No podría ser de otra manera. No es cierto que seamos un país surrealista. Ese es otro mito genial. Somos un país muy lógico, y en ese país lógico era de lunáticos esperar que con Javier Duarte de Ochoa podría pasar algo distinto a lo que ocurrió: chiquimulta, chiquipena, chiquijusticia.
México cumplirá en cuestión de días un año sin titular en la Procuraduría General de la República. El país protagonista de matanzas propias de guerras civiles, la nación donde desaparecen mujeres, migrantes y jóvenes por racimos, la República de los gobernadores rapaces no tiene, desde hace casi doce meses, en la oficina de procurador a alguien con nombramiento oficial.
En el caso Javier Duarte, fue la ciudadanía y la prensa –además de la derrota electoral, expresión también de un electorado harto de los abusos, la negligencia y la zafiedad de su entonces mandatario– las que pusieron contra la pared al sistema priista que creó, cobijó y consiente al veracruzano.
Y a ese sistema de complicidades, retratado en una avioneta llena de efectivo que, como si fuera realismo mágico, se cae en medio de la nada sin que pase nada; ante la presión popular a ese sistema no le quedó de otra que dejar escapar, primero, a Javier (hasta helicóptero le prestaron), y luego a regañadientes traerlo de regreso; para después a tropezones medio acusarlo (los fiscales fueron exhibidos por los jueces no una vez, varias), y al final se descararon y de plano le quitaron delitos. El miércoles Duarte vio la luz: el sistema le recompensa su silencio. La mafia avanza una casilla. Viva México, cabronxs.
Pero no se enojen. Es mejor así. Créanmelo. No hay mejor forma, ni Cuarón ni Arriaga pudieron haber imaginado un guion así de bueno.
Es mejor así para que nunca olvidemos que el PRI es la peor de las ideas, la más grande de las mentiras políticas.
Es mejor así para que no quede pueblo ni ciudad donde no llegue el mensaje de que los priistas, mexiquenses o de Coahuila, sonorenses o de Yucatán, son siempre hijos de Ordaz, Echeverría y López Portillo, admiradores de Salinas y de Alemán.
Es mejor cerrar así una era. A sabiendas de que el agravio nos durará más que la vez pasada. Porque el otro Duarte sigue pelado, y las estafas se quedarán sin aclarar, y en chiquisancionados y chiquidecomisos.
Es mejor terminar así el sexenio. Con el gabinete intacto: ¿qué pero le ponen a Eviel, a Gerardo, a Rosario? Eviel, el que no fiscaliza; Gerardo, el que no responde ni por los delegados; Rosario, la que no sabe a dónde va el dinero de los pobres. Clase política de pura cepa que nunca debió regresar a Los Pinos tras el 2000.
Es mejor así, que Duarte se vaya pronto a su casa para que nosotros siempre recordemos las lecciones no aprendidas de la alternancia: medroso, Fox nos falló en el cambio; Calderón sucumbió ante los aliados que se supone que lo iban a salvar, y Peña Nieto, Peña Nieto es al único que no podemos reclamarle que haya defraudado: ¿como por qué un pupilo de Arturo Montiel iba a inmutarse ante las denuncias que surgieron sobre Javier Duarte, mucho antes de que éste fuera un ladrón confeso?
Es mejor así. Despedir así a los priistas. Adiós pompa y circunstancia. La revista ¡Hola! los extrañará. México no. Ustedes se van, en la impunidad, pero dejan la víbora chillando. Es mejor así, para ver si así, y de una vez por todas, se nos quita lo confiados.