"Cuando los portugueses descubrieron Brasil, el Brasil ya había descubierto la felicidad". No podía ser más cierta esta aseveración del poeta Oswald de Andrade.
Basta escuchar el ánimo sincopado de una samba o un bossa-nova para constatar que incluso cuando se canta a la saudade, la nostalgia cobra un tono dulce.
En su "Manifiesto Antropófago" de 1928, el vate modernista definió otro rasgo esencial de lo brasileño: su capacidad de asimilar las influencias externas y reinventarlas.
"Si hay algo que nos identifica es la capacidad de devorar lo que hay alrededor y devolver algo completamente distinto y nuevo, y eso es algo que Brasil ha sabido hacer como ningún otro país con su música", asegura la periodista Adriana Smyth, quien desde hace dos décadas se ha dedicado a divulgar la producción musical de aquella nación en México.
El arte que quizá mejor expresa el carácter de Brasil es mucho más que samba y bossa-nova, que tuvieron un boom en los 60.
"Es cierto que el gran público en otras latitudes desconoce mucho de lo que se hizo después", admite la experta, y advierte que incluso la tropicalia, movimiento de ruptura que siguió al bossa a fines de la década, y que introdujo elementos del rock como el uso de guitarra eléctrica, con jóvenes como Caetano Veloso, Gal Costa o Gilberto Gil, no cobró tanta proyección en el extranjero.
Después del bossa, el cantante Wilson Simonal fue muy famoso en México, en los 70, sin embargo lo más conocido fuera del cono sur fueron grandes baladistas como Nelson Ned y Roberto Carlos. "Sin contar el Disco samba, que de alguna manera lo defiendo porque es un mix, no muy bien hecho, pero con canciones muy buenas", comenta la especialista.
Más que samba
Hoy existe una pluralidad de fusiones, muchas de ellas bailables, con géneros como el pop, la electrónica, el hip-hop o el rap, con una base de ritmos locales en los que hay una fuerte presencia de las percusiones, como la samba. Es precisamente ésta el principio de buena parte de la música brasileña. Otrora despreciado por la élite y la clase intelectual, este ritmo popular de raíces africanas fue rescatado a fines de los años 50, a través del bossa-nova, creación carioca que se acrisoló con la influencia del jazz.
"No hay una traducción para la palabra bossa, pero se refiere a una nueva forma; un nuevo swing", explica Smyth.
Fue entonces, en los 60, que Brasil se proyectó al mundo a través de autores e intérpretes como Antonio Carlos Jobim, Vinícius de Moraes, Chico Buarque, Joao y Astrud Gilberto.
También tuvo importancia la llamada música popular brasileña o MBP, una década después, con figuras como el mismo Gilberto Gil, Elis Regina o Maria Bethania; una vena que se mantiene viva en voces como la de Marisa Costa, Bebel Gilberto o María Rita, quienes se han presentado en México y tienen un público cautivo. "Brasil se ha distinguido por tener muy buenas vocalistas", acota Smyth.
Mosaico actual
Es natural que, dada la extensión del país más grande del subcontinente americano, haya una enorme diversidad de géneros y formas de tocar, advierte la conductora de Bossa Beats, en Horizonte 107.9 FM.
Entre los más recientes, por ejemplo, está el forró, surgido en los años 90 en el estado de Pernambuco, en el nordeste del territorio. Consiste en una mezcla de ritmos regionales con rock, hip-hop, funk o electrónica, como lo hace también el mangue beat, que tiene como icono al fallecido vocalista Chico Science.
"Recientemente se ha tenido un mayor conocimiento de la música del norte de Brasil, que posee una mezcla con cosas muy caribeñas".
En la región central, las composiciones reciben mucha influencia del sureste (Río de Janeiro y Minhas Gerais). Ahí surgió sertanejo, que actualmente no tiene nada que ver, dice la especialista, con el que se tocaba en las haciendas, entre 50 y 100 años atrás: eran canciones con guitarra, a veces con acordeón, que se entonaban alrededor de una fogata.
"Hoy el sertanejo se ha deformado en un híbrido, una cosa medio pop que está dominando el mercado musical brasileño. Tuvo un boom en los 80 y por desgracia se escucha en todo Brasil, es la música que da temas a las telenovelas", considera sobre el género que tiene entre sus exponentes más exitosos al dueto Munhoz e Mariano.
La zona de Bahía tiene entre sus máximos exponentes a Carlinhos Brown, quien cobró fuerza entre los 80 y los 90, mientras que Río cocinaba movimientos como el funky carioca, con vocalistas que hoy juegan al spoken word como Mc Marcinho, o que toman un cariz pop en propuestas como la de Valesca Popoluza.
"No es como el funk americano, pero es una black music muy carioca en la que hay unos vozarrones fantásticos; hacen una mezcla de hip-hop com samba y otros ritmos brasileños".
Un derivado, el funky melody, aborda el sentir de la gente de las favelas, como lo muestra este fragmento del Rap da felicidade, de Mc Cidinho:
Yo sólo quiero ser feliz/andar tranquilamente en la favela do nací, poderme enorgullecer y saber que el pobre tiene su lugar…
Otras vetas más urbanas tienen a grandes figuras jóvenes como Marcelo De 2, que suena fuerte en Río, y Criolo, cuyo discurso ha llamado la atención de figuras como el crítico de arte contemporáneo Hans Ulrich Obrist.
También hay una escena electrónica que integra lo brasileño con distintos beats, como lo hace Otto con la voz, y un circuito indie, en el que destacan cantantes jóvenes como Mallu Magalhaes, Tulipa Ruiz o Vanessa da Mata.
Con tal diversidad de propuestas de calidad, en un mundo globalizado, surge de inmediato la pregunta sobre la razón de que haya una menor proyección de los músicos brasileños fuera del subcontinente. Para Smyth, la respuesta es simple: una cuestión de mercado.
"Brasil es tan grande que hay suficiente público adentro, y los artistas tienen una enorme cantidad de presentaciones, que es de lo que ahora viven, sin necesidad de salir", apunta.
Así que si la montaña no va a Mahoma, habrá que ir a conocerla: la aventura está a la mano a través de Internet. Brasil se mueve vertiginosamente. El Mundial es un gran pretexto para verlo andar.