El día de ayer, al filo de la una de la tarde, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano llegaba a su domicilio de Polanco, frente al reloj del parque de esa colonia capitalina.
Se le veía de buen ánimo a Cárdenas Solórzano, el primer candidato moderno que sacudió al PRI y a México. Caminaba ligero rodeado de familiares el protagonista del quiebre del sistema en 1988, y sin cuya proeza de entonces no se entiende la de ayer, la de Andrés Manuel López Obrador.
La estampa de Cárdenas Solórzano en el soleado mediodía de este otro domingo histórico para los movimientos progresistas me hizo recordar una vieja disputa entre CCS y AMLO, una que viene reseñada en un libro que conviene revisar hoy, revisar si creemos en aquello de que las derrotas enseñan más que las victorias.
La victoria que no fue, de los periodistas Óscar Camacho y Alejandro Almazán, fue escrito en septiembre de 2006, todavía en el cenit del conflicto poselectoral por el apretadísimo, y cuestionadísimo, margen por el cual el PAN arrebató a López Obrador el triunfo aquel año.
En ese libro se revisa el descalabro del Peje en 2006 sin caer en el maniqueísmo que llevó al país a la polarización entre aquellos que, por un lado, sólo entienden el resultado de esa elección como producto de un fraude desde el poder político y empresarial, y los que por el otro sólo consideran al político tabasqueño como un mal perdedor.
Revisar hoy aquella campaña permite ver que López Obrador ha cambiado mucho —se sienta a negociar con quien antes desairó (Elba Esther Gordillo), por ejemplo— y no ha cambiado gran cosa, sobre todo en lo que respecta a algunos impulsos en su manera de relacionarse con prensa y críticos, en la manera de armar en torno suyo grupos que le cuestionan poco… o nada.
Y a eso venía Cárdenas Solórzano, a una carta que publicó en septiembre de 2006, luego de que Elena Poniatowska dijera que por envidia el ingeniero regateó su apoyo a López Obrador.
La ocasión, recuerdan Camacho y Almazán, fue aprovechada por el otrora llamado líder moral del PRD para fijar su preocupación con formas y estilo de López Obrador.
"Me preocupa profundamente la intolerancia y satanización, la actitud dogmática que priva en el entorno de Andrés Manuel para quienes no aceptamos incondicionalmente sus propuestas y cuestionamos sus puntos de vista y sus decisiones, pues con ello se contradicen principios fundamentales de la democracia, como son el respeto a las opiniones de los demás y la disposición al diálogo.
"Me preocupa, asimismo, que esas actitudes se estén dando dentro del PRD y en sus cuadros dirigentes, pues se inhibe el análisis y la discusión de ideas, propuestas y alternativas entre compañeros, más allá de que esa cerrazón se extiende también a lo que pueda llegar de fuera del partido". (La victoria que no fue, págs. 127 y 128).
Quitemos la palabra PRD y pongamos Morena y la carta de Cárdenas Solórzano tiene actualidad plena. O actualidad plena si atendemos a lo visto 12 años después, en la campaña que ayer concluyó con una copiosa votación. Así ha operado durante más de una década. Eso es innegable.
Como también es obligado en este momento dar a López Obrador el beneficio de la duda. Abrir, sin regateo, la expectativa para ver cómo la victoria le transforma en las próximas horas, días y semanas.
Es claro que López Obrador puede cambiar. Es tan evidente como su triunfo de ayer, que no se entiende sin la maduración de las lecciones de sus fracasos en 2006 y 2012.
Sin embargo, este cambio tendrá que ocurrir a un ritmo vertiginoso y más cuando sobre sus hombros recae la esperanza de la mayoría del país.
Debe dejar atrás los reflejos que le ayudaron a sobrevivir, durante 14 años al menos, desde aquellos video-ataques del Foxismo en 2004, los embates de los fanáticos del statu quo.
Debe desmontar la coraza que se construyó desde hace tres décadas, desde que en Tabasco emprendiera los éxodos por la democracia para desafiar a Salinas.
Esa historia, esa ruta estratégica de AMLO ayer quedó coronada. Para la siguiente época no sirve. O su utilidad sería resentida por muchos, no sumaría, generaría división.
Ahora toca, en palabras de Cárdenas, olvidarse de la satanización y la intolerancia, toca estimular el debate y la discusión de ideas.
Para ello AMLO, que pretende que su lucha sea épica, deberá reconstruir la historia. Reconstruir la historia, sí, pero primero que nada la suya. Cambiar. Mucho y pronto. Porque en esta ocasión, a diferencia de sus batallas electorales, no tendrá la oportunidad de intentarlo tres veces.
(Esta columna se entregó a la mesa de redacción antes de que López Obrador apareciera públicamente tras la elección de ayer).