Si luego de ganar la presidencia de la República el 1 de julio, Andrés Manuel López Obrador hubiera anunciado que se tomaría un mes, o mes y medio incluso, para afinar su modelo de gobierno, que antes de eso no habría grandes definiciones sobre el siguiente sexenio, nadie le habría reclamado nada.
Con los dos discursos de esa noche histórica, con una visita de cortesía al presidente Enrique Peña Nieto y con la declaración económica que dieron Urzúa, Esquivel y Herrera a los mercados el lunes 2 de julio, habría bastado. López Obrador tenía todo el tiempo, y el derecho a usarlo a su favor, antes de que la discusión de los presupuestos para 2019 o alguna situación extraordinaria le obligaran a pronunciarse.
Sin embargo, eligió otro camino. Uno donde él habla, y da permiso a otros de hablar. Los mensajes del pejismo se suceden con tal frecuencia y tan disímbolos emisores que ya ha comenzado una Babel, un desorden comunicacional donde ya tuvieron su primer desmentido serio: uno internacional que vino, ni más ni menos, del Vaticano, que domina la diplomacia desde hace siglos. Patinón que nos habla de que el equipo del tabasqueño carece del orden y los protocolos que suelen identificar a los gobiernos eficaces.
Sucede que Carlos Cruz, activista de la organización Cauce Ciudadano, fue el mes pasado a Roma. Sucede que estuvo en San Pedro. Y sucede que en la audiencia pública –de esas masivas– del Papa pudo hablarle a Francisco de su trabajo a favor de los jóvenes. Ahí, cuenta Carlos, habló también al argentino de la paz. Y de ahí, quién sabe cómo, surgió tres semanas después, el pasado sábado, la versión de que el pontífice había aceptado participar en los foros que el equipo de López Obrador quiere hacer para dar forma a la polémica amnistía.
¿Cómo ocurrió este bizarro milagro? Fue virtud de la señora Loretta Ortiz, que forma parte del equipo de Alfonso Durazo, nominado a titular de seguridad en el gabinete de López Obrador.
La declaración de doña Loretta es el defecto de todo un equipo. Ayer, Carlos Cruz me dijo que cuando él le preguntó al Papa sobre participar en esos diálogos para la amnistía y la paz, Francisco contestó que "hay interés". Ya me dirán ustedes cómo puede alguien trasladar esa respuesta, sin duda de cortesía, en una aceptación a un diálogo que pretende pacificar a México, a un diálogo, por cierto, organizado por el mismo gobierno que ha dicho pretende despenalizar el aborto a nivel nacional.
En este episodio quedan mal parados Marcelo Ebrard, próximo canciller y quien tendría que vigilar todo lo que involucre a jefes de Estado; Alfonso Romo, que será jefe de la oficina de Presidencia; Olga Sánchez Cordero, que deberá llevar desde Gobernación los temas de religiones, paz, reinserción social, etcétera, y, por supuesto, Durazo, el jefe de Loretta.
Por su actuar pareciera que todos los anteriores no han hecho el cambio entre el modo de actuar en la campaña y el que se requiere cuando son, para términos prácticos, gobierno en transición.
Los de Morena se tropiezan de nuevo con la amnistía, tema que en las elecciones nunca pudieron explicar.
Ya Loretta Ortiz se había metido en camisa de once varas al declarar a Milenio que el gobierno de AMLO mediará entre las bandas criminales. Ahora se voló las trancas diplomáticas al hablar de una confirmación papal que nunca existió.
Si tan sólo los pejistas se hubieran quedado callados varias semanas, afinando detalles, madurando en la nueva piel, adquiriendo el sentido de gobierno que comienza por cuidar cada comunicación. Pero no, prefirieron los reflectores, y ya les llegó su primer desmentido. Uno internacional, Jacobo, internacional.