CIUDAD DE MÉXICO. Roger Bartra fue tan extranjero en Estados Unidos como en su propio país, México, donde nació por casualidad; sus padres catalanes –escritores y traductores ambos– se refugiaron aquí del franquismo. En 1949, cuando el niño tenía siete, el padre obtuvo la beca Guggenheim (hizo una antología de poesía norteamericana) y la familia se mudó a Nueva York. Roger incorporó rápidamente el inglés, abrazó su lengua materna, el catalán, y olvidó el español.
"Algo que me ha perseguido, o acompañado, toda la vida ha sido ser considerado –o sentirme– un extranjero en mi propio país".
_¿Dolía? ¿Duele?
_Un poquito. No fue nada trágico, pero en su momento determinó mi perspectiva en el trabajo y la atracción por tomar distancia de México, a veces imaginaria y a veces real. Desde pequeño supe que el mundo era mucho más que la Ciudad de México".
Bartra siempre fue espigado, y más cuando niño, por el promedio nacional. Era rubio y hablaba otra lengua. "Se burlaban por mi aspecto y trataban de imitarme; suponían que era gringo. A estas alturas todavía me topo con gente que me pregunta si soy mexicano. En cierta manera he vivido un exilio permanente, porque no tengo a dónde regresar".
Hablamos de otra de sus huellas: la Guerra Civil Española, que determinó su lugar de origen y hasta su posición política. "Yo nací en la izquierda".
_¿Cuándo fue consciente de que usted le pertenecía a la izquierda?
_En el bachillerato. Yo dirigía una revista de los estudiantes del Colegio Madrid y escribí un artículo sobre la Revolución Cubana, con un dibujo de los barbones.
Me alivia saber que al erudito también lo asaltaron las dudas sobre su vocación. La resolución se decantaba entre filosofía o arqueología –aún ignoraba que existía la antropología–, e ingresó a la ENAH en los sesenta. El título de arqueólogo quedó pendiente. Sus pulsiones lo arrastraron hacia la política radical, y se unió brevemente a la guerrilla jaramillista. "Por suerte no llegó más; pude acabar en la cárcel o muerto".
Reinició sus estudios etnológicos, pero apenas terminó huyó del "insoportable clima político" generado por Díaz Ordaz. "Mis alternativas para trabajar eran reducidísimas debido a mi militancia; ser comunista en aquella época era una piedra atada al cuello". De modo que Bartra dejó su trabajo en la Comisión del Río Balsas y partió rumbo a Venezuela. Vivía en la zona andina de aquel país, donde daba clases e investigaba.
"Me volví euro-comunista en Venezuela. Estaba asombrado porque era, al mismo tiempo, uno de los países más dependientes de Estados Unidos (por el petróleo) y un país con una democracia vibrante. Eso derribó mis esquemas dogmáticos. No podía haber democracia bajo condiciones de dependencia capitalista..."
Bartra volvió a finales del 68 y encontró "un país horrendo". En Venezuela de nuevo, se dijo que no volvería a México. Había perdido hasta el acento. Viajó a Inglaterra para iniciar sus estudios doctorales, pero lo desanimó un enfoque muy conservador para los estudios de antropología. Se fue a París y se doctoró en la Sorbona.
Luis Echeverría, sucesor de Díaz Ordaz, inyectaba a la UNAM una enorme cantidad de recursos para "equilibrar los efectos del 68". En 1971, Bartra se incorporó a la universidad que ya encabezaba Pablo González Casanova, con la idea de que era un trabajo transitorio.
En el arranque de los ochenta, fundó la revista El Machete, que sobrevivió solo 15 meses. Los estalinistas del Partido Comunista la boicotearon, a pesar de su éxito de ventas. En su cubículo, Bartra muesra un ejemplar que lleva en la portada un desnudo femenino, toda una provocación en aquella época de prohibiciones. El Machete tiraba 20 mil ejemplares, una barbaridad incluso para la mayoría de las publicaciones periódicas en estos tiempos. "Era una revista iconoclasta, renovadora, que disgustó a los dirigentes más duros, más obreristas y dogmáticos del partido".
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Más adelante, mientras dirigía La Jornada Semanal, el investigador publicó el resultado de sus indagaciones sobre temas agrarios. Antes había escrito De la Tipología y la Excavación en el Método Arqueológico, un libro técnico. Nunca ha sido partidario de encerrarse en un tema, así que al cabo de un tiempo dio un primer salto al estudio de los temas de la identidad nacional. Entonces publicó una de sus obras más conocidas (aunque entonces fue mal recibida "y mayormente ignorada" en los medios intelectuales), La Jaula de la Melancolía, que terminó fuera de México porque obtuvo la Guggenheim y un puesto de profesor en la Universidad de Wisconsin.
Ese salto tiene, en parte, una explicación: el rector Soberón eliminó la figura de asistente de investigación y, explica Bartra, los estudios agrarios requieren de recursos suficientes, trabajo en equipo, ayudantes. La otra fue "el cansancio intelectual o el aburrimiento".
Posteriormente, jaló uno de los hilos de La Jaula de la Melancolía: la idea del salvaje, del primitivo, del campesino como parte de la identidad nacional y publicó algunos libros al respecto. Luego tiró del otro hilo: la melancolía. "Me di cuenta que los dos son mitos europeos y me interesaron los dos". Surgieron La España del Siglo de Oro y El Duelo de los Ángeles.
De la melancolía al estudio del cerebro dio "un salto mortal, porque realmente tuve que empezar de cero, aunque toda la vida me habían interesado la psiquiatría y la neurología. Verás que mi vida está llena de mortales. En la academia estos saltos no suelen ser muy bien vistos; hay más de un tradicional que piensa que hay que dedicarse toda la vida el mismo tema".
Bartra, lector infatigable de poesía y de novelistas clásicos, sostiene: "No hago mucho caso a los límites de las especialidades; transito de una a otra, para molestia de los que sí defienden sus parcelas disciplinarias. Yo paso por la psiquiatría y la neurología, la historia y la mitología, y la neurología y la ciencia política sin fijarme en las fronteras".
_¿Y el siguiente salto, doctor?
_Puede ser que retome el tema de la melancolía. Estoy explorando y a lo mejor voy a dar un brinco para atrás…