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La demagogia del caudillo

Sergio Negrete Cárdenas hace un análisis sobre el actuar de Andrés Manuel López Obrador tras triunfar en los comicios el 1 de julio.

Eligiendo a un Presidente se entronizó a un caudillo. Un mesiánico recibió un mandato democrático de tal magnitud que lo interpreta como una chequera en blanco, con su firma siendo suficiente para avalar todas sus ocurrencias. El fuerte contrapeso por dos décadas, el Congreso, subordinado a su persona gracias a una mayoría que no soñaba alcanzar, pero añoraba.

De golpe, el líder se encontró de vuelta en el ecosistema político de su juventud: con El-Señor-Presidente-de-la-República como astro rey del sistema. La cúspide alcanzada dando la estocada al partido de su adultez temprana, sustituido por otro igual, pero sujeto a su autoridad absoluta.

La larga travesía en el desierto, una candidatura derrotada en dos ocasiones a lo largo de una campaña que duró 14 años, por fin vindicada. Claro, las derrotas no fueron tales, sino fraudes en su contra y del pueblo. Pero eventualmente el Pueblo Bueno siempre triunfa. La victoria por fin reconocida, la democracia reestablecida y cristalizada en su persona. No por gracia del gobierno saliente, claro, sino por la fuerza avasalladora que impidió pudiera realizarse un tercer fraude.

Esa larga campaña tuvo una constante: la demagogia. El candidato de entonces, caudillo hoy, se ofrecía como la solución de los problemas nacionales. Para todo presentaba una solución simple, y que pasaba por su persona. La violencia se desvanecería ante la mano tendida, porque se ofrecía un abrazo y no balazos. La corrupción sería barrida, literalmente, como las escaleras. La vigorosa escoba sería blandida por el caudillo, cuya honradez es todo el aval necesario para garantizar que todo su gobierno se comportará con igual escrupulosidad.

¿Instituciones? Pueden irse al diablo, al cabo que no son suyas, sino de los gobiernos espurios.

El bienestar llegaría a los que menos tienen gracias a la benigna dirección del caudillo. Como un Gran Padre de la Patria, líder de la Cuarta Transformación, el gobierno ofrecerá empleos a cuanta persona lo requiera.

No se trata de productividad, sino de sembrar, literalmente, millones de árboles frutales y maderables. La tasa de desempleo será cero, porque así lo ha dictaminado. Habrá tanto trabajo que incluso alcanzará para los inmigrantes ilegales. No es que el Presidente sea venerado en México, sino que será ovacionado hasta en Honduras.

No hacen falta instituciones o planes. En algunos casos, pocos, el Pueblo Bueno, sabio por naturaleza (después de todo, eligió al Señor Presidente) tomará alguna decisión que otros dirían corresponde a técnicos especializados.

Siempre estará ese útil instrumento de una consulta cuidadosamente amañada y cínicamente aplicada para validar la demagogia y, en última instancia, evadir la responsabilidad que, esa sí, correspondía al líder. Quien por años clamara que la democracia era el camino, la pervierte sin pudor en ejercicios orquestados y aclamados por sus fieles, siempre ejecutando y aplaudiendo desde la oscuridad, bajo la sombra del caudillo.

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