A principios del siglo XX, el mundo se transformaba rápidamente. En 1913, tan solo tres años después de iniciada la Revolución Mexicana y uno antes de que empezara la Primera Guerra Mundial, en Nueva York se llevó a cabo la primera gran exposición de arte contemporáneo europeo, The Armony Show.
A partir de ahí, se empezó a hablar de movimientos de vanguardia como el Cubismo -creado por Pablo Picasso y descubierto por Guillaume Apollinaire- y el Futurismo -creado por Filippo Tommaso Marinetti-, entre otros.
Posguerra
Años después, en la época de entreguerras, vio la luz el mundo surrealista, lleno de sueños y fantasías, que transforma lo bello en maravilloso. El surrealismo fue un movimiento artístico y literario fundado por el poeta y crítico francés André Breton (1896-1966), que, en 1924, publicó sus propósitos y postulados en el Manifiesto surrealista. Más allá de ser una mera vanguardia estética, el surrealismo aparece y se consolida como una actitud social y, después, como un compromiso político que llevaría a sus fundadores a afiliarse al Partido Comunista, del que más tarde serían expulsados. Breton aseguraba que la situación histórica de la posguerra exigía un arte nuevo que se esforzara por indagar en lo más profundo del ser humano: el inconsciente. De esta manera, el surrealismo retoma la importancia de la imaginación y de la autonomía del arte y descarta los prejuicios de la razón: el estético, el religioso, pero, sobre todo, el moral.
El movimiento surrealista retomó varias teorías freudianas —el propio Breton era seguidor de las ideas de Sigmund Freud y su encarrilada teoría psicoanalítica—,con la pretensión de mostrar el inconsciente a través de la actividad creadora, al tiempo que destacaba el poder revelador y transformador de los sueños y exponía, así, los instintos más reprimidos y primitivos.
Superrealismo
El término surrealismo —del francés surréalisme: sur, «sobre, encima», y réalisme, «realismo»— fue acuñado por Apollinaire y popularizado a través de la revista Littérature, que Breton fundó en 1919 al lado de Louis Aragon y Philippe Soupault, y en la que personajes de distintas nacionalidades y disciplinas artísticas, como el poeta francés Paul Éluard, el pintor, también francés, Francis Picabia o el magnífico fotógrafo estadounidense Man Ray, entre otros muchos, publicaban sus planteamientos vanguardistas. Posteriormente, ya para 1924, Littérature fue sustituida por una nueva publicación más contestataria que se convertiría en el órgano de expresión común del grupo de surrealistas: La Révolution Surréaliste.
Para el surrealismo, la belleza debe afectar realmente al espectador. Lo «bello» se vuelve «maravilloso», lo que crea «convulsión» —agitación, temblor, estremecimiento, etcétera— en el sujeto que admira la obra. La idea de convulsión viene del movimiento Dadá, que buscaba la transformación cultural a través del desconcierto, el inconformismo, el nihilismo, la ironía y la negación de la racionalidad y de todos los valores establecidos. El surrealismo encontró sus raíces y su principal influencia en cuanto a libertad de creación y expresión en el dadaísmo, con la diferencia de que en aquél no se busca únicamente la burla y la crítica a la sociedad, sino que se pugna por una solución a los problemas mediante la unión del arte y el conocimiento, por la vocación libertaria sin límites, y por la exaltación de los procesos oníricos, del humor corrosivo y de la pasión erótica, concebidos como armas de lucha contra la tradición cultural burguesa.
Ni en sueños
Este movimiento se consideró como un medio para el conocimiento de nuevos ámbitos que hasta el momento no habían sido explorados, como el inconsciente, los sueños, la locura, los estados de alucinación, etcétera. En las obras surrealistas se transcriben los sueños de una manera casi fotográfica, se utilizan formas abstractas y fantásticas, colores variados, temas irreconocibles y figuras caprichosas. Así, cada obra se singulariza, puesto que es una realidad psíquica pura, una auténtica producción del inconsciente personal. Para plasmar las imágenes del inconsciente, los surrealistas utilizaban distintas técnicas, entre las que destaca el uso de drogas y alucinógenos para despertarlo y darle una verdadera posibilidad de expresión. En esa búsqueda, Jacques Vaché, literato francés y amigo de Bretón, murió de una sobredosis de opio.
Otra de las técnicas compositivas más características del surrealismo fue la teoría del automatismo psíquico puro, la cual intentaba expresar el funcionamiento real del pensamiento y se basaba en la asociación libre que exponía la teoría freudiana. La técnica del automatismo psíquico se lleva a cabo mediante cadenas de pensamientos, sin importar si son coherentes o no, dejando que el pensamiento fluya sin ponerle trabas, para que, así, aflore el inconsciente y la mente sea liberada. El artista manifiesta una idea, pensamiento o sentimiento y lo plasma —en forma de frases en la literatura, de pinceladas si se trata de pintura, etcétera—, obedeciendo únicamente a lo que la imaginación arroja en ese momento. En el automatismo psíquico puro, el autor reduce al mínimo el control consciente que tiene sobre su obra, de modo tal que sea creada mediante la fuerza pura del subconsciente, sin la influencia de ningún factor racional o estético; en él se relatan sueños, lógicos o ilógicos, que son el puro reflejo del inconsciente humano. Eso es lo que al surrealismo le interesa retratar. El propio André Breton definía así esta técnica en su primer Manifiesto surrealista: «Dictado mental sin control alguno por parte de la razón, más allá de toda reflexión estética o moral».
En el «cadáver exquisito», creación surrealista, cada artista plasma una idea y deja que otro la continúe
En 1924, año de su nacimiento, el surrealismo ya tenía muchos adeptos, entre poetas, literatos, pintores, escultores y hasta actores. Entre los más connotados se cuentan el artista plástico y poeta francoalemán Jean Arp, el pintor francoestadounidense Yves Tanguy, el belga René Magritte, los franceses Max Morise y André Masson, el alemán Max Ernst, el italiano Giorgio de Chirico, el suizo Alberto Giacometti y el español Joan Miró —que abandonó el grupo para no someterse a los dictados de André Breton—, así como el poeta y dramaturgo, también español, Federico García Lorca, entre otros.
El pintor catalán Salvador Dalí (1904-1989) se asoció al movimiento en 1930, pero después sería relegado por la mayoría de los artistas surrealistas, acusado de estar más interesado en la comercialización de su arte y de su excéntrica persona que en las ideas del movimiento. A pesar de ello, ha sido, en muchos casos, el artista más renombrado del grupo y su obra constituye, hasta la fecha, una de las muestras más representativas del surrealismo, no sólo en la pintura, sino también en el cine. Su obra cinematográfica más relevante es Un perro andaluz (1929), cortometraje realizado junto al cineasta surrealista español Luis Buñuel (1900-1983), entre cuyos filmes se encuentran también: Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y La vía láctea (1969).
En la década de 1940, coincidiendo con el exilio en México de artistas españoles influidos por el surrealismo —como Remedios Varo— y con la visita de Breton, el movimiento se extendió entre los círculos intelectuales mexicanos. Nuestro país fue la primera región latinoamericana donde repercutió el surrealismo. Frida Kahlo, Diego Rivera, Manuel Álvarez Bravo, Leonora Carrington, Xavier Villaurrutia y hasta Octavio Paz sucumbieron a la tentación de expresarse, en algún momento, bajo los cánones de esta corriente.
El surrealismo convierte lo bello en maravilloso, el mundo de los sueños y fantasías en realidad. Un mundo en el que cabe aplicar aquella pinta del mayo del 68 en Francia: «El sueño es realidad. ¡Sed realistas: exigidlo imposible!».