After Office

Trump es un fenómeno

El artista considera que Trump está equivocado, pero también la sociedad por creerle y pone como ejemplo a fabricantes de autos japoneses, que no hicieron caso a las amenazas y continuaron sus planes como parte de una construcción global.

Como artista, Carlos Amorales hurga en las grietas de un territorio sutil, casi intangible: el lenguaje. Y reconoce que hoy ese territorio está en crisis.

Su obra explora las posibilidades de la comunicación a partir de elementos que no se pueden codificar. "Hasta lo que no dice nada está comunicando", afirma quien en junio próximo representará a México en la 57 Bienal de Venecia, con la instalación La vida en los pliegues, para la que creó 700 instrumentos de aliento y ocarinas, entre otros objetos, entre ellos un video y una partitura con una composición suya, hecha de copias fotostáticas que se desplegarán sobre un muro.

En entrevista, reflexiona sobre los cambios que la crisis del lenguaje propicia en la forma de entender el mundo, en un tiempo cuyas dificultades políticas y económicas marcan, finalmente, el adiós al siglo XX.

En el mundo
La formación académica de Carlos Amorales tuvo lugar en Holanda, a mediados de la década de 1990. Después de hacer residencias en Estados Unidos y Francia entre 2010 y 2012, se estableció en México, donde ha desarrollado su carrera, que pasó por el perfomance, el cine, la creación de un sello discográfico y el arte conceptual. Su obra se ha exhibido en la Bienal de Venecia, en el pabellón de Holanda (2003), en el Guggenheim de NY, en el Museo Tamayo,
la Kunsthalle Fridericianum, así como
las Bienales de Shanghái y Berlín.

—Fuera de la región, ¿se sigue considerando tropical al arte de América Latina?
—No lo creo. Yo me formé en un país calvinista, tengo una ética hasta protestante en mi obra, busco una reducción y un esencialismo en cómo comunicar con las formas y por eso sólo uso negro, porque me recuerda al texto; es muy distante a lo que podía ser algo tropical.

Y explorando lugares en Latinoamérica, pues los chilenos de tropicales no tienen nada, ni los argentinos. Esa idea global de lo latinoamericano como una sola cosa, en realidad viene de Estados Unidos.

—¿Trump está equivocado?
—Pues sí. Pero equivocados estamos también en creerle.

Lo alucinante de Trump es que le hagamos caso, que lo tomemos en serio, eso es lo que nos tenemos que cuestionar. Él es un fenómeno, horrible, sí, pero hay que descubrir la manera de entenderlo

Tomemos como ejemplo las reacciones de Ford y Toyota: los japoneses dijeron: "somos parte de una construcción global y esto está funcionando, por tanto seguiremos invirtiendo en México". Los otros se asustaron y se regresaron a Estados Unidos. La atención está en Trump, pero él representa la punta de todo un movimiento social y si ese movimiento realmente empieza a tener efectos en Estados Unidos, como en el resto del mundo, vamos a tener que ver cómo relacionarnos con él. Ahora sólo  estamos especulando, entre entretenidos y asustados.

—¿Cómo llegó a la exploración de lenguajes?
—Creo que mi primer gran reto como artista fue romper un estilo: el de mi padre. Digamos que sentía su influencia en mí. Pero me di cuenta que si establecía un estilo, para renovarlo tenía que romperlo. Siento que esa idea de ruptura, ese conflicto con la autoridad, es algo muy de mi obra.

—Y creó un estilo propio...
—Sí, es fácil reconocer mi obra. Estoy siempre intentando romperlo, renovar mi trabajo, pero a la vez siempre soy reconocido. Como el mito de Sisífo, que sube la piedra y cuando la escala se vuelve a caer. Lo que sí es claro es que necesito experimentar y pienso la obra de una manera fractal, como conductos que me llevan a una cosa y a la otra y la otra. Por ejemplo, del dibujo paso al texto, del texto a lo sonoro, luego la música. No puedo hacer un cuadro, tengo que hacer 10, 20; no puedo hacer un instrumento, tengo que hacer 700 . No puedo hacer una sola forma . Eso es un proceso muy relacionado a las imprentas antiguas.

—¿Qué ha encontrado en esa exploración?
—Que nada tiene sentido. No, creo que encontré mi manera de hacer las cosas y de comunicarlas, involucrar a otros; no ser un artista solitario, sino alguien que trabaja siempre en grupo. Encontré una manera de comunicarme con los demás, de estar, de ser. Es muy valioso para mí ser artista al 100 por ciento. Mis padres tuvieron que ser artistas, pero también maestros, y no está mal, pero para mí sí era importante luchar por ser artista a tiempo completo, para poder ver el mundo desde esa perspectiva. Enloquecidamente artística.

—¿Qué quiere comunicar?
—Nada y todo. Estoy como todos en el mundo, no tengo una visión mayor ni menor que los demás, no tengo ninguna verdad que pueda comunicar. Lo que puedo es hacer, mostrar a través de lo que hago maneras de ser. Puedo inspirar a otros o no, pero no hay un concepto específico que quiera mostrar a los demás. Estoy dudando de todo, como todo el mundo; es esa cosa de la relatividad. Creo que todos estamos comunicando todo el tiempo, lo que está fallando es la manera de interpretarlo.

—¿Cómo interpreta entonces la frase de Peña Nieto para explicar el gasolinazo?
—"¿Y ustedes qué hubieran hecho?", es interesante que nuestro presidente se humanice, viniendo de aquellas figuras presidenciales tan supra humanas, y sea capaz, no sé si consciente o inconscientemente, de mostrarse como un ser que puede fallar. Venimos de otra tradición: los presidentes hacían grandes cagadas, pero eran Los Presidentes. Es extraño que en su mensaje a la nación haga entender que puede fallar.

Me hace pensar un poco en lo que ocurrió en Japón cuando perdieron la Guerra y el emperador Hiroito declaró que no era un ser divino, sino un ser humano como todos, y eso rompió con toda la tradición japonesa, fue lo que hizo que se modernizara el país. Tal vez está sucediendo algo similar.

—Entre la retórica con la que normalmente se expresa la clase política y esta humanización a la que se refiere, parece que hay una crisis del lenguaje, ¿así lo cree?
—Totalmente. Y se ha potencializado por la sobreinformación y en gran medida por la digitalización. Todo se volvió numerológico, todo es replicable, todo es comunicable. Lo que estamos viendo aquí se ve en China; es muy evidente con toda esta discusión de la posverdad, que plantea que ya ni siquiera sabemos si las noticias son falsas. Y también están en crisis las ideologías, a través del lenguaje se muestra eso. Si se entienden cándidamente, se empiezan a volver anacrónicas, y si se entienden cínicamente, ya no son ideologías, son sólo instrumentos.

—¿Qué dice eso de los tiempos actuales?

Es un mundo muy interesante: como todo es relativo, nos confronta no sólo ante el otro, sino hacia nosotros mismos

En el momento en que ciertas creencias dejan de ser estables, o aprendes a vivir con eso o lo rechazas, y siento que es importante encontrar las maneras de aprender a vivir con eso porque el mundo va a ir cambiando. Creo que se está acabando el siglo XX finalmente, pero siempre habrá nuevas maneras de entender,  y de pensar; tenemos que generarlas, proponerlas.

—¿Hay una crisis del relato también?
—No sé, los relatos mitológicos, esenciales, siempre están presentes. En las películas de Hollywood la estructura es muy clara. Lo que está en crisis no es tanto el relato, sino la forma de contar; la perspectiva es lo que se está cuestionando mucho. En Game of Thrones te empiezas a enamorar del personaje principal y al tercer capítulo lo matan, es una ruptura; ahí vemos cómo esos relatos se están poniendo a prueba.

—¿La presencia de la tinta es un homenaje a su padre?
—Es lo contrario. Soy hijo de dos artistas y cuando decidí ser artista lo primero que hice fue, inconscientemente, replicar el trabajo de mi padre.

Por eso fue tan importante para mí romper y encontrar mi manera de hacer arte, algo que tomó más o menos siete años. Por eso también me fui de México, para poder distanciarme de ellos. La tinta es más por una cuestión del texto, de simplificar y usar lo esencial.

—Pero el entorno familiar contribuyó a su vocación...
—Sí, desde luego. Y algo que heredé, sobre todo de mi papá, fue una aproximación a la gráfica. Él inventaba mucho, cuando yo estaba en su estudio acompañándolo, veía cómo ocurría, por eso siento que mi manera de hacer, en ese sentido casi infantil, viene de ahí. No tengo sensibilidad para la pintura, pero para la impresión, la gráfica, se me ocurren cosas. Y también tuve herencia de mi madre, hay algo de diseño y de joyería en mi obra.

—¿Por qué se cambió el apellido?
—Lo acorté. También me di cuenta que era amoral (ríe). Es un juego de palabras, pero además el primer acto importante que hice como artista fue precisamente ése. A partir del cambio de nombre pude ser yo, no Carlos Aguirre junior.

—¿Es una declaración de principios?
—No. Tampoco soy inmoral. Soy simplemente amoral, como un perro, me da igual. Es más irónico, hay mucha ironía en mi trabajo y en mi personalidad.

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