Victor Manuel Perez Valera

Urge un retorno a las virtudes

En nuestra sociedad actual urge revalorar las virtudes, el vicio nos hace esclavos, dice Varela.

La palabra virtud se ha desgastado. El gran filósofo Max Scheller afirmó que incluso ha llegado a ser un término detestable y que algunos al escuchar esta palabra no pueden reprimir una sonrisa burlona.

Para Paul Valery la palabra virtud ha muerto o está agonizando, más aún, muchos moralistas modernos reconocen su devaluación incluidos aquéllos que buscan rescatarla. Una retórica vacía y una desvirilización de las virtudes contribuyeron a desprestigiarlas, no obstante que la palabra latina virtus significa energía, firmeza, valor, bravura, coraje y fuerza.

Vale la pena desenmascarar estas deformaciones, ya que marginar las virtudes es perder un rico capital ético, que nos conduciría a dejar de lado una fecunda gama de hábitos o cualidades permanentes que son el eje de la vida moral, fuerzas constructivas de la personalidad y base de la convivencia social.

Para iniciar el rescate de las virtudes conviene regresar al origen de las concepciones grecolatinas. Así, recordemos que Aristóteles llama a la virtud areté y de su raíz ar proviene el mismo nombre del filósofo. La mejor traducción de areté sería la palabra excelencia. En efecto, en la antigüedad clásica, la areté caracterizaba a las personas que destacaban sobre la masa, que descollaban por sus proezas, que poseían un liderazgo. Con el desarrollo de la vida social y la instauración de la democracia, la areté pasó de ser algo externo a algo más profundo y espiritual, a involucrar cualidades excelentes como la grandeza de ánimo, la fortaleza y el valor ante las adversidades, la prudencia y moderación ante las decisiones difíciles. La areté era una cualidad dinámica que impulsaba el sentido de competitividad, la lucha por ser mejor y superar la mediocridad. En suma, la grandeza de ánimo, la sabiduría práctica, la ecuanimidad y el sentido de la justicia eran cualidades, en el mejor sentido de la palabra, aristocratizantes.

La areté es un modo de ser que se manifiesta en la vida concreta y práctica, sin embargo, es algo arduo que cincela el carácter. Aristóteles la define como "una actitud firme orientada hacia la decisión y colocada en el punto medio (aurea mediocritas) gracias a una reflexión correcta". En otras palabras, como nos enseña su Ética Nicomaquea, se trata de un tipo de reflexión que dota al hombre de sabiduría, que lo conduce a saborear la acción correcta. Tomás de Aquino la considera el máximo de la potencia que dispone a lo mejor, fuente de riqueza, rico capital espiritual.

Por lo anterior, no es de extrañar que san Agustín, el filósofo de Hipona, designe a la virtud como ordo amoris (el orden del amor). Recordemos que el orden es la disposición de varios elementos de acuerdo a un fin, y en el caso de la virtud dirigida por el amor.

Así, la avaricia que tanto corroe a muchos de nuestros políticos, no es un defecto debido al oro, sino debido a alguien que ama al oro de modo excesivo en detrimento de la honradez y la justicia, las cuales deberían ser tenidas en mucho mayor estima que el oro.

Para concluir nuestra reflexión sobre la virtud es conveniente aducir dos citas, una del Estagirita y otra del gran filósofo jesuita Baltasar Gracián: en su Retórica escribió Aristóteles, la excelencia en el carácter (areté) "es un poder creador y conservador de bienes y una facultad para lograr muchos y grandes beneficios". Ella es una disposición adquirida y duradera para actuar de modo voluntario y reflexivo de acuerdo con un justo medio, que evita los vicios de los extremos. La virtud es plenitud, culminación, no tiene nada que ver con la medianía o la mediocridad.

Corroborando lo anterior, Baltasar Gracián en su excelente libro El arte de la prudencia nos entrega dos magníficas reflexiones sobre la virtud. La primera es una contundente refutación de los que defienden la inmoralidad o una moral barata: "Arte para vivir mucho, vivir bien. Así como la virtud es premio en sí misma, así el vicio es castigo en sí mismo." La segunda cita es un elogio hiperbólico de la virtud: "La virtud es una cosa de verás, todo lo demás de burlas. La capacidad y grandeza se han de medir por la virtud, no por la fortuna: ella sola se basta a sí misma. Vivo el hombre le hace amable, y muerto, memorable".

En nuestra sociedad actual urge revalorar las virtudes, el vicio nos hace esclavos, la virtud señores, dueños de nuestro mundo, poseedores de la más ilustre empresa de la vida. Si el ser humano, no cultiva las virtudes, se puede convertir en el más salvaje de los animales.

*Profesor emérito de la Universidad Iberoamericana.

COLUMNAS ANTERIORES

Jesucristo el Logos: Logoterapia espiritual
En el país de los eternos hielos

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.