Un día, Michael Nyman –autor de la música en numerosas cintas de Peter Greenaway- esperaba entre vestidores a que comenzara uno de los conciertos que dio en México el virtuoso violinista Joshua Bell, quien suele tocar con esa joya rara y viva que es el violín Stradivarius. De pronto, cayó un pesado cenicero vertical, que arrancó la desaforada reacción del pianista, quien sólo atinó a tartamudear en inglés: "¡The Stra… the Stra… the Stra!".
Junto a él se encontraba el periodista Pablo Espinosa, quien, en calidad de melómano empedernido, narra la escena en una conversación en torno a ese tesoro de la laudería antigua que alcanzó su máxima perfección entre 1700 y 1725. Conocer su sonido es privilegio de unos cuantos.
¿Qué importancia tiene el violín en la historia de la música?
"Es la base de la música de concierto; es más, el mayor número de instrumentos en una orquesta son violines y la primera autoridad de la orquesta es el concertino. El violín hace vivir a las orquestas. Una de las figuras más relevantes en su historia fue Paganini, el Jimmy Hendrix del violín, que representa lo que llamamos violinistas cirqueros. Los primeros violines, allá por el 1500-1520, eran instrumentos para el baile -y lo siguen siendo -entre los gitanos por ejemplo. Hoy violinistas como Joshua Bell o Anne-Sophie Mutter recuperan esa figura y hacen cantar al violín e incluso bailar".
¿Qué tiene un Stradivarius que no tenga otro violín?
"Muchas cosas. Es la Capilla Sixtina de los violines. Numerosos estudios llegan a la conclusión que lo que lo diferencia es el barniz que proporciona un manto a la madera que se refleja en el sonido. Los mejores Stradivarius están fabricados con maderas nobles procedentes de una especie de pino que crece en Europa. Sus partes, además, tienen nombres que representan la belleza, lo dionisíaco: el alma, la voluta, los hombros redondos, el mástil... Antonio Stradivari revolucionó el cuerpo del violín haciéndolo más largo, con un vientre más redondo; las efes tenían una conformación diferente y utilizó maderas jóvenes que, como los buenos vinos, iban envejeciendo gustosamente; el violín es un ser vivo. De todas las historias que rodean al Stradivarius hay una muy bonita: dicen que de todas las maderas que utilizaba Stradivari una era muy especial porque la obtuvo de un árbol sumergido en un río que permaneció tanto tiempo en el agua, que se impregnó de la vibración del río, de ahí su sonido".
Cuando suena un Stradivarius, ¿se reconoce?
"Sí, hay algo en él que no se puede explicar. Es imposible imitarlo y un oído educado sabría perfectamente distinguir un sonido de otro. Stradivari logró la aspiración a lo perfecto. La coloración del barniz, según esos estudios, ha conseguido en los Stradivarius el equilibrio perfecto entre flexibilidad, color, textura y profundidad de sonido. Quien ha escuchado alguna vez un Stradivarius, lo recuerda siempre".
Si trasformáramos en palabras a qué suena un Stradivarius, ¿cuáles serían?
"Sublime, lo perfecto, porque sí existe la perfección. Es una epifanía. Alguien que ha logrado ponerlo en palabras es uno de mis escritores favoritos, Pascale Quignard. En su cuento Lección de música, los diálogos de un maestro laudero chino y su alumno representan el sonido de un Stradivarius. Recuerdo un pasaje que dice: 'ahora estoy condenado a seguir viviendo y mi próxima experiencia será en Cremona'. Cremona, cuna del Stradivarius y a la que rodea toda una leyenda.
Para los profanos en la materia, ¿qué identifica a un Stradivarius además del sonido?
"El color. Los Stradivarius tienen un color desvanecido del naranja al rojo, de ahí la famosa película El violín rojo, en la que Joshua Bell toca un Stradivarius que ha traído muchas veces a México y que es uno de los más famosos -escucharlo es ingresar en lo inefable. Junto al color, la forma: el vientre es más redondo, la voluta tiene una curva embelesante, los adornos son peculiares y únicos, y también están presentes en los arcos y los estuches a modo de firma del maestro".
Si no hubiera existido el Stradivarius, ¿qué nos hubiéramos perdido?
"Un milagro único e irrepetible. Sin él estaríamos todavía en una etapa cultural anterior, los colores que inventaron músicos como Debussy no existirían si los hombres no hubieran conocido aunque sea 150 de los 600 Stradivarius fabricados. Es perfecto y al mismo tiempo humano".