En el sitio Oraculus.mx hay una gráfica espeluznante. Bueno, espeluznante si ustedes alguna vez consideraron que era importante para la democracia mexicana contar con un partido de izquierda de fuerte presencia nacional.
En la web de esa concentradora de encuestas verán un gráfico llamado 'Tendencia histórica de votación por partido', que registra datos de agosto de 2015 a diciembre de 2017.
Como es una concentradora de encuestas, cada dato aparece como una montañita, una campana, pues. Hace casi tres años, Morena y el PRD estaban más o menos igual. Las montañitas de su intención de voto andaba entre los diez y los veinte puntos. Las montañitas de cada registro en el tiempo forman algo así como una cordillera. La de los morenos jaló hacia la derecha (en más de un sentido, ja), es decir, llegó en diciembre pasado a colocarse al filo de 30 puntos. En cambio, la cordillera amarilla se fue hacia la izquierda: ahora ocupa la casilla de los que no llegan ni a dos dígitos en intención de voto.
No hay ahí datos de 2018. Pero en marzo EL FINANCIERO publicó que en cuanto a senadores y diputados PRD tenía siete y ocho puntos, respectivamente. Por su parte, la semana pasada Reforma publicó que en cuanto a diputados el PRD empata con el PT, partido marginal por definición, con cinco puntos de preferencia.
El partido que en 2012 sacó 19.3 por ciento de los votos en la elección este año podría convertirse en uno más del club de los chiquipartidos, es decir, eso del club a los que no se les puede tomar en serio.
Estas elecciones pintan para catástrofe perredista: es muy probable que sean barridos en Tabasco, Morelos y Ciudad de México, entidades que ganaron en 2012. De hecho, la duda es si serán capaces de retener algunas alcaldías en la capital. Y hay quien dice que en términos reales al PRI le irá mejor en la Ciudad de México que a los amarillos.
Con ese panorama, el PRD celebró (es un decir) el sábado su 29 aniversario. En el templete del festejo (es otro decir) estaban gente como Mauricio Toledo y Miguel Ángel Mancera. Además, claro está, de Ricardo Anaya y Santiago Creel, gente con cero izquierda en sus venas.
A los perredistas le ha pasado algo peor que a los panistas. Éstos temían, en los años noventa, que las victorias los derrotaran, que el ejercicio de gobierno se volviera su extravío. No estuvieron a salvo de eso, pero hay que decir que al menos ganaron dos veces la presidencia y que mal que bien es hoy el PAN, que tiene un tercio de las gubernaturas del país, el único que puede disputarle la presidencia a López Obrador.
Si Anaya pierde, el PRD se volverá una fuerza testimonial. Una burbuja en un congreso balcanizado. Y en ese escenario, la fuerza de Morena podría succionar a no pocos perredistas que hasta hoy aún se le resisten a AMLO. Pero si Anaya gana, en el mejor de los casos el PRD será un pasajero del ómnibus triunfador conducido por Anaya y Dante Delgado. Que no quepa duda que ambos relegarán a Los Chuchos. O peor, el presidente preferirá negociar con Toledo, Leonel Luna o Héctor Serrano, factores del clientelismo en la capital.
El PRD está herido de muerte. Lo han postrado la adicción al clientelismo, la inanidad del sexenio de Mancera, los escándalos en los gobiernos de Tabasco y Morelos, la vulgaridad de las dinastías en Gustavo A. Madero, Coyoacán, Álvaro Obregón e Iztacalco, la frivolidad de Silvano Aureoles, y esa obscena piñata de recursos en que han convertido a la Asamblea Legislativa.
El próximo 5 de mayo, además del 201 aniversario de Carlos Marx, quién sabe si se pueda celebrar un año más del PRD. Sería su cumpleaños número 30. Ya veremos si llegan, o si 2019 es el año cero de un México sin histórico partido de izquierda.