La Feria

La crisis del #Yonofui

Convertido en un candidato que se la pasa jurando que nada de lo que se le acusa es cierto, a Ricardo Anaya ya le podríamos decir el #Yonofui, comenta Salvador Camerena.

Hace cosa de un año entrevisté al entonces presidente del PAN. Para esa fecha, con el partido Acción Nacional en un puño, se veía que sólo era cuestión de tiempo para que Anaya se apropiase también de la candidatura presidencial.

No eran pocos los que atribuían el éxito de tan parpadeante carrera a una disciplina más propia de un nerd que del político mexicano promedio. Por tanto, le cuestioné sobre su método de trabajo. Aquí, parte de sus respuestas:

"Diría varias cosas. La primera, con estructura. O sea, siempre parto desde un diagnóstico, de plantear un objetivo con claridad y ese es mi arranque. Mi diagnóstico es dónde estoy y el objetivo a dónde quiero ir. Entonces, lo que me pregunto es ¿cuál es la carretera que me conecta esos dos puntos y a eso le llamo estrategia. Y así procuro, con ese esquema, resolver el problema. Tengo mucho tiempo de trabajar con orden, con estructura, con método.

"Procuro escuchar para completar diagnóstico, para tener puntos de vista distintos y poder formar criterio.

"Pregunto lo que necesito, leo lo que me hace falta para completar los huecos. Pero al final, después de haber escuchado puntos de vista absolutamente encontrados no me es en lo absoluto complicado tomar decisiones. Porque además estoy muy acostumbrado a tener que tomar muchísimas decisiones".

Hoy la pregunta es dónde quedó tan presumido 'método'. Qué fue de su disciplina, de su capacidad para armar un diagnóstico, en qué momento dejó de tomar las decisiones que le ayudaran a evitar que su candidatura quedara lastrada por escándalos inmobiliarios y torpezas de novato, como la de presentar como suyas el día de su unción ideas e imágenes de conferencias que otros han expuesto a nivel internacional. Pifia imperdonable para quien pretende enarbolar el discurso de la innovación.

Pareciera que con la candidatura Anaya ha arribado a su umbral de incompetencia (Principio de Peter). Creció hasta que ya no pudo desempeñarse óptimamente. Su imagen está comprometida por la falta de explicaciones sencillas y creíbles sobre su patrimonio, sí, pero también por no mostrar los reflejos necesarios en momentos críticos.

Preocupante como resulte la antidemocrática andanada del presidente Peña Nieto en contra del queretano, Anaya debe crecerse ante lo que se ha denunciado, por propios y extraños, como una persecución política antes que judicial. No ha sido el caso.

Tras la publicación del video de la visita de Anaya a la PGR, gesto gubernamental tan inédito como autoritario, el candidato se escondió en las barbas de un abogado que no por vehemente y articulado resulta creíble. Su pasado, su involucramiento con videoescándalos que quisieron destronar a la mala a otro opositor, hacen de Diego Fernández un pobre emisario para cualquier mensaje de indignación ante el poder.

Anaya tuvo todo para presentarse ese jueves no como víctima, sino como agraviado. Incluso pudo haber reclamado como suyo el insulto proferido, acto de frustración e impotencia nada extraño para aquellos a quienes la justicia ha regateado debida atención. Pero no.

Y este domingo salió a prometer que creará una comisión de la verdad para juzgar la corrupción de los priistas. Quién creerá en eso, eso que con Santiago Creel a la cabeza fue una de las promesas rotas por su partido durante el foxismo.

A falta de un milagro, convertido como está en un candidato que se la pasa jurando que nada es cierto, que de lo que le acusan él nada hizo –ya le podríamos decir el #Yonofui–, lo único que resta es preguntarse si en su diagnóstico Anaya pensó en un plan B para el Frente. Si no, más le valdría ir preguntando.

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