La semana pasada, el presidente de la República incriminó en tres mañaneras al exprocurador Jesús Murillo Karam. En esas alocuciones, Andrés Manuel López Obrador vulneró la presunción de inocencia del hasta hoy principal exfuncionario acusado en Ayotzinapa. Actos presidenciales que podrían constituir eso que hace años, en el caso Florence Cassez, conocimos como efecto corruptor.
El lunes 22 de agosto AMLO dijo que “en el caso del procurador Murillo Karam, su detención, independientemente de declaraciones de los implicados, él mismo se inculpa, de acuerdo con el informe y a la investigación de la Fiscalía, él sostiene… a ver si pones… esto es lo que dice el fiscal cuando le estamos informando a los padres (enseguida se proyectan en Palacio Nacional las palabras de Alejandro Gertz Manero, quien acusa a su antecesor de cometer, entre otras cosas, “un número incalculable de abusos, torturas y presiones para obtener las confesiones de dichos policías [locales], adjudicándoles todas las responsabilidades que sus superiores estaban buscando eludir, para después inventar la supuesta verdad histórica”). Tras esa proyección, el Presidente agrega: “¿Está claro o no?”.
(…)”Sí, van a defender a Murillo Karam y van a defender al régimen, pues quienes forman parte de ese régimen corrupto, porque la verdad, siempre lo digo, no es un asunto de personas, es una especie de asociación delictuosa”.
El 24 de agosto Andrés Manuel siguió: “Que Murillo Karam diga quién le dio la orden. Es un proceso judicial, todos los acusados tienen derecho a la defensa. Y quienes están sosteniendo la acusación, que son ministerios públicos, tienen que probar y los jueces tienen que decidir”.
“(…) Esto del señor Murillo, ¿cómo se defiende, si se inventa una situación, un hecho lamentable, si se instrumenta todo un montaje? O lo del señor (Tomás) Zerón, ¿cómo?, es indefendible”.
“(…) Y yo soy partidario del perdón, pero para que haya perdón, que no me corresponde a mí en este caso, pues tiene que haber arrepentimiento: ‘cometí este error y me arrepiento’”.
Finalmente, el 25 de agosto el tabasqueño usó al hidalguense como símbolo de lo contrario de honestidad.
-¿Qué seguridad tiene usted de la inocencia de (la presidenta argentina) Cristina Fernández?, le preguntaron en la mañanera.
-Pues la seguridad de que me lo pide el presidente Alberto. Además de ser una gente recta, honesta, es abogado y buen abogado, entonces no me va a pedir algo que no esté él seguro de que se trata de una injusticia. Lo de Murillo Karam, pues es totalmente otra cosa, es opuesto. Él era procurador, suceden estos hechos lamentables y él inventa lo sucedido, y algo muy grave, porque estamos hablando de la desaparición, el asesinato de 43 jóvenes. Eso también es una lección, eso ayuda mucho a la no repetición, a terminar con la impunidad.
La semana pasada, también, se estrenó una serie de Netflix a partir del libro Una novela criminal, en el que Jorge Volpi hace una autopsia periodística del ya mencionado caso Cassez.
Culpable o inocente, la ciudadana francesa fue liberada porque el ya desde entonces ministro de la Suprema Corte Arturo Zaldívar esgrimió la tesis jurídica de que la exhibición televisiva del famoso arresto de Cassez y su pareja Israel Vallarta provocó un “efecto corruptor” que impedía un juicio justo.
¿Puede Murillo tener un juicio justo luego de tres mañaneras presidenciales, donde con toda su fuerza mediática AMLO lo asocia con términos como “corrupto”, “asociación delictuosa”, “indefendible”, “que se arrepienta”?
El Poder Judicial hoy es presidido, vueltas que da la vida, por el autor de la tesis del efecto corruptor.