garantizado a la atención en la salud, la seguridad social y la educación, así como un techo y agua corriente a la mano, etcétera.

La cuestión dejó de ser, hace ya un buen rato, de sumas y restas en las tasas de crecimiento de la economía que equiparamos a las del PIB. Se trata, por una parte, de una evolución que no se compadece con los enormes cambios de nuestra demografía y, por otra, de una expresión social de la economía condensada en la persistencia de una muy alta concentración del ingreso y la riqueza. Concentración impasible que prácticamente no se mueve después de impuestos, gastos y transferencias.

Vivimos a diario una presencia abrumadora de la pobreza de ingresos y bienes públicos que no se aloja más en las montañas o las selvas del sur, sino que se ha urbanizado y se mueve a lo largo y ancho de la geografía nacional. En los valles ahora poblados de fábricas del Bajío o en los alrededores de Ciudad Audi; no hay escape y no se puede tapar con el dedo burlón que apunta a los masoquistas. Se trata de un sol abrasador.

Los asesores del presidente, junto con sus colaboradores en el campo de la economía y las finanzas, tienen todos intereses creados en la evaluación del desempeño económico y sus traducciones a la vida cotidiana, personal y colectiva de los mexicanos; son y no pueden evadirlo, responsables por acción u omisión de lo que ha pasado.

Algunos de ellos, sin duda, sostienen fuertemente sus convicciones en una u otra doctrina económica o política o, sin darse cuenta, resultan ciervos de algún obscuro pensador del pasado, como dijera Keynes. Se entiende así que sus defensas de la política económica aplicada en México por más de tres décadas suela ser airada y hasta belicosa. Debemos suponer que en ello pusieron y arriesgaron lo mejor de sus voluntades y talentos.

Lo que ya no es fácil de entender es la obstinación en presentar un cuadro luminoso sobre un lienzo oscurecido que, además, está a la vista de todos y no admite recovecos ni retóricas torcidas. Se trata de una realidad dura y pura que se ha vuelto hostil para los más.

Lo que le urge a la ciudadanía son informes claros y precisos sobre la situación de la economía y el malestar social que tal estado contribuye a agravar con los días y que las amenazas de Trump han vuelto pesadilla cotidiana para los millones de trabajadores que han logrado inscribirse en las franjas productivas vinculadas con el comercio exterior.

No podremos tener una deliberación sensata sobre nuestra economía política mientras los responsables se escondan tras las faldas presidenciales y lleven al mandatario a tratar de edulcorar una realidad ácida, más bien amarga. Ojalá y lo que queda del Congreso de la Unión se arriesgue a hacer las cuentas de la economía y las finanzas como corresponde, para dejar así un legado responsable a quienes lo sucederán a partir de septiembre. El maquillaje en estas materias dejó de ser útil, si es que alguna vez lo fue. Hoy sólo irrita y lleva al encono y el cinismo, una explosiva combinación.

Esperemos que en Mérida, los aspirantes den alguna señal de que no comparten este iluso optimismo de la cúpula. Luego vendrán las promesas pero, por lo pronto, hay que hacer que los emperadores del dogma financista caminen desnudos.

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