Roger Waters lo hizo de nuevo. Ante más de 200 mil personas, en el corazón de la República Mexicana, el fundador de Pink Floyd pidió la cabeza del presidente Enrique Peña Nieto.
La noche del 1 de octubre fue histórica para la Ciudad de México. Waters hizo volar su cerdo flotante al lado de Palacio Nacional y lanzó la consigna esperada: "Renuncia ya". El emblema fue el mismo que el de sus dos conciertos anteriores en el Foro Sol: los 43 de Ayotzinapa.
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El público, sin embargo, explotó en emociones moderadas, por momentos menores a las mostrados dos días antes. Las imágenes de Trump montaron la noche en una ola difícil de bajar: la de la ira. El músico ridiculizó al magnate como pudo: con labial rojo, en calzones, agachado, con pene milimétrico, con cuerpo porcino.
Pocas cosas tan simbólicas. Horas antes del concierto todo fue un coctel de sentimientos negativos. Porque México tiene razones para la indignación: el dólar, Iguala, el muro, EPN, la corrupción, la violencia, el narcotráfico. Los gritos de "¡Fuera Peña!" se escucharon desde mucho antes de que comenzara el concierto, cuando la gente caminaba por Francisco I. Madero y 20 de noviembre. Algunos jóvenes se subieron a los techos de los negocios, todos cerrados desde las cuatro de la tarde. "¡No se suban!", ordenó un policía sin éxito.
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El Starbucks ubicado sobre 5 de Mayo se convirtió en baño público, los granaderos protegieron los edificios más antiguos y los Oxxos dejaron de vender alcohol. Los controles de acceso fueron rigurosos pero inútiles. Al final, todo mundo halló la manera de meter cervezas y hasta cigarros de mariguana.
El acceso al Zócalo fue ordenado durante las primeras horas. Sin embargo, desde las 7:00 pm las autoridades bloquearon la entrada a la Plaza de la Constitución. No faltaron los intentos de portazo. Los impuntuales debieron conformarse con ver el show en las pantallas gigantes instaladas en los alrededores.
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El repertorio casi no varió. La única ausente fue Bring The Boys Back Home, dedicada a los 43. Todo fue un recorrido por lo mejor de Pink Floyd, desde el psicodélico A Saucerful Of Secrets hasta el introspectivo Dark Side Of The Moon. Pero el clímax para muchos fue, evidentemente, Another Brick In The Wall, el emblema de una generación que fue testigo de la muerte de las ideologías. Pero no todo es exquisitez o trascendencia histórica. Para muchos otros es sólo una canción más de Universal Stereo, un coro simpático ideal para cantar con los amigos.
"Trump eres un pendejo", se leyó en las tres pantallas gigantes de 90 metros instaladas en la plancha del Zócalo. La masa entonces se enardeció. Nada apagó sus emociones, ni la fría lluvia que cayó a bocajarro. Entre abucheos e insultos, el candidato republicano se convirtió en el enemigo público número uno de México. Imposible registrar cuántas mentadas de madre recibió el señor Trump al amparo de la bandera nacional.
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Los ánimos fueron calmados después por el propio Waters, quien pidió silencio al público para leer en español una carta dirigida al presidente Peña:
"La última vez que toqué en el Foro Sol conocí a algunas de las familias de los jóvenes desaparecidos. Sus lágrimas se hicieron mías, pero sus lágrimas no traerán de vuelta a sus hijos. Señor presidente: más de 28 mil personas han desaparecido durante su mandato desde 2012. ¿Dónde están todos?".
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"Usted no conoce el castigo más cruel. Toda vida es sagrada, no sólo la de sus amigos. La gente está lista para un nuevo comienzo. Es hora de destruir el muro que divide a los más ricos de los más pobres. Sus políticas han fallado. La guerra no es la solución. Observe a su gente; los ojos del mundo lo están observando a usted".
El concierto llegó a su fin minutos después, con el solo infinito de Comfortably Numb.
La demasiada gente (diría Monsiváis) emprendió la huida, sin la debida consciencia de la trascendencia histórica de lo que acababan de presenciar sobre los antiguos suelos de la Nueva España.