El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ha decidido intervenir en las elecciones presidenciales para hacer que éstas sean de máximo estrés. Así se las gastan estos guardianes de la democracia.
La orden de incluir con calzador de Jaime Rodríguez Calderón en la boleta –una burla no sólo a la ley sino al sentido común– someterá a los comicios a una polarización de pronóstico reservado.
El gobernador con licencia de Nuevo León no tiene principios, qué duda queda, pero sí tiene un mandado por cumplir.
Es el único candidato –hasta hoy, porque de acuerdo con jueces del Tribunal incluso el mago Ríos Piter podría ser validado como aspirante– que estará en la boleta con la misión no de ganar la presidencia de la República, sino de impedir que otro la gane.
Quienes patrocinan las intenciones del llamado Bronco, un tipo más bien rupestre y machista –que en nada honra la bonhomía campirana–, han decidido una ruta electoral que contamina la urgente normalidad del proceso.
Se ha apostado por una fórmula donde se marginará al debate, donde se privilegiará la diatriba. Rodríguez Calderón resta calidad a una elección que ya vivía horas bajas.
No nos hagamos. Con este señor ni siquiera se puede argumentar que si hubiera logrado de manera limpia las firmas, igual lo tendríamos en la competencia a pesar de su peculiar estilo (es un decir eso del estilo, porque ¿desde cuándo las barrabasadas son estilo?). No. Sin sus reiterados fraudes en este proceso, documentados por la prensa, sancionados por el INE y obviados por cuatro magistrados del TEPJF dignos de Tres Patines, sin su chapucería don Jaime no sería don Jaime, no sería uno más de los síntomas de nuestra disfuncional democracia. Quien tenga dudas que le pregunte a todos los excolaboradores que terminaron, en la decepción, abandonándolo al ver que lo suyo son los cuacos y una inerte vehemencia. Es, en el mejor de los casos, un dinosaurio con aspiraciones de predicador de carpa.
Desear la derrota de AMLO es válido y democrático. Ya teníamos a tres candidatos peleando por ello. Con argumentos, propuestas y críticas, Meade, Anaya y Zavala hacen su caso a toda hora desde hace meses sobre por qué debería ser cada uno de ellos, y no el de Macuspana, el que termine en la silla del Águila el 1 de diciembre.
La mano que quiere volcar esta cuna ha optado por un embate que hace asco a las ideas. Este cachirul viene a meter la pata una y otra vez, a repartir leña, a hacerse campeón del juego sucio.
Y dados como somos a festejar a los listillos, no sobrarán comentaristas que se digan maravillados ante la 'creatividad' de las chapuzas del norteño. Vulgares memes como valor supremo en la campaña.
Lo peor de lo ocurrido el lunes no es, paradójicamente, que cuatro jueces de millonarios salarios e impunidad garantizada coronen al 'trampas'.
En el horizonte asoman otras dos calamidades. No se puede medio contaminar un río. Una vez que viertes en él porquería, todos los que ahí naden saldrán manchados. Los otros partidos, con todos sus defectos y virtudes, los otros candidatos, con todas sus insuficiencias y méritos, han perdido con la inclusión de don Jaime.
La segunda: al de la genial idea de alinear al Bronco habrá que recordarlo el día de mañana, cuando el peor proceso nos arroje necesariamente pésimos resultados. Gane quien gane, con los caballazos que aventará don Jaime, el 2 de julio estaremos todos en el desolador panorama de una batalla con bajas absolutamente innecesarias e insuflado rencor entre mexicanos.
Gracias TEPJF por tan oscuro panorama, que la patria –en su momento– se lo demande.