After Office

La vuelta al siglo en 80 Julios

Cortázar nació hace 100 años, cuando el siglo llevaba pantalones cortos y la Gran Guerra nublaba sus mejillas. Desde aquel 14 y hasta el 84, dejó otro maquillaje en las cosas, bicho maravilloso que tachonaba los defectos de una realidad siempre burocrática, siempre ordinaria.

Un puente es un libro que se abre. Coincidencia, ida y vuelta de ausencias, búsquedas que de la nada encuentran el cómo y el por qué, la causa, los desatinos anteriores que hurgaban caminos para no estar tan solos; un carnet de identidad que se parezca en algo al otro, acaso nada más la forma de mirar las estrellas y los fantasmas.

Julio Cortázar, inventor de todos los mundos, soñó con cazar crepúsculos, aunque fuera sólo uno. No lo consiguió por la extraña razón de que los crepúsculos son tan resbaladizos como las nutrias. Pero del lado de acá, de sus lectores, quedó en claro que siempre sobran estrellas a los ojos y las nubes son palabras nunca dichas.

Cortázar nació hace 100 años, cuando el siglo llevaba pantalones cortos y la Gran Guerra nublaba sus mejillas. Desde aquel 14 y hasta el 84, dejó otro maquillaje en las cosas, bicho maravilloso que tachonaba los defectos de una realidad siempre burocrática, siempre ordinaria. Sus millones de lectores en todo el mundo aprendieron que hay un espacio no conocido por la ciencia y la ortodoxia: el mundo aparte, la ventanita cortazariana en la que, como dice Strawberry fields forever, nada es cierto.

Existen autores que se ganan la admiración de sus lectores, por sus bellas palabras, por su erudición o por su abrumador lenguaje. Julio, siendo lindo con las traviesas altaneras, conocedor profundo de vampiros, hormigas y melanomas y fantástico turista planetario, se ganó el corazón, la risa, el alma de sus infinitos devotos, los de ayer y los de mañana después de mañana.

Allí en donde se reúnen la belleza, la poesía, la libertad; la travesura, la altanería y la inventiva, allí estará por siempre este sentimiento de tan adentro, de tan entrañable. Miles de clubes en este día se mandarán mensajes de felicitación y de besos por haber tenido la dicha de encontrarse justo en aquel día, en aquella esquina, en aquella librería con ese puente que se se fue cruzando, poco a poco, hasta el conocimiento mutuo en el que ya no se supo quiénes eran los que escribían y quién el que leía.

Desde hace 30 años, Cortázar lee lo que dejan sus lectores en las hojas de sus libros, que siguen tan abiertos a la dicha.

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