Unas mujeres originarias de Atlixco, Puebla, me decían entre risas: «Una vez nos fuimos a la Estatua de la Libertad y otra vez nos fuimos a una playa, porque ahí sí habían [sic] gringos. “Mira —decían entre ellas— ese sí es… bueno, así, bien con el pelo amarillo, hablando inglés”… ¡Ay!, ¿qué han de decir?, porque no les entendemos nada”».
Uno supone que en Nueva York debería haber muchos güeros de ojos azules; pero estas mujeres ven, sobre todo, coreanos y puertorriqueños que se la pasan en la calle «porque ellos sí son legales y los mantiene el gobierno»; negros y judíos, con sus kipás o sombreros; dominicanos que están igual de pobres que los mexicanos; ecuatorianos a quienes les va mejor porque muchos dejan de lavar platos y llegan a ser meseros. Y también ven otros paisanos que hablan náhuatl o mixteco y español —y algo de inglés, claro—. Los más jóvenes sí lo hablan porque van a la escuela allá desde chicos; si se lo proponen, hasta pueden acabar la high school, aunque es muy duro lograrlo. La universidad no, no hay modo, sobre todo si eres mexicano indocumentado.
Nueva York, ayer y hoy
¿A dónde se fue el Nueva York del compositor judío George Gershwin y del trompetista negro Miles Davis? ¿Está allá donde viven los wasp? ¿En Central Park y la 5a Avenida? No, no está ahí; ahí están los yuppies que llegaron en los años 80. Tampoco está con los artistas bohemios y gays en Williamsburg, ni con los neohippies de la 9a Avenida, ni en el barrio familiar de Battery Park. Nueva York se transforma todo el tiempo al ritmo de las modas, del mercado inmobiliario y de los flujos migratorios. Durante el siglo XIX la llegada progresiva de irlandeses provocó una desbandada de anglosajones que se refugiaron en las afueras. Los irlandeses eran considerados celtas incontrolables, de sangre encendida y siempre listos para la lujuria.
Young Urban Professionals, jóvenes universitarios que después de la era hippie ascendieron rápidamente a puestos directivos en las grandes compañías multinacionales, y que se caracterizan por su frivolidad, consumismo y su búsqueda de estatus.
Eran también los rompehuelgas al servicio del mejor postor —la película Pandillas de Nueva York (2002), de Martin Scorsese, describe con tonos expresionistas los violentos enfrentamientos entre estas comunidades.
Pero no solo los blancos huyeron de ellos. Harlem, ese famoso barrio negro de Nueva York, se formó porque los irlandeses se instalaron en el centro de Manhattan. En esa época la ciudad crecía una milla por década, aproximadamente; pero luego los irlandeses de clase media dejarían sus casas —que antes habían habitado los anglosajones— por la llegada de judíos rusos e italianos a principios del siglo XX; casi 2 millones de judíos huyeron del despotismo del zar entre 1880 y 1914, y a diferencia de los italianos, alemanes y húngaros, éstos salían de su país de origen con la determinación de nunca más volver, por lo que tenían un ansia enorme de involucrarse en la política estadounidense. Cuando el zar Nicolás II abdicó en 1917, León Trotsky vivía en Nueva York y regresó a Rusia, pero la mayoría de los judíos neoyorquinos decidieron permanecer en América y, aunque muchos eran sindicalistas y militantes de izquierda, los que se quedaron se transformaron en comerciantes y pequeños empresarios, y abandonaron las ideas socialistas.
Desde su oficina en Nueva York, José Martí recabó fondos y organizó la lucha de independencia de Cuba.
Judíos, asiáticos y latinos
Por su parte, los judíos se convertirían progresivamente en uno de los grupos más numerosos y representativos de Nueva York. Se estima que en 2012 dicha población en esta área metropolitana era de casi 2 millones, la concentración hebrea más grande fuera de Israel; con la caída del Muro de Berlín, llegarían aún más inmigrantes rusos de esta religión —Woody Allen, nieto de inmigrantes judíos alemanes, describe en sus primeras películas la atmósfera intelectual y hedonista que estas comunidades aportaron a la «Gran Manzana».
Pero mientras esos grupos de origen europeo se fueron alternando en el corazón de Nueva York durante un siglo, otras minorías estaban ya formadas esperando que llegara su momento histórico. Durante la posguerra, niños japoneses, chinos y coreanos asistían a escuelas estadounidenses, donde eran instruidos por maestros católicos irlandeses y por judíos de Europa del Este. En el melting pot neoyorkino, los asiáticos han llegado a encarnar el éxito profesional y económico; dueños de una tradición de 2600 años de pensamiento inspirado en Confucio, las familias del Este asiático cultivan las virtudes de orden —respeto a las jerarquías— y disciplina intelectual. Por su parte, los latinoamericanos de Nueva York estuvieron representados durante el siglo XX por una gran comunidad caribeña —puertorriqueños, dominicanos y cubanos—, y a finales de ese siglo llegarían a ser la segunda minoría de la ciudad, rebasando a la comunidad negra. Hoy, más de uno de cada cuatro neoyorquinos es latino. Pero las minorías que hoy consideramos como emblemáticas de la personalidad de Nueva York están cediendo su lugar a nuevas comunidades.
En 1980 había 40 mil mexicanos en Nueva York. Se estima que hoy en día sobrepasan el millón.
La «nueva» Nueva York
Como ocurrió antes con la desbandada de anglosajones e irlandeses hacia los suburbios, algunos expertos anticipan el futuro y progresivo desplazamiento de los judíos americanos de la región del Atlántico Medio —donde está Nueva York— hacia los estados del Pacífico —un poco a la manera del fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, quien nació en la «Gran Manzana» pero estableció su imperio en California—. Decenas de miles de afroamericanos también están dejando las zonas más céntricas y pobladas de la ciudad para ocupar los suburbios, como Canarsie y East New York. Y en este permanente juego de sillas, las minorías caribeñas ahora se retiran lenta pero constantemente de la ciudad.
Las causas son varias. No necesaria ni principalmente las luchas que enfrentan a las pandillas de jóvenes. Por un lado, las mujeres mexicanas en Nueva York tienen más hijos; por otro, la crisis de la industria y los servicios en la ciudad ha hecho que proliferen agencias de outsourcing que imponen condiciones laborales extremas que sólo los indocumentados están dispuestos a aceptar.
Históricamente, los inmigrantes recién llegados ocupan las casas y los barrios, ya degradados, de quienes han cambiado de residencia. Quizá en 50 años los veremos vender quesadillas de huitlacoche al pie de viejos rascacielos; más que los pasteles judíos de semilla de amapola, se hornearán panes de chía, y las canciones de la mixteca-estadounidense Lila Downs, entre otros artistas mexicanos, serán legendarias entre jóvenes cantantes y músicos chicanos.
Las comunidades no sólo se desplazan de barrio en barrio, sino que el alma de las ciudades mismas se transforma con esta danza de culturas, así que Nueva York no dejará de ser multicultural. Los campesinos italianos y rusos analfabetas que llegaron para entregar su fuerza de trabajo al capitalismo americano le darían también un nuevo rostro a su cultura. De la misma manera, mexicanos de lengua mixteca y nahua serán personajes literarios y cinematográficos, y su música —fusionada con otras influencias— hablará de la realidad de las calles y los sótanos, las fábricas y las viviendas de la ciudad de Nueva York. Este futuro se anuncia incluso en los temores de quienes lo rechazan: «Los inmigrantes ilegales están invadiendo nuestra cultura. Pronto invadirán nuestras librerías».