Todos vimos a Ricardo Anaya durante su registro como candidato a la presidencia el domingo. El vivo contraste entre ser el candidato de tres partidos –dos de ellos enormes e históricos– y los pocos políticos de peso que ese día arroparon al queretano: estuvieron ausentes 10 de 16 gobernadores surgidos del PAN y el PRD.
La colega Ana Paula Ordorica fue más allá de notar ese vacío. Llamó a los despachos de los señores gobernadores a preguntar las razones, al menos las oficiales, de tal desaire a su candidato. Graco se fue a apadrinar el registro del orgullo de su nepotismo (redacción mía con permiso de Jolopo), y Silvano prefirió quedarse a ver el juego de los aguacateros de Michoacán. Aquí las respuestas, menos ingeniosas eso sí: https://twitter.com/AnaPOrdorica/status/973362632618119168
La cuestión en torno a esos gobernadores es si Anaya es su candidato. O si alguna vez lo ha sido. O si alguna vez lo será.
Quienes desde hace meses vendían con enjundia la candidatura de José Antonio Meade señalaban que es amigo de todos los gobernadores, de todos menos de dos panistas, el chihuahuense Javier Corral y el bajacaliforniano Kiko Vega.
Ese factor, decían los porristas de Pepe, impulsaría las posibilidades del candidato oficial. Ya se saben la cantaleta: los mandatarios estatales son los verdaderos operadores de una elección, ya ven, ahí están Rubén y Eruviel, ellos la sacaron, y el presidente reunió a los gobernadores del PRI y les pidió que hagan su chamba, y con los otros, salvo los dos rejegos ya mencionados, Pepe se lleva bien. En fin.
¿Dónde estaban los gobernadores de los partidos que forman el Frente el domingo? En el mismo lugar que han estado durante meses. En la mesa de apuestas de la única competencia que les importa, en la ruleta de su supervivencia.
Pagan por ver. Señores del juego que no comen ansias. Más que comprometidos con Meade, están a la espera de señales claras sobre el derrotero de la partida presidencial. Es demasiado pronto para abandonar a Pepe, demasiado pronto también para pelearse con el presidente mostrando respaldo a Anaya. Y aún es temprano para pensar que está en riesgo lo que de verdad les importa: asegurar el dinero para sus arcas en el amarre de sus acuerdos.
Anaya quería la candidatura para él solito, pues ya la tiene y está solito. Si sobrevive un par de semanas más, y sin mayor daño en las encuestas, a la balandronada antidemocrática del presidente Peña, probará a empresarios que es con él o con AMLO. Habrá algunos que temprano en la batalla se resignen a ir con el segundo, pero no estará mal quien apueste a que los señores del dinero se jugarán su resto con el queretano.
Y lo mismo bastantes gobernadores. No ha llegado para ellos el tiempo de quemar las naves. Mejor quedarse en el despacho a limpiar sus diplomas y revisar cómo van los depósitos de Hacienda, que andar en mítines ajenos.
Para muchos gobernadores, el juego ni ha comenzado. Puede que algunos (Graco Ramírez, Arturo Núñez) sepan que les faltan fichas como para aspirar a negociar con AMLO. Pero si una lección dejó 2006 -hoy que estamos asistiendo a un nuevo desafuero- es que ellos deciden cuándo es claro a qué caballo apoyar. Ya llegará la hora de las cargadas, de los amarres y de las llamadas. Incluidas algunas para gobernadores priistas.
Mientras eso no ocurra, estos tahúres de la democracia mirarán tranquilamente sus cartas, pues a final de cuentas son como el crupier, sólo quieren que gane la casa.
Su ausencia el domingo no fue por falta de ganas, sino por exceso de interés.