Peras y Manzanas

Un millón de hectáreas

Con la propuesta de sembrar árboles, Andrés Manuel López Obrador manda una señal que no corresponde con la idea de un país desarrollado.

¿Quién se puede oponer a la siembra de árboles? Pensar en sembrar un millón de hectáreas de árboles frutales y maderables adicionales esparcidas por el país es una bonita idea. Asumiendo que se seleccionan los árboles adecuados para los diferentes ecosistemas, sin duda podrían lograr fines variados como reforestar algunas regiones, impulsar algunos cultivos y cuidar el medio ambiente.

La siembra de un millón de hectáreas de árboles debería de ser vista como un punto, uno solo, dentro de un plan coherente y articulado de desarrollo agrícola e incluso económico del país. Proponer la siembra de árboles como un plan maestro para evitar la migración, generar empleo y promover el desarrollo económico del país no sólo es ingenuo, es engañoso. Durante la campaña electoral, López Obrador presentó la idea en varias ocasiones. La idea tiene las mismas características que muchas de las planteadas por el futuro presidente.

Es fácil de transmitir, es grata para la percepción pública y se le envuelve para la venta en un sinfín de virtudes que probablemente no tenga, pero aparentemente eso es lo menos relevante en estos momentos.

Los detalles del plan los presentó López Obrador el domingo en un mensaje grabado en la selva lacandona. Se plantarán 500 mil hectáreas en 2019 y otras tantas en 2020 con la idea de que puedan iniciar su producción antes de que termine el siguiente sexenio. El agrónomo Hugo Chávez estará a cargo del proyecto. Se pretende que con este programa se generen 400 mil empleos permanentes con paga de jornal a campesinos, a cargo del presupuesto federal. Frente a la bucólica idea nadie habla de productividad ni de modernizar la agricultura, tampoco se cuestiona qué tan eficiente será para lograr los objetivos que le dan origen. Sugerir la evaluación del proyecto desde el punto de vista económico, financiero o social sería algo similar a una herejía. Pensar siquiera en los países que están marcando una pauta en desarrollo agroalimentario, con agricultura automatizada, con mínimos recursos humanos y nutrición y riego calibrados a la perfección, no es un tema que esté en la agenda de nuestro país. Mejor seguir pensando en subsidios o en mantener las ineficiencias cuando existan.

Sin tener más detalles del proyecto, ni información de sus costos o cargo al erario, suena a que plantar árboles es la más inocua de las recientes ideas del futuro presidente de México. A pesar de ser una idea suelta sin proyecto y sin estrategia, parece mejor que algunos de los puntos señalados en el plan de austeridad, como la disminución de salarios a los funcionarios públicos, el despido de 70 por ciento de los trabajadores en puestos de confianza y la dispersión de las secretarías por el país, y ni qué decir del nombramiento de Manuel Bartlett a cargo de la Comisión Federal de Electricidad, que adicionalmente a los cuestionamientos sobre su persona o su trayectoria, deja entrever el futuro —o vuelta al pasado— de la reforma energética.

Sin embargo, me llama la atención la necesidad constante de dar nota diario. Nadie cuestiona la legitimidad ni la magnitud del triunfo. Responder a cada cuestionamiento que se le hace al equipo del futuro presidente con el porcentaje de votación que obtuvieron es una obviedad innecesaria. Hay quien opina que es positivo que López Obrador y su equipo vayan presentando a cuenta gotas más detalles de sus planes para el país. Difiero. Dado lo que he visto en el primer mes transcurrido tras las elecciones, sería mejor que el equipo morenista hiciera una pausa en sus apariciones públicas y reflexionara antes de soltar una idea tras otra en cualquier espacio que se les abra. El nuevo gobierno no va a empezar antes de la fecha programada. Deberían de aprovechar los meses que faltan y armar un plan coherente para gobernar este país.

En este sentido, Andrés Manuel López Obrador manda una señal que no está alineada con la idea de un país desarrollado. Las cosas —los bienes y los servicios— tienen un costo y tienen un precio. No por ser servicios o bienes públicos están exentos del costo ni deberían estarlo del precio. El futuro presidente de México anuncia, no sé bajo cuál de sus futuras facultades, que cualquiera que haya tenido adeudos en sus facturas eléctricas antes del primero de julio será perdonado y eximido de los cargos. Me parece gravísimo. Es un castigo implícito a los ciudadanos que hacen frente en tiempo y forma a sus obligaciones fiscales y de pago de servicios. Se va a premiar a los que no cumplen y se manda la señal de que no cumplir es lo correcto, total, que alguien más pague independientemente de que sea yo quien use los servicios.

¿Es esa la idea de un mejor país que tiene López Obrador? ¿Es ese el concepto de legalidad que quiere transmitir?

Después de todo, plantar árboles no suena tan mal.

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