Dice Jorge Zepeda que López Obrador lee mucho pero que lo hace, sobre todo, para reforzar ideas preconcebidas. En estos días de enrarecida transición me acordé de un texto que es difícil saber si Andrés Manuel leyó, si lo leyó bien, o si lo conoce siquiera.
Es el texto de la investigadora Soledad Loaeza "La política del rumor: México, noviembre-diciembre de 1976".
Como México no nació el 1 de julio pasado, conviene releer a la doctora Loaeza. Aunque sea para saber qué le pasaba a los mexicanos en vísperas de un cambio sexenal. Van unos párrafos en la esperanza de que se lea bien lo que ha pasado antes, para que ojalá se lea bien lo que no nos debiera pasar de nuevo.
"Desde 1929 el sistema político mexicano ha logrado asegurar la transmisión pacífica del poder. La celebración periódica del cambio de poderes dentro de un marco institucional ha sido considerada un signo de modernidad y de madurez política (…)
"Uno de los rasgos sobresalientes del cambio de gobierno en México es que en los sectores directamente afectados por la renovación gubernamental, la proximidad de un nuevo periodo presidencial auspicia un ambiente similar al de un 'año nuevo'. Aunque aparentemente este espíritu es cada vez más cauteloso, no deja de sorprender la capacidad de los mexicanos para reavivar sus esperanzas y sus buenos propósitos con el inicio de un nuevo sexenio. Esta actitud se explica en relación directa con el carácter presidencial y personalista del sistema. Un nuevo presidente significa nuevas posibilidades y alternativas; es promesa de soluciones más eficaces y, en general, el cambio despierta una actitud optimista".
¿Qué pasó inmediatamente después de la elección de López Obrador? La gente estaba en general de buen humor. El dólar no se volvió loco, sino al contrario. Los empresarios manifestaron ánimo resuelto a colaborar con quien los había denostado por años y, justo es decirlo, el tabasqueño abrazó de buena gana ese gesto de la IP.
Los discursos de AMLO la noche del triunfo, así como la llamada al día siguiente de sus operadores financieros con los representantes de los mercados, abonaron a ese clima luminoso que hoy, sin embargo, luce con nubarrones.
La elección fue sobre la corrupción y la inseguridad, sobre la idea de darle más oportunidades y apoyos a los que nada o muy poco tienen. AMLO ganó esa partida. Pero a casi un mes de asumir el poder, López Obrador ha provocado que un tema colateral (el nuevo aeropuerto) enrarezca el buen ambiente que había generado su triunfo.
Soledad Loaeza abunda sobre cómo una crisis de confianza puede desatar rumores y estos afectar la economía.
Al analizar "la devaluación como origen de la crisis de confianza", la investigadora recuerda que en "los últimos meses del régimen del presidente Echeverría, presenciaron la circulación de murmuraciones que tenían como blanco de ataque fundamental la persona del presidente, pero que, en términos generales, se referían siempre a medidas políticas que se decía que conducirían al país al caos.
"El cambio de paridad del peso actuó como catalizador de la desconfianza hacia las autoridades políticas porque, independientemente de ser un fenómeno económico, en México se le ha atribuido un muy elevado valor político"….
Calificadoras y dólar han comenzado a presionar al peso, nos dicen, en el marco de dudas sobre la pertinencia del proyecto energético de AMLO y la consulta del NAIM.
El problema, hay que insistir, no es que López Obrador quiera consultar, sino que esa consulta no es confiable porque además de alegal, carece de una metodología solvente. Y encima es igualmente incierto qué hará AMLO con el resultado en el que se juega un megaproyecto de inversión.
AMLO no puede darse el lujo de que la población lo vea como un presidente atrabiliario, uno de "medidas políticas que conducirían al país al caos". Que lea a Loaeza, que aprenda en cabeza presidencial ajena, que recuerde sus buenos días de julio, el espíritu que había entonces, de "año nuevo". Y, sobre todo, que espante los temores de depreciación. Hay demasiado en juego.