Hoy es unos de los días más oscuros de toda la historia del balón pie, hace una horas se confirmó el fallecimiento de una de las figuras más grandes de este hermoso deporte, Diego Armando Maradona.
El astro del futbol falleció este miércoles 25 de noviembre luego de sufrir un paro cardiorrespiratorio en el barrio San Andrés, el 30 de octubre había celebrado sus 60 años y hoy nos despedimos de D10s.
Diego Armando Maradona Franco nació en Lanús, Buenos Aires en 1969 y fue el quinto de ochos hijos en el seno de una familia que originaria de Esquina, provincia de Corrientes. Su infancia fue dura al crecer y criarse en Villa Fiorito, uno de los barrios más pobres de todo Buenos Aires. De hecho, lo recordaba de forma irónica al decir:
«Yo crecí en un barrio privado… privado de luz, privado de agua, privado de teléfono».
De lo que nunca estuvo privado fue del amor por el futbol, ya desde niño cuenta que cada que tenía que hacer un mandado se llevaba algún objeto redondo para ir jugando en el camino. Sus primeros partidos los jugó en compañía de sus amigos en Las siete canchitas, un potrero de Fiorito.
Fue en ese lugar donde a sus diez años un equipo de televisión le pregunto cuál era su sueño como futbolista a lo que el joven Diego contesto:
«Mi primer sueño es jugar en el Mundial. Y el segundo es salir campeón».
Sería cuestión de tiempo para que cumpliera ambos sueños.
Debutó en la Primera División argentina el 20 de octubre de 1976, diez días antes de cumplir los 16 años, con Argentinos Juniors y unos meses después, el 27 de febrero de 1977, con la selección de Argentina. El resto es historia, estaba destinado a ser el mejor.
Eterno amor al balón
Como Maradona, somos millones los que amamos el futbol, pero ¿por qué lo hacemos?
Y es que el también llamado «deporte más bello del mundo» es una forma de vivir. Ahí están, para dar cuenta de ello, la hinchada y las barras, las porras y los aficionados; todos vivamente unidos —y otras veces contrapuestos— por su amor a este deporte. Como el que yo le tengo, al grado de que, si gana mi equipo, tengo una buena semana; de lo contrario, puedo hundirme en una terrible depresión.
La pasión futbolera se extiende a todos los ámbitos, es el deporte más popular del mundo, a nadie le es ajeno y hay sucesos importantes que hablan de lo inflamable que llega a ser esta afición, como la «Tragedia de Maracaná» —también conocida como «El Maracanazo»—, acaecida en la final de la Copa del Mundo de 1950 en Río de Janeiro, con el estadio Maracaná esplendoroso y copado de brasileños hasta las lámparas, en la que la selección uruguaya se cubrió de gloria inesperadamente, al derrotar a la poderosa escuadra brasileña, y sumió a millones de amazónicos en el desconsuelo y la depresión, llevando, incluso, a algunos al suicidio.
El futbol es propio de las masas y su pasión se desborda con cada partido; el aficionado se apasiona hasta la médula: llora las derrotas y goza las victorias de tal forma que hace catarsis y se libera de sus problemas —por lo menos durante 90 minutos—. Y, si es un verdadero seguidor, no tiene empacho en pelearse con sus amigos, familiares y hasta con su pareja por defender a su equipo o su afición.
Aquel que forma parte de alguna porra o barra encuentra un sentimiento de pertenencia. Ahí, los individuos unen su entusiasmo y preferencia por un equipo con cánticos y gritos de apoyo. Se transforman en una masa, un grupo indivisible cuyos integrantes se sienten como en familia.
Recorramos a nivel de cancha la historia de este deporte, sus parabienes y vicisitudes.
Decirle soccer al futbol es una costumbre heredada del inglés estadounidense, que le dice football al deporte americano.
Silbatazo inicial
Los orígenes del futbol no son específicos, pues encontramos antecedentes a lo largo y ancho del globo. Unos dicen que el más directo se remonta al siglo iii a.C., cuando en Egipto se realizaba un juego de pelota como parte del rito de la fertilidad, que se parecía, más bien, al balonmano. Otros cuentan que, aproximadamente un siglo atrás, Fu-Hi, uno de los cinco gobernantes chinos, inventó la primera pelota de cuero; se trataba de una esfera hecha de raíces cubiertas con cuero que se pasaba de mano en mano. Aunque este juego no se parece mucho al futbol, fue muy popular, pues la artesanal pelota fue adoptada por sus vecinos indios y persas.
Del lado contrario de la cancha, es decir, en territorio nacional, las civilizaciones prehispánicas practicaban lo que seguramente usted ya ha escuchado muchas veces: el juego de pelota, en el que se prohibía el uso de manos y piernas, pues sólo con la cadera se debía pasar la esfera de hule por un aro de piedra incrustado en la pared. Este juego —llamado tlachtli en náhuatl— era sagrado, estaba reservado sólo para los guerreros y finalizaba con la decapitación del equipo perdedor.
En un cambio de juego desde la banda izquierda, pasamos a los antecedentes griegos, donde la esferomagia era un juego en el que se usaba una σφαιρα /sfaira/ —«esfera»— elaborada con la vejiga de un buey. Más tarde llegó a los romanos, que bautizaron al juego como haspartum y al elemento esférico como pila, nombre que se fue modificando hasta lo que hoy usted y yo conocemos como pelota. Su repercusión histórica fue tal, que se dice que Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra de 1189 a 1199, propuso al sultán islámico Saladino limar las asperezas sobre la posesión de Jerusalén en un juego de pelota.
Saque de banda a los inicios del futbol asociado
El pase va a dar directo al siglo I de nuestra era, en Britania —lo que hoy conocemos como el sur de Inglaterra—, lugar al que los romanos llevaron el juego de pelota y donde se practicó con más pasión que sentido. A inicios del siglo xix se jugaba el dribbling —una especie de «cascarita» callejera al estilo inglés— en las escuelas públicas, pero no fue hasta 1848, cuando llegó a las universidades privadas importantes, como Cambridge, que se escribieron las primeras reglas del juego.
En 1863 se fundó la Football Association, lo que permitió el nacimiento del «futbol asociado», y la separación de su primo, el rugby, que es mucho más rudo y consiste en tomar el balón con las manos y llevarlo hasta una zona de meta, valiéndose de trompicadas, empujones y fuertes golpes.El futbol cobró fuerza y popularidad gracias a que los trabajadores ingleses viajaban de un lado a otro de Europa a expensas de las sociedades financieras y mineras. Así, este deporte llegó para quedarse en todos lados: como Fußball en Alemania, voetbal en Holanda, fotbal en Escandinavia o futebol en Portugal.
Y ya entrados en la materia balompédica del siglo xx, el 21 de mayo de 1904 se fundó la Federación Internacional de Futbol Asociado —FIFA— y por primera vez se establecieron reglas mundiales.
La baja con el pecho y la domina, apunta, tira, ¡goool…!
Las figuras del futbol ganan sueldos millonarios; sus vidas parecen de ensueño; tienen una imagen que se comercializa e identifica en todo el mundo y la mayoría comparte un rasgo común: sufrieron una infancia llena de carencias y necesidades y, gracias al deporte y a sus goles, se transformaron en grandes ídolos. Como ejemplos están Pelé, Maradona, Van Basten, Ronaldinho, Zinedine Zidane, David Beckham, Cristiano Ronaldo y hasta Cuauhtémoc Blanco.
Hoy, el futbol se juega en todos lados y de muy diversas maneras: con piedras como portería, con un bote de Frutsi, en la puerta del vecino, en las calles, en los deportivos, en el salón de clases, con miniporterías; bueno, hasta con los bultos de las tortillas como postes. Es un deporte conocido por todos y nadie puede decir que no sabe de lo que hablamos.
Equipos hay muchos, pero la pasión es única. Generalmente el gusto por los colores es heredado, aunque muchas veces cambiar de equipo es claramente una postura para desmarcarse de la figura paterna.
Además, el futbol no es exclusivo de los hombres: también hay mujeres apasionadas, unas de los jugadores, otras del juego. Chicos y grandes viven la pasión, de ahí los cantos, las porras, los clásicos: «¡hácesela!», «¡llévatelo!», «¡centro!», «¡tira!», «¡habilítala!». O los reclamos: «¡Árbitro, esa falta se castiga con la cárcel!», «¡Le pegas como mi hermana!» o el clásico «¡Árbitro vendido!»; todos como parte del argot futbolero en nuestra tierra.