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Ethel Krauze retrata el horror de la violencia

En su más reciente novela, "El País de las Mandrágoras", Ethel Krauze pone nombre a los horrores de la violencia. "Hemos perdido el sentido sagrado de la existencia. Nos enfrentamos a la ausencia de Dios y mucho de ello tiene que ver con la pérdida del lenguaje", dice.

La escritura de este libro no expresa gratitud alguna: por el contrario, lamenta haber tenido que escribirse. Así comienza El País de las Mandrágoras (Alfaguara), la nueva novela de Ethel Krauze, quien pone el dedo en la llaga para hablar, a través de un relato de carácter íntimo, sobre los miles de jóvenes muertos y desaparecidos en México a causa de la guerra contra el narcotráfico, que comenzó en 2006, durante el gobierno de Felipe Calderón.

El tema, dice la autora, no puede reducirse a Ayotzinapa, pues el país entero es una fosa común. "Los 43 son un emblema, una bandera".

___¿México ha tenido tiempo para llorar a sus muertos?
___Yo creo que no. La cuestión de los muertos nos parece un problema ajeno. Aún no sentimos el tamaño de la tragedia que nos aplasta. Escuchamos discursos políticos, jurídicos, académicos y científicos, pero nos ha faltado el literario, que es el más intimista; la literatura es el lugar del llanto. De ahí mi necesidad como escritora para publicar este libro y que así podamos hacer lo que decía Garcilaso de la Vega: "salid sin duelo, lágrimas, corriendo".

___¿De qué nos habla un país que ha matado a sus propios hijos?
___Nos habla de que vivimos en una nación sin brújula. Habitamos en un espacio de violencia en espiral. Nos habla de un fracaso, de un descontrol y de una realidad que produce horror y tristeza. La violencia es una de las características del siglo XXI; tenemos que aprender a mirarla y a llorarla. No podemos cerrar los ojos. Hay que aceptar el dolor que nos convoca y reconocer nuestro fracaso. Tenemos que pedirles perdón a nuestros jóvenes y decirles: no sabemos qué hacer.

___¿Qué salida o solución ofrece la literatura?
___Yo insisto en que primero nos corresponde sentir, y para eso la literatura nos puede servir mucho. No basta con enterarnos del problema a través de estadísticas. Debemos saber que lo que le ocurre a ese muchacho en realidad nos sucede a todos. La violencia es global: lo vemos con los desaparecidos, los migrantes, el terrorismo en Europa... Hemos estado tan anclados en buscar soluciones que nos hemos olvidado de sensibilizarnos. Nos defendemos como gatos boca arriba. Muchos están en la negación e insisten en darle la vuelta a la página, pero no podemos cegarnos, pues sentir también significa reflexionar. Somos los testigos y los protagonistas de esta época, y nos corresponde encontrarle un sentido a nuestra realidad. Como lectores, quizás, nos podamos hermanar.

___¿Por qué la sociedad se ha desensibilizado tanto frente a la violencia?
___Hay dos motivos. El primero es que los discursos que han acompañado a la violencia son estadísticos. Y cuando tú le pones números al hombre, desapareces su condición humana. Nos ha faltado una mirada profunda a nuestra realidad de los hijos muertos. El segundo motivo es que los seres humanos hemos evolucionado de forma muy drástica. Antes vivíamos en comunidades pequeñas en las que se practicaba una solidaridad y un altruismo recíproco. Hoy eso ha desaparecido, pues vivimos en macrópolis, donde ya no nos conocemos cara a cara. Sentimos que no tenemos influencia sobre lo que sucede en África o en Michoacán, lo cual ha generado una zozobra terrible. Nos enteramos de tantas cosas que necesitamos un escudo.

Y esto no es egoísmo, sino la condición humana. Debemos regresar al espíritu comunitario.

___¿Se ha perdido la capacidad de diálogo? Pareciera, de pronto, que la única salida es la violencia...
___En la novela me meto en la cabeza de Adrián, un muchacho desaparecido que vive sus últimos momentos porque está siendo asfixiado con una bolsa y le cortan sus miembros con una sierra. Entonces lo que yo hago es poner con palabras lo que él está viviendo. Hay que recuperar lo que nos dicen nuestras víctimas, revalorizar el lenguaje y entender el auténtico significado de las palabras.

___Dice usted que México es un país que ya no se horroriza ni con el horror...
___Hemos perdido el sentido sagrado de la existencia. Nos enfrentamos a una ausencia de Dios y mucho de ello tiene que ver con la pérdida del lenguaje. Si decimos que el trabajo de un sicario es pulverizar huesos y ahí lo dejamos, lo banalizamos y lo tomamos como un trabajo común. Hemos pervertido el lenguaje, y cuando esto sucede, se pervierte todo. Somos seres de palabras. Necesitamos nombrar las cosas como son.

___Muchos insisten en ver este problema como una lucha entre buenos y malos...
___El mal no existe per se. Lo natural es el bien, la creación, la vida; es el destino del espíritu. El mal es una especie de anomalía que puede ser corregida. No creo que aquí exista una lucha entre el bien y el mal. Debemos enderezar el camino mediante la recuperación del lenguaje del dolor. Yo a los números les impongo alma; a las notas periodísticas las convierto en monólogos interiores; a las marchas las convierto en sueños y memorias de unos padres, y a los huesos pulverizados los vuelvo gritos de auxilio. Humanizar es volver a nombrar las cosas. Es desesperante: escuchamos discursos e informes por doquier. Pero es ahí cuando nos preguntamos: ¿dónde está nuestra alma?

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