Está lejos de hacer las paces. Aunque en 2011 se integró al reencuentro de Caifanes por una breve temporada, 20 años después de su polémica salida, el guitarrista nacido en Buenos Aires (1960) asegura que perdió el patrimonio que hoy sólo le pertenece a un miembro del grupo: Saúl Hernández. Su versión de los hechos está en su autobiografía, Vida y música de Alejandro Marcovich (Ediciones B, 2015).
Arreglista de algunos temas de la agrupación con la que grabó tres de sus cuatro discos emblemáticos entre las décadas de los 80 y 90 (Miedo, Estás dormida, Tortuga, Metamorféame y Afuera, entre otras), el músico -y físico egresado de la UNAM- sigue por la senda solista, en la que, bajo reflectores más discretos, ha lanzado dos discos: Nocturnal (2003) y Alebrije (2015).
___¿Escribió un libro para contar su versión de los hechos con Caifanes?
___No, pero sí aprovecho un fragmento del libro para desestigmatizarme.
___¿Era necesario?
___Tenía una necesidad de que la gente se enterara de cómo fui despojado de un patrimonio económico irrecuperable. A mí se me estigmatizó, se me quitaron muchas cosas en ese proceso y después de 20 años me pareció que era un momento de calma.
___¿Es su versión de la historia?
___Cumple el propósito de aclarar, de poner sobre la mesa a nivel periodístico -no de ficción-, ciertos momentos históricos. No se trata de versiones, sino de hechos.
___¿Cuáles son los hechos?
___Fui despojado y hoy en día el único que goza del patrimonio del grupo es quien tiene los derechos del nombre Caifanes: Alfonso Hernández Estrada, alias Saúl Hernández. Cuando esto se ha hablado con abogados, resulta que las únicas acciones de un grupo son el nombre artístico. Es grotesco: uno de los integrantes lo registró y puso a los demás a trabajar durante 20 años, para que ese nombre tuviera un valor en el mercado 100 veces mayor que cuando empezamos tocando en bares.
___¿Todos fueron despojados?
___Todos. Esto puede ser desagradable, enterarse que en la famosa gira del reencuentro, los cuatro integrantes restantes fuimos empleados del señor Hernández, esta persona que se sube al escenario a hablar de justicia, pero no la ejerce en su propio ámbito.
___Más allá de la controversia, ¿no es la música su legado en Caifanes?
___Sí, aunque habrá a quien le moleste enfrentarse a lo que pasó tras bambalinas, por no querer que la imagen del artista que acaba de conocer o que lleva 20 años admirando, sea manchada por estas verdades.
___Pero queda la música...
___Tú hablas de legado, y creo que el mío es un arte de muy buena manufactura, visionario. Cuando en el libro digo "lo logré", no quiere decir que se consumó y ahí quedó, porque es lo que sigo haciendo, pero mi sueño sí llegó a una conclusión muy clara: ahí están las referencias de los tríos, el folclor, la música caribeña, totalmente integradas al rock.
___¿Qué modelos tenía para lograr esta fusión?
___A los 21 años me reconocí latinoamericano. Fue un hallazgo muy feliz porque ya me estaba dando cuenta de que mis dedos sentían cosquillitas al tocar frases de cumbia, por más que había intentado infructuosamente de imitar a Jimmy Page, Jimi Hendrix, Jeff Beck. Reconocí que en realidad mis iconos podían ser perfectamente Violeta Parra, Víctor Jara, el trío Los Panchos, Piazzola, que eran -son- reconocidos fuera de sus países, pero a quienes mi generación desechaba.
___Y los retomó para su propuesta...
___Sí, pero en un discurso eléctrico, de fuerte impacto, desde el río Bravo hasta la Tierra del Fuego, que me representara y que respetara mi cultura; mis antepasados son de Europa del Este, pero yo me reconozco latinoamericano. Cuando me enfrenté a esta decisión, automáticamente surgió el tema de cómo hacerlo, porque no había un método, alguien que lo hubiera hecho antes. Podríamos hablar de Carlos Santana, pero para mí él en ese momento fue más un reto que una posibilidad de imitación.
___¿Quería superar a Santana?
___Más bien, si él estaba abordando 10 grados de los 360 que abarca nuestra cultura, quise ir por los 350 restantes. Lo tomé como un referente en contraposición. A mis 21 años decidí hacer algo que no sonara a Santana, cuando era y para mucha gente sigue siendo, un referente del rock latino.
___¿Hay una escuela Marcovich?
___No lo sé. Lo que es muy bonito, es que muchos chavos me reconocen y se acercan llenos de emoción a tomarse una foto y me dicen "yo empecé a tocar la guitarra cuando te escuché". Eso va mucho más allá, me da emoción cuando me dicen eso, porque puedo confesar haber sentido lo mismo con otros músicos. La música me llena de felicidad y sigo siendo ese niño explorador.
___¿Cómo ha superado sus problemas de salud (por un tumor cerebral que le fue extirpado en 2010)?
___Llevo una espada de Damocles en el cerebro, amenazando con resurgir todo el tiempo. No sé cómo sigo creando, divirtiéndome, será por esta genética, el espíritu de mis antepasados que fueron perseguidos racialmente en Rusia, llegaron a Argentina, de donde mi familia salió perseguida políticamente y después, fui desterrado de mi propio grupo por cuestiones de codicia.