Todos Estamos Locos

Amor propio

La relación con el tiempo es fundamental para darse la oportunidad de reparar el amor propio, escribe Vale Villa.

Quererse a uno mismo con contradicciones, incongruencias, claroscuros, arrepentimientos y sufrimientos incluidos es una tarea que puede durar la vida entera y puede ser que nunca seamos tan buenos ni tan impecables como quisiéramos para poder aceptarnos. Impresionables por la crítica, encontramos muchos obstáculos para amarnos.

La demanda de los consultantes que llegan al consultorio es, textual, aprender a quererse y a valorarse más. Los lugares comunes que utiliza la sicología para describir a las personas son en parte responsables de este reduccionismo muy poderoso. Usamos palabras muy fuertes con gran ligereza, decimos: "soy tímido, estoy deprimido, tengo baja autoestima", sin considerar que son expresiones que restringen la producción de un lenguaje propio para describir la experiencia personal de un modo original.

Más que llenarse la cabeza de adjetivos habría que preguntarse cómo ocurrió la pérdida de los ideales, de una autoimagen fuerte, de la capacidad para decidir o del orgullo de ser quien se es. Cuándo comenzó la vergüenza, la autocrítica masoquista, la descalificación de todo lo bueno que se tenía. Cuándo o cómo se gestó la incapacidad de intimar o de acercarse a los otros sin miedo al rechazo o al abandono. Las historias que contamos sobre nosotros mismos definen en buena medida el destino.

La terapia es el lugar en el que se hace el recuento de todos estos duelos: historias de pérdida y también de reparación. En terapia se reconstruye la historia de las experiencias de humillación o de acoso sufrido en la familia, en la escuela, por el grupo de pares. También se habla sobre la violencia, el abuso sexual, la soledad y el silencio como sacrificio.

La lucha por ser nuestros propios biógrafos, por definir quiénes somos y lo que queremos de la vida se ve interrumpida constantemente por el inconsciente; por eso es importante reconocer que existe un otro yo desconocido al que hay que acercarse poco a poco.

El grado de crueldad con el que describimos nuestra vida y decisiones tiene mucho que ver con lo que en genérico llamamos falta de amor propio. Nos juzgamos duramente y perdemos la capacidad de observar y de entender por qué y para qué. Los hábitos verbales son parte del destino que construimos y casi nunca dudamos de lo que la mente nos dice, cuyo contenido mucha veces es como el de un disco rayado que venimos escuchando desde la infancia y que produce fórmulas hechas para describir y prescribir quiénes somos.

Hay situaciones que de modo puntual se asocian a problemas con el amor propio: vocaciones frustradas, problemas con la apariencia física, figuras parentales aniquilantes y autoritarias que descalifican sistemáticamente, crecer con maltrato físico o sexual, a la sombra de un hermano o padre o tío resplandeciente, el abandono en cualquiera de sus formas.

La relación con el tiempo es fundamental para darse la oportunidad de reparar el amor propio: podemos situar el manantial del tiempo en el pasado, lamentando las oportunidades perdidas o los errores cometidos; o en el porvenir, si creemos que quedan muchas oportunidades para cambiar nuestra identidad por una más satisfactoria.

* Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa. Conferencista en temas de salud mental.

COLUMNAS ANTERIORES

La despedida
Atrévete a no gustar (II)

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.