Cuando Chick Webb perdió la batalla contra la tuberculosis espinal que mermó su estatura y deformó su figura desde chico, dejó en la orfandad a una de las big bands que hicieron leyenda en el Savoy Ballroom de Harlem en 1939. Ella Fitzgerald, entonces una joven con el laberinto de la vida por delante, jugaría un papel determinante en el futuro de la orquesta, pero no sólo como cantante.
Atizada por la batería de Webb (cuya enfermedad le llevó a las percusiones como método de rehabilitación), la banda no era en absoluto mediana: se había medido con las de Duke Ellington o Fletcher Henderson, y en 1937, produjo el siguiente titular en la revista Metronome, después de la más famosa de las competencias que albergó el Savoy: "¡Chick Webb derrota a Ben Goodman!". Esa noche 4 mil espectadores atestiguaron el Knock Out del Rey del swing, dejando a otros 5 mil afuera; una concurrencia nunca antes vista en el salón supremo de la nata afroamericana.
Henderson, Ellington, Goodman, Webb… Todos fueron directores de grandes bandas que dejaron su estrella en el boulevard de la Era del swing. Y junto a esas batutas surgió la de una mujer: Ella Jane Fitzgerald.
"Ellos representan un florecimiento del talento musical de Harlem que no desmerece en absoluto ante los exaltados escritores y artistas plásticos. La obra de estos músicos negros llegó a influir mucho más allá de los confines de Harlem, desempeñando un papel decisivo en la definición de los gustos culturales del país, y ganando adeptos en el extranjero", escribe Ted Gioia en su bíblica Historia del jazz.
1966: Hizo su debut en la Ciudad de México con una temprada en el extinto centro nocturno La Fuente (7 al 17 de octubre)
1967: Regresó al país para presentarse en
El Patio (24 de noviembre al 9 de diciembre)
1979: Se presentó en el VII Festival Internacional Cervantino, en Guanajuato.
Nacida en Newport News, Virginia, hace un siglo -cuando Rusia se preparaba para el Octubre Rojo, que acabaría en la URSS- La primera Dama de la canción, como se le llamó, no fue la voz de oro del jazz solamente.
A la muerte de Chick Webb, Ella tomó en sus manos el liderazgo de la orquesta de quien le dio su primera gran oportunidad al integrarla a su ensamble en 1934. Como directora, una posición que sacó a flote con el apoyo del saxofonista de la banda Teddy McRae -y un aspecto poco explorado de su trayectoria-, la cantante se reveló como una música de cuerpo entero, que impulsó a finales de los años 30 el surgimiento de una juventud explosiva que forjó en la pista de baile la revolución musical del swing.
ESE ATÁVICO 1934
Era miércoles cuando su intuición se lanzó como flecha hacia su destino. Tenía sólo 17 años, las mejillas aún redondas y el anhelo de bailar profesionalmente –algo que hacía en las calles por precarias monedas para subsistir- cuando se plantó en su primer escenario: el Teatro Apollo. Esperaba turno en un concurso de talentos cuando bruscamente cambió de planes: no bailaría. Por lo que alcanzó a ver entre bambalinas, las chicas que le antecedieron arrasarían con ella. No. Mejor: cantaría, por qué no, si acaso lo sabría hacer, como pocas en su época.
Domingo 30 de abril, 21:00 horas, Foro del Tejedor del Péndulo Roma (Álvaro Obregón 86, Roma).
Magna exposición: Ella at 100: Celebrando el Arte de Ella Fitzgerald, a partir de hoy en el Museo del Grammy, en Los Ángeles. Se presentan grabaciones raras además de fotos y parte del vestuario que utilizó la cantante (hasta el 10 de septiembre).
Edición especial: Ella Fitzgerald: 100 Songs For A Centennial (Verve, 4 CDs).
Ni una sombra de aquella niña que había quedado huérfana de repente un par de años antes, ni de las palizas del reformatorio, ni de la caza de clientes para un burdel con el que apoyó los ingresos de una casa negra de su tiempo. Ninguna tristeza asomó en aquel timbre cristalino con que interpretó 'Judy' y 'The Object of my desire'.
En aquel 21 de noviembre del 34, su voz se llevó algo más que una ovación y 25 dólares: fue el primer lugar de una noche que no esperaba y lo esperaba todo. Y lo obtuvo todo. Porque Ella era distinta: la transparencia de su voz y ese halo de inocencia, que nunca la abandonaría, arrojaron una nueva luz sobre la experiencia afroamericana, que teñía su relato de pobreza y segregación con la pasta oscura de Bessie Smith, la melancolía de Billie Holliday o la gravedad de Sarah Vaughan.
"Ella eliminó cualquier negatividad, no había aflicción alguna en esa voz luminosa, melódica y edificante", comenta John Reddick, historiador de Harlem, en una entrevista publicada en el sitio de Biography dedicado a Fitzgerald.
Pronto comenzaron los gigs. La claridad vocal y el sentido del swing de la joven captaron la atención de Chick Webb, quien al principio dudó en contratarla. "Él buscaba una cantante guapa y ella tenía todo menos eso", comenta el pianista y divulgador del jazz Alberto Zukerman.
ELLA, LA BATUTA
La llegada de Ella dio un lustre jazzístico a la banda –afirma Ted Gioia en Historia del Jazz-. Fue con este ensamble que alcanzó su primer número uno en las listas de popularidad: A-Tisket, A-Tasket, que duró ocho semanas arriba en 1938.
Fue al año siguiente cuando heredó la orquesta de su amigo e impulsor y la convirtió en su propio ensamble: Ella Fitzgerald and her Famous Orchestra (algunos lugares la anunciaron como Ella Fitzgerald and her Famous Band).
Bajo su directriz, la agrupación dio continuidad a la propuesta de Chick Webb. Mantuvo su éxito comercial con un repertorio de melodías bailables que encajaba en el gusto popular de blancos y negros, y sus hits quedaron para la historia en grabaciones en vivo, que han sido compiladas en álbumes como Live At The Savoy 1939-40, Complete 1940 NBC Broadcasts, The Radio Years, 1940 o Swingin' NBC Radio 1940 Big Band Remotes.
Cinco años más tarde, la dirección artística del ensamble entró en crisis. Ella había contraído matrimonio en 1941 con Ben Kornegay, un traficante de droga y ex convicto cuyos abusos físicos terminaron en un divorcio al poco tiempo. Ella dio entonces un nuevo comienzo a su vida y su Famosa Orquesta banda se disolvió al año siguiente.
Había llegado el momento de volar.