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No habrá crisis de fin de sexenio, punto

El columnista explica las razones por las que considera que no habrá una crisis tras la transición del gobierno.

"Crisis de fin de sexenio" es una frase que se repite cada seis años, siempre con temor. No es para menos: muchas transiciones de gobierno fueron traumáticas. La correspondiente a 2018, que iniciará el lunes, puede serlo en lo político.

En lo económico habrá miedo, sobre todo que se repita lo ocurrido en 1994-95. Un gobierno con aparentemente buenos números macroeconómicos (Salinas) dejó una situación delicada que fue ineptamente manejada por la administración entrante (Zedillo).

Esto aunque ambos gobiernos eran del mismo partido y a pesar del dominio de la economía por parte del presidente Zedillo, además de su experiencia en el sector público. La crisis fue brutal. La de 1982 fue todavía peor, con un Presidente (López Portillo) optando por un radicalismo suicida (nacionalización de la banca, control de cambios), desesperado por salvar un gobierno que había tenido brillantes perspectivas. De la promesa de administrar la abundancia se pasó a gestionar la miseria. La crisis de 1976 fue menos grave porque ayudó un elemento inesperado: la confirmación de abundantes yacimientos petroleros.

¿Qué puede esperarse en 2018, dado que el entorno político puede ser tenso? Contra lo que muchos esperan, nada negativo. Las tres crisis del pasado reciente tuvieron tres elementos, determinantes, de los cuales no hay uno solo este año. Tres variables interconectadas entre sí que se combinaron para llevar al desastre: déficit de cuenta corriente, peso sobrevaluado, y además un endeudamiento elevado de corto plazo en dólares.

El déficit externo de México en los tres casos fue tan elevado que a la postre resultó insostenible. Las tres crisis fueron antecedidas por un déficit en niveles superiores al 6.0 por ciento del PIB. En años recientes dicho indicador ha sido mucho más moderado, ubicándose entre 1.5 y 3.0 por ciento del PIB. No puede estallar una crisis de balanza de pagos si no hay un desequilibrio importante en dicha balanza. Para este año se espera que se ubique en alrededor de 2.0 por ciento del PIB.

Ese déficit era alimentado por un peso muy potente frente al dólar estadounidense. Importar era barato, como lo era hacer turismo en el extranjero. La enorme diferencia con la actualidad es que el peso no estaba en régimen de libre flotación, sino fijo (1976), casi fijo (1982) o moviéndose en una estrecha banda (1994). Hoy el peso está, sin género de duda, claramente subvaluado.

Y por sostener al peso, y financiar el déficit, los tres gobiernos respectivos se endeudaron masivamente en dólares. Peor todavía, una elevada proporción era de corto plazo. El endeudamiento acumulado no solo financió una impresionante fuga de capitales en los tres casos, sino que representó un lastre para la economía en los años siguientes. El endeudamiento ha sido importante en este sexenio, pero no explosivo, ha sido de largo plazo, y buena parte en pesos.

No existe elemento alguno para decir que habrá una crisis de fin de sexenio, punto.

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