No deja de ser extraño que Bosnia juegue su primer Mundial de futbol justo 100 años después de que en su capital, Sarajevo, comenzó el gran acontecimiento del siglo XX, la Gran Guerra.
La historia tiene sus caprichos. Los bosnios vencieron en su último juego, el 25 de junio, a Irán. Hace un siglo, por estas fechas, se preparaba el viaje de el archiduque Francisco Fernando, príncipe heredero al trono del imperio Austro-Húngaro, a aquella región lejana del Águila Bicéfala. Dirigiría una serie de maniobras militares.
Sus asesinos ya tenían planeado en aquel 25 de junio su homicidio.
Narodna Odbrana (Defensa Nacional) era un grupo extremista serbio que buscaba la unidad de los eslavos del sur y su independencia del imperio. De corte ultranacionalista, fue creado en 1908, año en que se formalizó la anexión bosnia a austro-hungría (asignada al emperador desde el congreso de Berlín de 1878). Defensa Nacional tenía, como toda agrupación terrorista, un brazo secreto y violento: Mano Negra. Su pretensión era clara, dice Peter Hart en su libro La Gran Guerra: reivindicar a la Gran Serbia. A Mano Negra se le sumaron en poco tiempo agrupaciones clandestinas como Joven Bosnia. "En conjunto, todos ellos constituían un grupo de conspiradores sumamente motivados, y en junio de 1914 se les presentó la oportunidad de cambiar el mundo", escribe Hart.
Y cita una carta de un integrante de Mano Negra: "Un pedacito de papel (enviado desde Zagreb, Croacia) fue el que destruyó viejos imperios orgulloso de sí mismo. Fue uno de los miembros de la banda terrorista de Belgrado quien lo recibió. El recorte informaba de la visita del archiduque. Llegó a nuestro lugar de encuentro, un café llamado Zlatna Moruna. En una mesa, bajo una luz trémula de una lámpara de gas lo leímos. Cuatro letras y dos números bastaron para que acordáramos unánimemente, sin discusión, lo que debíamos hacer".
Dice Margaret MacMillan (en 1914, de la paz a la guerra) que en aquel domingo cálido, la mayoría de los estadistas europeos se encontraban en pleno esparcimiento. Poincaré, el presidente francés, en el hipódromo; Berchtold, el canciller del imperio, cazaba patos en Moravia y Guillermo II, de Alemania, en una carrera de yates en el báltico. Nadie esperaba a Armaguedón.
Los servicios de inteligencia serbios aprovecharon la circunstancia. Dice Hart que proporcionaron en secreto a los conspiradores armas y entrenamiento necesarios y luego facilitaron su regreso a Bosnia.
Aquel fatídico día los supuestos asesinos se dispersaron entre la multitud que aguardaba en las calles de Sarajevo la llegada de los automóviles de los archiduques. En principio no lograron su objetivo. Uno de ellos perdió los nervios, otro lanzó una granada de mano que hirió a algunas personas que iba en el vehículo que marchaba atrás del séquito. Luego, entre la confusión, el chofer de Francisco Fernando se desorientó. Y coincidió frente a uno de los asesinos, Gravilo Princip, estudiante y poeta frustrado de 19 años, disparó dos veces al archiduque. No falló. El primer tiro hirió al príncipe. El segundo a su esposa, Sofía, que estaba embarazada.
Hart cita al conde Franz von Harrach, quien viajaba en el auto imperial:
"De la boca de su alteza salió un hilo de sangre que me salpicó. La duquesa comenzó a gritar: ¡Dios mío, qué te ha ocurrido! Y cayó entre las rodillas de su esposo. Su alteza imperial decía: ¡Sofía, Sofía, no mueras, vive por nuestros hijos!"
Francisco respondió varias veces, "no es nada, no es nada". Murió poco después.
El 2 de julio, con base en las declaraciones de Princip, quien fue detenido e interrogado, se supo que Serbia estaba totalmente implicada en el asesinato.
Aquel día cambió para siempre al mundo.
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El prólogo es tan atractivo que el lector ávido no podrá soltar la lectura, siempre interesante, hasta terminar el libro. Sin duda, monumental.
Autor: Peter Hart
Editorial: Crítica
Precio: 229 pesos