Todos pudimos haber hecho más por Javier, Marco y Daniel, los estudiantes de cine desaparecidos el 19 de marzo que, según ha mal informado el gobierno de Jalisco, fueron asesinados por narcotraficantes.
Todos pudimos haber hecho más por Javier, Marco y Daniel, sobre todo más que solo quejarnos y plañir en las redes sociales.
Incluso pudimos haber hecho más por ellos sólo en las redes sociales.
Esto no es un juicio. Ni un llamado a la inútil catarsis del remordimiento bobo. Eso a Javier, Marco y Daniel de nada les sirve. A sus familias y amigos, tampoco.
Porque cada uno de nosotros sabe, íntimamente, que pudo haber hecho más ante la desaparición de esos tres jóvenes.
Es química esa certeza: amargor que no se deja tragar desde que circuló el lunes la noticia del asesinato. Es física también: llanto por quien no conocimos, por quien nunca escuchamos o abrazamos; estremecimientos ante tan injusto, maldito modo y tiempo de morir.
Todos pudimos haber hecho algo más. Por ejemplo, haberle insistido a ese amigo con una cuenta poderosa en Twitter para que se armara una gran protesta. Para provocar más ruido. Para que no fuera una cosa local, de Jalisco. Para que no fuera una tragedia ajena. Intentar influir en un final no trágico. Como con el otro Marco, ese que en enero provocó en la Ciudad de México una avalancha digital, ese por quien muchísimos sonaron y sonaron cacerolas virtuales hasta que los manceritas se movieron, hasta que casi como un milagro apareció Marco. Maltrecho, pero apareció. ¿Por qué no te movilizaste igual por ellos, Ciudad de México?
Yo pude haber ido a protestar a algún lado. Y no fui. Pensé en viajar a Guadalajara para narrar las marchas por ellos. Y no lo hice. Pude seguir escribiendo sobre eso, y no ocurrió. Pude, ante la realidad de otros tres jóvenes desaparecidos en México, no seguir como si nada. Y seguí como si nada. Parado sobre ácido, que eso es como estamos: en una realidad que se deshace, donde las vidas de la gente, sobre todo la de los jóvenes y las mujeres, se disuelven.
Porque no es cierto que lo que ocurrió "fue una terrible confusión", como dice la fiscal del caso. No fue un accidente. No fue una confusión. Es la norma de la impunidad: nuestros delincuentes secuestran y asesinan sin método. Si te sabes sin límite, sin riesgo, matas y ni viriguas. Si hay ruido, te encoges de hombros, a sabiendas de que la protesta no durará, no prevalecerá, que ni el gobierno ni la sociedad te acosarán.
¿El gobernador de Jalisco debería renunciar? Es patente su incapacidad. Con cinco años en el puesto este caso no es una excepción, y ni siquiera podríamos tener el consuelo de que represente el culmen del clima de inseguridad en aquel estado. Pero, y nosotros, ¿dónde renunciamos?, o cuándo fue que renunciamos.
Hace cuánto que no actuamos. Hace cuánto nos limitamos a ver la realidad sólo a través de la cerradura de las redes sociales. Practicantes de un civismo sin ciudad, asocial.
Todos pudimos haber hecho algo más por Javier, Marco y Daniel. Porque si no lo hacemos todos, ya vimos otra vez, nadie lo hará, ni por ellos ni por los que sean puestos en el cadalso al que fueron llevados ellos.
Todos pudimos haber hecho más, lo que sea, por Javier Salomón Aceves, Marco García Ávalos y Jesús Daniel Díaz. Algo; pero sobre todo algo que no sea sólo lamentarnos. Quedarnos en eso fue un acto de cobardía. Seguir ahí será una condena contra ti mismo.