Hace un año, periodistas del periódico británico The Telegraph hallaron pequeñas cajas negras debajo de sus escritorios. Los dispositivos con la leyenda "OccupEye" detectaban si estaban en sus lugares.
El Sindicato Nacional de Periodistas se quejó por la vigilancia y, aunque la compañía insistió en que las cajas estaban destinadas a reducir costos de energía, fueron removidas.
Sensores que controlan más que la temperatura y el aire acondicionado ya están en muchas oficinas, son más discretos y no tienen nombres que recuerdan a los villanos de James Bond.
"La mayoría de las personas ni siquiera los notan", dice Joe Costello, director ejecutivo de Enlighted, cuyos sensores recolectan datos 350 firmas.
Están ocultos en las luces o en las tarjetas de identificación y monitorean por ejemplo el uso de la sala de conferencias, la ubicación de los empleados y cuánto tiempo pasan sin hablar los compañeros.
Algunos sensores generan mapas de calor que revelan cómo se mueve la gente en una oficina, otros, como OccupEye, regulan los sistemas de calefacción.
La empresa Gensler, de diseño de oficinas, tiene mil sensores Enlighted en su nueva sede en NY. Los dispositivos del tamaño de una moneda de diez centavos detectan movimiento, luz natural y uso de la energía; también aprenden patrones, por ejemplo si los trabajadores de un departamento inician su jornada a las 10 de la mañana, las luces se encenderán hasta esa hora. Gensler ha visto un 25 por ciento de ahorro en costos de energía.
Mientras los datos se anonimicen, como en Enlighted, a algunas personas no les importan mientras les haga la vida laboral más fácil. "No me molesta. No se siente intrusivo", dice Luke Rondel, de 31 años, estratega de diseño de Gensler.
La mayoría de los trabajadores estadounidenses que el Centro Pew encuestó el año pasado señaló que toleraría la vigilancia y la recolección de datos en nombre de la seguridad.
Pero hasta cierto punto. El Boston Consulting Group ha equipado a 100 empleados voluntarios en su nueva oficina de Manhattan con tarjetas que incluyen un micrófono y un sensor de ubicación que rastrean las interacciones físicas y verbales. BCG dice que pretende usar los datos para ver cómo el diseño de la oficina afecta la comunicación de los empleados.
Los críticos calificaron el plan como orwelliano y despótico. "Es un poco invasivo", reconoce Ross Love, de 57 años, un socio que se ofreció como voluntario.