La Feria

Guerrero: tan cerca, tan lejos

Salvador Camarena comenta la portada de un día cualquiera de 'El Sur' en Guerrero por la ola de violencia que se sufre en el estado.

Esta es la portada de un día cualquiera de El Sur de Guerrero:

Titular: Desaparecen en Chilapa cinco artesanos indígenas de comunidad en Veracruz.

Sumario: Encuentran a tres hombres decapitados en una fosa dentro de una casa en el centro de Coacoyula, Iguala. Lanzan una bomba molotov a un carro de la Coca Cola en Ciudad Altamirano, que cerró hace diez días por amenazas de extorsión. Detiene la PGR en San Luis Potosí a cuatro de Los Tequileros, entre ellos la novia del líder. Hubo en enero 196 asesinatos en el estado, 24 más que en diciembre y en promedio 6.3 cada día.

La portada incluía la fotografía del auto, en llamas, de la mencionada refresquera.

Hasta ahí la portada del viernes 2 de febrero.

No sé si haga falta mencionar que horas después aparecieron los restos de los artesanos veracruzanos. O a lo mejor es exactamente lo que hace falta decir: oigan, ey, ustedes, sí, ustedes mexicanos del siglo XXI, ¿vieron que media docena de personas, que en mala hora viajaron a Guerrero a tratar de hacer negocios (legales) fueron raptados y (con saña) asesinados en su país?

¿Vieron, además, que esa fue sólo la noticia de un fin de semana porque a las pocas horas la siguiente noticia fue que, entre otras personas, dos sacerdotes había sido asesinados?

¿Vieron que antes la información internacional proveniente de Guerrero fue que un ciudadano de Chile murió en un ataque en Acapulco? ¿Vieron que así está el panorama al arranque de 2018?

La situación se agrava si uno pone en la balanza la respuesta oficial no frente a la masacre (que eso fue, una masacre) de los artesanos, qué va, a esos pobres nadie les hará justicia, sino la reacción gubernamental ante los clérigos ultimados. Tras el asesinato de los sacerdotes vino la descalificación, con todo el peso de la Fiscalía, de las víctimas.

Xavier Olea, el fiscal guerrerense, es de colección. Pocos como él. A las pocas horas de esos asesinatos informó (es un decir) que las víctimas habían estado en el lugar equivocado en el momento equivocado (en una reunión que había concitado a cárteles antagónicos y que unos criminales habían cobrado a los curas el haberse juntado con un grupo rival). Poco le faltó para decir que los prelados eran cabecillas del narco.

Don Olea no se da cuenta ni de lo que dice. De lo que da entender con lo que dice, pues. Sabe todo de esa supuesta reunión a la que acudieron los curas y de por qué es culpa de los muertos que los hayan matado. Tanto sabe o tanto da a entender que sabe que la pregunta obligada es por qué si las autoridades tienen tal información hacen tan poco con ella. Qué buenos son para las explicaciones (¿o habría que decir pretextos?) y qué malos son para procurar la justicia.

Don Olea declara santo y seña sobre los grupos criminales que se dieron cita en el festejo al que asistieron los curas, pero no sabe decir por qué el gobierno no actúa con oportunidad. No dice por qué en Guerrero las autoridades se han resignado (no con demasiado esfuerzo, por lo visto) al papel de testigos, o en el menos malo de los escenarios, de cronistas de la violencia.

Así arranca el año Guerrero, la entidad en donde se ubica el balneario favorito de la Ciudad de México, que discute esta semana si tiene o no crimen organizado. Como si lo que pasara a 200 kilómetros nos fuera ajeno. Creo que nos merecemos a Xavier Olea.

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