Algarabía

Mafalda, la niña que explicó como nadie cómo funciona el mundo

He aquí un brevísimo recuento del origen del personaje y un humilde homenaje a su genio creador, Quino, quien falleció este miércoles a los 88 años de edad.

Contados personajes en el mundo son tan icónicos como Mafalda. ¿Por qué, a más de 50 años de su publicación, además de mantenerse vigente en el inconsciente colectivo se ha convertido en un arquetipo de la crítica social con un sentido del humor sin precedentes? He aquí un brevísimo recuento de su origen y un humilde homenaje a su genio creador, quien falleció este miércoles a los 88 años de edad.

Buenos Aires, Argentina, 1963.

El humorista gráfico Miguel Brascó recibe una llamada de la Agens Publicidad para desarrollar una tira cómica que promueva —de forma «encubierta»— productos electrodomésticos Mansfield. El publicista sólo da un par de indicaciones: que el estilo del trazo combine a Peanuts con Blondie y que el nombre de los personajes comience con la letra M.

Brascó piensa de inmediato en un amigo con quien trabajó en las revistas locales Tía Vicenta y Cuatro patas —apenas un año antes— porque éste alguna vez le comentó que deseaba realizar una historieta de niños y porque, además de buen dibujante lo considera un gran argumentista. Su nombre: Joaquín Salvador Lavado Tejón, quien firma sus cartones como «Quino».

De la familia al mundo

Quino comenzó a bocetar a una familia de clase media en situaciones cotidianas. Entonces, Agens Publicidad llega a un acuerdo con Clarín para «regalarles» la historieta, pero el diario no tarda en darse cuenta de la «publicidad encubierta» y deja de publicarla. Por coincidencia, los productos Mansfield jamás se comercializan y la campaña se cancela.

Brascó se entera del negocio fallido y le propone a Quino dar a conocer las historietas en la revista Leoplán. Poco después, Julián Delgado, jefe de redacción de la revista Primera Plana, le pide a Quino publicar sus personajes de forma periódica y es así como el 29 de septiembre de 1964 sale la primera tira de Mafalda.

Como Primera Plana publicaba noticias, Quino adaptó su historia a los temas que eran más polémicos: la hambruna en África y sus respectivas revoluciones, la popularización de la minifalda, el fenómeno que desencadenaron The Beatles, la guerra de Vietnam, la bomba atómica desarrollada por China y el comienzo de su Revolución Cultural y, por supuesto, la situación política de Argentina, que se acercaba sin remedio a un régimen militar.

Quino, sin proponérselo, al poner en boca de Mafalda las «noticias del mundo», le dio un giro fundamental a la historieta al añadir un sentido del humor crítico dicho por una niña que apenas descubre el mundo en el que vive. Y esa forma de devolvernos nuestra capacidad de asombro fue con la que Quino creó varios arquetipos sin precedentes.

El paso de las publicaciones

En marzo de 1965 un diario argentino quiso publicar los cartones de Mafalda, pero el semanario Primera Plana se negó por considerarla de su propiedad. Entonces Quino acudió al archivo y logró que un aprendiz le devolviera sus dibujos originales. Poco después —el 15 de marzo— Mafalda empezó a publicarse en el diario El Mundo, uno de los más relevantes de Argentina, hasta que éste cerró el 22 de diciembre de 1967.

Por entonces, Quino ya publicaba una página de humor cada quince días en el semanario Siete Días Ilustrados, pero no es hasta el 2 de junio de 1968 que usa ese espacio para relanzar a Mafalda. Para ello, la misma Mafalda dirige una carta-currículum al director de la revista —en la que incluye fotos de su álbum familiar— y donde cuenta más detalles de su familia, sus amigos y sus gustos personales.

En 1969, el célebre semiólogo y novelista italiano Umberto Eco editó el primer libro de Mafalda en Europa; sobre ella escribió:

«Mafalda es de verdad una heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es. Para comprenderla, conviene trazar un paralelo con otro gran personaje a cuya influencia no es ajena: Charlie Brown. Charlie Brown es estadounidense, Mafalda sudamericana. Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta en la que trata desesperadamente de integrarse, mendigando solidaridad y felicidad; Mafalda pertenece a un país denso de contrastes sociales, que a pesar de todo querría integrarla y hacerla feliz, pero ella se niega y rechaza todas las ofertas.

Charlie Brown vive en un universo infantil propio, del cual están rigurosamente excluidos los adultos —con la salvedad de que los niños aspiran a convertirse en adultos—; Mafalda vive en un continuo diálogo con el mundo adulto, al cual no estima, no respeta, hostiliza, humilla y rechaza, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres.

Charlie Brown ha leído, evidentemente, a los revisionistas freudianos, y anda en busca de una armonía perdida; Mafalda, con toda probabilidad, habrá leído al Che. En realidad Mafalda en materia política tiene ideas muy confusas, no logra entender qué sucede en Vietnam, no sabe por qué existen los pobres, no se fía del Estado y está preocupada por la presencia de los chinos. Sólo una cosa sabe claramente: no está conforme.»

«[…] además Mafalda es, en último análisis, una "heroína de nuestro tiempo", y no se debe pensar que ésta sea una definición exagerada para el personajito de papel y tinta que Quino nos propone. Ya nadie niega hoy que el cómic —cuando alcanza niveles de calidad— es un testimonio sobre el momento social: y en Mafalda se reflejan las tendencias de una juventud inquieta, que asumen el aspecto paradójico de una oposición infantil, de una eccema psicológica de reacción a los medios de comunicación de masas, de una urticaria moral producida por la lógica de los bloques, de un asma intelectual originado por hongos atómicos. Puesto que nuestros hijos se preparan para ser —por elección nuestra— una multitud de Mafaldas, nos parece prudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real.»

La despedida

A diferencia de otros ilustradores, Quino jamás se apoyó en otros guionistas o dibujantes para desarrollar su historia pues consideraba que debía mantener un contacto personal, orgánico, con su creación para no perder estilo y continuidad. Sin embargo, esta forma de trabajo lo fatigó y en mayo de 1973 toma la decisión de que los personajes «empiecen a despedirse» para, finalmente, publicar la última tira el 25 de junio.

Mundo Quino

Desde niño, Joaquín Salvador Lavado (Mendoza, Argentina, 1932) fue llamado «Quino» para distinguirlo de su tío Joaquín, ilustrador, y de quien adoptó el gusto por dibujar.

El trabajo de Quino no se limita a las andanzas de Mafalda; es autor de más de quince álbumes que se caracterizan por esa mezcla perfecta de ternura, crueldad e ironía, siempre condimentados con un ácido sentido del humor.

Tomar cualquiera de estos libros, que recopilan su trabajo, aparecido en diversas publicaciones periódicas, es una invitación a no hacer nada más por el resto del día. A diferencia de otros humoristas que llegan a empalagar, Quino jamás cansa. Se pueden leer ochenta de sus mejores cartones en una tarde y de inmediato agarrar el siguiente volumen y continuar con la dosis de carcajadas.

Resulta increíble cómo de un solo tema —gastronomía, medicina, política, etcétera— Quino puede presentar más de cincuenta tiras, todas distintas y todas cargadas de grandes cantidades de ironía. Sus dibujos podrán parecer «simples», pero pocos saben plasmar tan bien las emociones en los rostros de sus personajes. Ellos no lloran, en verdad sufren; no sólo ríen, son felices. Por si fuera poco, los detalles son de llamar la atención: basta ver sus dibujos donde retrata una sala y darse cuenta de que al fondo se aprecian —en un espacio diminuto— otras partes de ese hogar detalladas con esmero.

Quien haya padecido, por ejemplo, la burocracia de una oficina gubernamental, se sentirá identificado —y en ocasiones vengado— con sus tiras alusivas. Lo mismo pasará con quien tenga un jefe tirano, una suegra metiche o un médico cínico, y es ahí donde radica su genialidad: pocos como él para tomar una situación cotidiana, darle un giro y mostrarnos el lado divertido de cualquier cosa, incluida la tragedia.

Otro de los peligros de hacerse lector asiduo de Quino es que uno pierde la capacidad de «comportarse» en lugares donde se requiere «ser más serio». Uno difícilmente puede ir a un concierto de música clásica y no recordar algunas de las situaciones plasmadas en sus libros —desde el director de orquesta al que se le zafa un anillo, hasta el músico que persigue un tambor que rueda a toda velocidad por el escenario—; lo mismo ocurre en un restaurante, un centro comercial o en cualquier plaza pública. Sus cartones no necesitan palabras, pero cuando las hay, los diálogos son implacables. Nadie como él para usar el elemento sorpresa a su favor.

En 1962 el mundo descubrió a Quino y, dos años después, nos legó a Mafalda. Ahora, a medio siglo de recibir estos enormes regalos, no nos queda más que agradecer sus trazos.

Advertising
Advertising