Layda Sansores ocupa un escalón muy alto en el sistema político nacional. Es senadora y conspicua figura de Morena, el partido puntero en las encuestas presidenciales.
Candidata a la alcaldía de Álvaro Obregón en la Ciudad de México, Sansores ocupa el segundo lugar en esa competencia, a ocho puntos del candidato del Frente, Amílcar Ganado Díaz (encuesta de EL FINANCIERO publicada el 14 de junio pasado).
Esa encuesta fue levantada antes del escándalo que desde la semana pasada envuelve a la senadora Sansores, exhibida por haber cargado al Poder Legislativo estrafalarios gastos por 700 mil pesos.
La revelación periodística de esos gastos facturados al Senado, a cargo de la reportera Fátima Monterrosa, marca la recta final de unas elecciones en las que hasta ahora los escándalos no han hecho mella a la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador.
Sin embargo, el caso Layda encierra características particulares que podrían resultar muy dañinas para Morena, movimiento que, enamorado como está por la supuesta cercanía del triunfo, carece de los reflejos para aceptar que Sansores pudre la legitimidad del discurso anticorrupción y antisistema que tan bien ha explotado AMLO.
Porque lo primero que hay que establecer con respecto a este escándalo es que evidencia que a la hora del abuso nada distingue a un Romero Deschamps de una Layda Sansores. Nada.
No valen las explicaciones/disculpas que dicen que en la corrupción hay niveles o que no son comparables los escándalos de un líder petrolero al que le aparecen mansiones de millones de dólares y esta señora que manda pagar con dinero público a una modista para hacerse prendas de supuesta conciencia social por el caso de los 43. La frivolidad y el insulto al dolor de las decenas de familias de los desaparecidos no pueden ser más patéticos. Ramplón oportunismo financiado con recursos públicos.
La única diferencia entre una persona corrupta –entendida como aquella que saca una ventaja indebida– y otra no corrupta estriba, precisamente, en que la segunda evitará el abuso incluso cuando se da el caso de que el sistema lo permite o tolera, incluso cuando sea conocido o público que "otros hacen lo mismo o hasta peor".
En su inútil intento de justificarse, Layda Sansores ha vociferado todo tipo de diatribas, en un involuntario (¿o será voluntario?) concurso de despropósitos.
Peor cosa es que no pocos compañeros de viaje de Sansores han salido en su defensa. Deliberadamente se mienten en su intento por rescatar a la legisladora.
No son Morena ni Sansores las víctimas de las revelaciones periodísticas. Es el ciudadano el que pierde cuando un grupo de militantes prefiere la cerrazón intelectual y el desdén por el sentido común al defender la corrupción.
Con el viento a favor, pero con los traumas de dos derrotas consecutivas, López Obrador comete un yerro mayúsculo al no aceptar la evidencia del abuso de Sansores.
Como otros senadores, ella utilizó el dinero público a discreción (pero también sin discreción), por lo que hoy representa esa corrupción que es el sistema del sistema, esos abusos que tienen hartos a los mexicanos al punto de clamar por un drástico cambio.
Hasta Peña Nieto entendió hace siete años que cuando un correligionario se vuelve tóxico para tu discurso electoral debes respetar la inteligencia de tus electores y expulsar a esa persona. Mientras Humberto Moreira fue marginado a las puertas del poder, Sansores ha recibido en las últimas horas el respaldo de López Obrador.
Layda está bien arriba en la escalera del poder y de Morena, pero en vez de barrerla, Andrés Manuel ha decidido no ver el agravio que representan esos gastos. Todavía ni empezaba, pero el cambio ya se esfumó.