En 2001, Bob Dylan fue acusado de plagio tras lanzar su álbum Love and Theft. Sus detractores lo culparon de haberse robado versos del escritor japonés Junichi Saga. Él lo negó todo. Para sorpresa de muchos, con el tiempo se descubrió que también había frases de F.S. Fitzgerald, Tennessee Williams y hasta de Ovidio. Aquel hecho –que en su momento causó bochorno entre los seguidores más puristas del compositor– revela quién es el verdadero Dylan: el erudito que llevó la literatura al rock, coinciden en entrevista el escritor Julio Patán y el poeta Salvador Mendiola, a medio siglo de la aparición del Highway 61 Revisited, uno de los álbumes más importantes en la historia de la música moderna.
"Bob Dylan es el poeta del siglo XX. Su figura corresponde a lo que muchos llamarían 'un poeta esencial', porque tiene la oportunidad de cantar en vida lo que sucede en su tiempo y su geografía. La mayoría de los autores grandes sólo adquiere esa condición después de la muerte", asegura Mendiola.
Pero el compositor de Like a Rolling Stone no se asume como un poeta. En abril de 1965 dijo que era sólo "un artista del trapecio". Y así se considera hasta hoy. Desprecia la etiqueta de bardo exquisito. Cuenta Patán que, desde muy joven, guiado por ese mito del folk llamado Woody Guthrie, Dylan sólo quiso contar su realidad a través de una guitarra,una armónica y una lírica casi elemental.
"El tuétano de Bob Dylan es la literatura. Igual que en Leonard Cohen o Lou Reed, su música sólo fue un vehículo para su expresión poética. Tenía un oído tremendo para las formas más populares del arte literario. Y eso lo aprendió de Guthrie, un tipo mucho más letrado de lo que varios se imaginan", señala el autor de Cocteles con historia.
Los entrevistados sostienen que, en 74 años, Dylan ha construido un personaje colmado de contradicciones. En sus inicios era un joven amante del folk como manifestación popular de las clases trabajadoras. Después se sumó a la lucha contra la segregación racial; basta recordar Hurricane, aquella canción que denunciaba los errores en el proceso judicial en contra del boxeador afroamericano Rubin Carter, quien fue acusado de cometer tres asesinatos en los que, se supo después, no participó.
Cuarenta años después de aquella época de combate se impondría el Dylan que anunciaba lencería, promocionaba el Super Bowl y recibía distinciones en la Casa Blanca. Mendiola asegura que esos giros son naturales en hombres tan contraculturales. “La congruencia monolítica es propia de los idiotas”, coincide Patán.
"Hace 50 años, la protesta era medular para la contracultura. Pero cuando ésta entró en contacto con el rock and roll se llenó de contradicciones. Y yo creo que a Dylan le tocó vivir todas esas incongruencias. Hoy vive las consecuencias de haber sido un tipo totalmente contracultural: vivir solitariamente, no tomar partido político ni integrarse a un grupo intelectual", explica el académico de la UNAM.
De hecho –detalla Mendiola– Dylan se alejó del folk cuando notó que éste se había convertido en el género favorito de los escritores y los universitarios en los 60. Nunca le agradó la idea de integrarse a una clase académica; quizás por eso –agrega– hoy el cantante prefiere aparecer en la televisión que en las universidades.
"En Bob Dylan hay un irónico escepticismo frente a todo, un desencantamiento general hacia la vida. Me sorprende la virtud que tiene para dibujar retratos urbanos con la precisión de una novela realista. En ese sentido, creo que Dylan nunca ha traicionado sus convicciones estéticas", afirma Patán.
Otro elemento que no desaparece en la obra de este músico originario de Minnesota es el de la religiosidad. Robert Allen Zimmerman –su verdadero nombre– nació en el seno de una familia judía. Se educó dentro de lo que Amos Oz llama "la religión de la duda y el debate". El concepto de Dios ha cambiado constantemente para este hombre que se convirtió al cristianismo en 1978.
"En sus canciones siempre ha estado presente esa preocupación por lo religioso, pero no como una militancia, sino como una vocación predicadora, una inquietud por las formas de lo espiritual. Quizás él se une al cristianismo norteamericano porque se trata de una religión muy transgresora que obedece más al maniqueísmo renacentista. Dylan es rebelde hasta en su religiosidad", comenta Patán.
La narrativa bíblica está presente en varios de sus álbumes. En la canción Highway 61 Revisited, Jesús le pide a Abraham que mate a un hombre en la autopista que va desde Duluth hasta Nueva Orleáns, una ciudad que, por cierto, adoraba Dylan. En Chronicles, su primera autobiografía, escribió: "Aquí uno puede estar muerto y no darse cuenta. El pasado no existe. Los borrachos dementes se arrastran por las alcantarillas. La melancolía cuelga incesante desde los árboles. La ciudad es un eterno poema". Muchos aseguran que el sujeto asesinado en la carretera era él. Una década después, se volvió cristiano.
"El choque con Dios fue muy fuerte para él. Su familia judía no era ortodoxa; eso lo dotó de libertad espiritual para cuestionar los dogmas y su concepto de lo divino. Fue así como se enfrentó al monoteísmo y acabó por aceptarlo. Hoy Dylan ya es un descreído de todo. Pero sobre todo es un buen ejemplo de que la vida, sin lo sagrado, no tiene sentido", dice Mendiola.