Cierta manía por adelantar vísperas ha generado un clima mediático tal que cualquiera diría que las elecciones son mañana o que, faltando casi cinco meses, el resultado en los comicios presidenciales es inevitable. Nada menos cierto.
Las campañas cuentan. Esa debería ser la lección aprendida por todos (sociedad, opinadores, políticos) luego de lo ocurrido en 2006, cuando Felipe Calderón y su equipo supieron sobreponerse a un pésimo inicio electoral para terminar por arrebatar la presidencia al entonces puntero Andrés Manuel López Obrador.
Y las campañas son una corriente alimentada por diversos afluentes: capacidad para entender y comunicar el mensaje que quiere escuchar el electorado; oportunas reacciones en el cuarto de guerra ante imprevistos; desempeño de los candidatos en los debates; éxito para aprovechar/contrarrestar el chantaje del partido en el gobierno contra medios y otros poderes fácticos, y –aunque parecido es cosa aparte– capacidad para doblegar la sumisión de otros poderes –entre ellos la prensa– a la agenda oficial.
Agregaría uno más, uno que el entonces candidato Emmanuel Macron dejó claro a su equipo en la campaña por la presidencia de Francia en 2017.
Según se aprecia en el documental sobre esos comicios (El ascenso al poder. Netflix), rumbo a la recta final de la primera vuelta electoral, Macron advierte a sus colaboradores que no pueden permitirse el confiarse, pues los franceses nunca votarían por alguien que no demuestre un ferviente deseo de triunfo:
"El ganador será el que más lo desee. Así que óiganme: tenemos que ser muy enérgicos (…) quienes más lo deseen, ganarán. El último día iré a tres mítines. Nadie recordará nada de lo que diga, pero verán a un hombre con ganas. Todo mundo debe estar de acuerdo. No deben ser arrogantes si hablan con un periodista. Esto aún no se termina, podrían liquidarnos en 15 días (…). Conozco a los franceses, estarán buscando eso. Al final, quieren saber quién lo desea más. Hay un gran premio para quien más lo desee, y seremos nosotros".
López Obrador es hasta hoy el líder en las encuestas. Su política de puertas abiertas a políticos y personajes de la más variada procedencia (y prestigio) ha sido aplaudida por unos y criticada por otros.
De entre las críticas recibidas, a López Obrador parece haberle dolido particularmente la publicada ayer por Jesús Silva Herzog-Márquez en Reforma, titulada AMLO 3.0, y donde concluye: "Si en el escenario nacional destaca un político pragmático, si resalta un político sin nervio ideológico ni criterio ético para entablar alianzas, ese es el candidato de Morena. Su política no es nueva. La conocemos en México como priismo".
Ante el artículo, AMLO pudo mostrar a los electores que desea ganar. Pudo haber publicado un artículo donde atendiera/rebatiera los argumentos del analista. En vez de ello optó por la arrogancia de los 280 caracteres: a una crítica razonada en dos cuartillas respondió en Twitter con 45 palabras que se resumen en el sobadísimo petate del muerto de "la mafia del poder".
A López Obrador le ganaron (otra vez) las ganas de no ganar. AMLO haciendo un AMLO: incapacidad pura para demostrar que está hecho de otra cosa que no sea su persistencia; incapacidad para mostrar que aprendió de los errores de dos campañas, para entender el crucial papel de los no afectos en una democracia y del debate mismo.
A 20 semanas de las elecciones, las encuestas dirán una cosa, pero falta ver qué candidato presidencial se muestra más efectivo al comunicar un deseo de triunfo, un deseo de ganar electores y debates. Exactamente lo contrario a lo que ayer hizo AMLO.