Los cines Chapultepec, Diana, Latino, París, Paseo, Roble, María Isabel y Real Cinema convirtieron al Paseo de la Reforma en un emblema arquitectónico del siglo XX. De ellos, queda uno: el Diana. Sobre los terrernos del resto se han montado gigantescas construcciones; inmobiliarias o estacionamientos, sin olvidar los lotes baldíos.
El auge de estas salas se mantuvo hasta mediados de los 80, época en la que la Compañía Operadora de Teatros (Cotsa) dejó de darles mantenimiento e incrementó los precios de los boletos de entrada. Cotsa operaba 260 salas, de las cuales 159 eran de su propiedad y 101 arrendadas.
En 1993, Carlos Salinas de Gortari vendió Cotsa al empresario Ricardo Salinas Pliego dentro del llamado "paquete de medios de comunicación del Estado". Entonces, la Secretaría de Hacienda tomó el control de 38 de esas 159 salas, como pago fiscal que Cotsa debía al gobierno. Entre esos bienes se encontraban El Latino, París, Bella Época, Futurama, Cosmos, Olimpia, Ópera, Pecime, Tlatelolco, Jalisco y Hermanos Alva.
Hacienda las rentó a la Cotsa de Salinas Pliego durante cinco años (1993-98). El empresario tuvo la opción de comprarlas. No lo hizo. El gobierno recuperó los cines. En un segundo proceso de licitación para su venta, estos históricos inmuebles fueron desmantelados como salas cinematográficas para "ofertarlos" como bienes con alta plusvalía por su ubicación.
El arquitecto Alejandro Ochoa Vega, autor (con Francisco Haroldo Alfaro Salazar) del libro "Espacios distantes… aún vivos/Las salas cinematográficas de la Ciudad de México", recuerda que el cine El Roble era el más grande de Reforma con 4 mil 150 butacas en tres niveles: luneta, anfiteatro y galería. Por eso fue la primera sede de la Muestra Internacional de Cine, en los años 60. Se convirtió en el principal lugar de concurrencia para cinéfilos. Esta dinámica la siguió el Cine Latino, con sus mil 850 butacas. En los años 90 fue de las últimas grandes salas disponibles para la Muestra, pues tenía un vestíbulo a doble altura y una pantalla gigante.
Ochoa Vega agrega que cines como París y Paseo eran más pequeños, de mil 500 butacas, porque tenían el concepto de proyectar filmes franceses, italianos, portugueses y no sólo lo que mandaba Hollywood.
"Ir al cine representó un momento especial de nuestra vida cotidiana porque nos alejaba de la realidad y nos acercaba a otra. Era el sitio para vivir el goce cinematográfico. Algunas de estas salas ubicadas en Reforma fueron ejemplo de arquitectura sobresaliente que reflejaba las distintas épocas de un México que ya no existe, pero que queda en la memoria colectiva de quienes nacimos antes de la década de los 70," apunta el arquitecto.
Añade que los cines del Paseo de la Reforma revisten un particular interés porque ejemplifican la función social de la arquitectura. "Estos recintos se convirtieron en lugares de disfrute compartido. No sólo son espacios funcionales, sino que posibilitan otras formas de relaciones humanas ligadas con el arte y la cultura urbana de diferentes épocas", precisa.
Poesía del siglo XX
El cine Diana incorporó a su vestíbulo un mural de Manuel Felguérez que sobrevivió hasta finales de los años 90, época en el que el inmueble fue vendido y dividido en tres salas para erigirse como Cinépolis Diana.
En Reforma, hacia el norte, se construyó el Real Cinema. Su puerta daba a la calle de Colón. Tenía una decoración muy elegante y con capacidad para tres mil 200 espectadores. Fue demolido a principios del año 2000 para convertirse en el Cinemex Real. La misma ruta que siguieron otras grandes salas capitalinas.
El cineasta Víctor Ugalde, quien definió su vocación al estar rodeado de esos edificios, comenta:
"Lo que se perdió con la desaparición de estas salas no sólo fue su arquitectura sino el concepto de cine popular. Con las subidas de precios, muchos mexicanos quedaron marginados de ese esparcimiento. La política actual impulsa el alto rendimiento de ganancias en contra de los derechos de los ciudadanos".
Todo cine es patrimonio emocional de una vida:
"Recuerdo con gran cariño estos cines. En 1972, era joven y quería ser poeta. Pero al ver la trilogía de la película Fé, esperanza y caridad comprendí que la poesía del siglo XX era el cine. Abandoné la escritura. Empecé a ver películas como alguien que quiere expresarse de esa manera y no como público normal", concluye Ugalde.