La relación entre México y Estados Unidos siempre ha sido complicada, y ello quedó reflejado, por ejemplo, —en el libro hoy ya clásico— publicado por Alan Riding, jefe de la oficina del New York Times en México, en 1984. Una década después, sin embargo, pareció establecerse una nueva era en esa relación, que terminaba con esa distancia, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN).
Sin embargo, que exista un instrumento jurídico que ordene la relación económica y también que se haya configurado la construcción de una estructura productiva en toda Norteamérica, no ha eliminado los conflictos entre nuestros países.
En los años recientes, la relación se volvió a poner tensa. La política de Donald Trump, que buscó preservar el interés de los industriales norteamericanos, aún a costa de imponer castigos a sus consumidores a través del establecimiento de aranceles así como su furibundo discurso antiinmigrante, volvió a complicar las cosas.
En ese contexto, ocurrió la renegociación del TLCAN, que derivó en la aprobación y entrada en vigor del nuevo Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC).
El gobierno de López Obrador ratificó en lo fundamental los acuerdos que se habían obtenido en el 2018 y condujo a que este acuerdo entrara en vigor en 2019.
En todo este proceso fue evidente que existió una buena química entre Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador.
La derrota de Trump en las elecciones del 2020 cambió el escenario.
La relación de Biden con el presidente mexicano no comenzó con los mejores augurios. Por ejemplo, quedó de manifiesto en el hecho de que el gobierno mexicano fuese reticente a felicitar al candidato ganador en EU y lo hiciera prácticamente hasta el último momento.
Pero, además, en los primeros meses de la administración de Biden, no se ejerció el mismo tipo de control migratorio que se había establecido en la era Trump. Este hecho, sumado a la expectativa de un trato más laxo por parte de las autoridades fronterizas en EU, propició que surgiera una oleada de migrantes, sobre todo centroamericanos, que creó un serio problema al nuevo gobierno de Biden.
El presidente de Estados Unidos delegó la responsabilidad de atender este tema en la vicepresidenta Kamala Harris, lo que significó darle una ‘manzana envenenada’ que pondría en riesgo su viabilidad como posible candidata presidencial del Partido Demócrata en 2024.
El gobierno mexicano ha percibido la importancia que tiene para Estados Unidos el que desde México se controlen los flujos migratorios de los centroamericanos.
Las acciones emprendidas por la Guardia Nacional en las últimas semanas han mostrado que se ha privilegiado el interés de contener la migración por encima de respetar los derechos humanos de los migrantes.
Y, el discurso de López Obrador ha sido demandar que el gobierno de Estados Unidos canalice inversiones en la zona para poner en práctica los programas que ya ha desarrollado en México, “Sembrando Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro”, para, a su juicio, combatir las causas de la migración y no solo sus efectos.
Pareciera, entonces, que con ese hecho, el gobierno mexicano se ha sentido con más libertad para emprender una diplomacia en Latinoamérica, que paradójicamente, ha resultado ser crecientemente antinorteamericana.
La presencia del presidente de Cuba, Miguel Diaz Canel, en las celebraciones con motivo de la Independencia; la visita a México de Nicolás Maduro de Venezuela, así como el discurso crítico en contra de la OEA, muestran claramente que el gobierno de López Obrador se ha sentido con el margen de emprender una política hemisférica antinorteamericana.
Hasta ahora, la respuesta del gobierno de los Estados Unidos ha sido más bien simbólica. El rechazo a una visita del presidente Biden a México e incluso la no presencia del secretario de Estado Anthony Blinken, en las ceremonias del bicentenario de la Independencia han sido expresión del descontento.
Sin embargo, hasta ahora ha prevalecido el pragmatismo por parte del gobierno de Estados Unidos que considera que la relación con México es fundamental, lo que se apreció en el cálido mensaje de felicitación que fue enviado a través de un video del presidente Biden en el aniversario 200 de la consumación de la Independencia, en el que señaló que ningún país en el mundo es más cercano a EU que México.
Un tema, sin embargo, que podría complicar la perspectiva es lo que podríamos llamar “la conexión China”.
La presencia de empresas chinas en México ha sido creciente en los últimos años, pero quizás más importante que ello fue la presencia del presidente Xi Jing Ping en la reunión de la CELAC, en la cual envió a través de un video, un mensaje a los mandatarios que se encontraban reunidos.
Para Estados Unidos, China se ha convertido en el rival estratégico mundial, desplazando a Rusia, Corea del Norte o incluso a la amenaza terrorista.
Si el gobierno mexicano insistiera en coquetear con China para tratar de tener una posición más independiente, no sería raro que pudiéramos ver que la manifestación de desagrado de EU gana escala en profundidad y relevancia.
El gobierno que encabeza Biden no va a adoptar actitudes estridentes. El tono comedido y las actitudes pragmáticas han sido hasta ahora la norma, y probablemente lo sigan siendo en los próximos años. Sin embargo, es muy diferente un discurso populista latinoamericano, que quizás se entienda en Estados Unidos como parte de una aspiración de liderazgo regional, a la búsqueda de una mayor cercanía con el principal rival estratégico de Estados Unidos en la actualidad.
Con excepción de Colombia y México, China ya es el socio comercial más importante para la mayoría de las economías latinoamericanas.
Y, en el caso de nuestro país, ya es el segundo. Es decir, la presencia de China no es ya marginal.
Es incierto lo que ocurra con la economía mundial y con esta relación estratégica en el curso de los próximos meses, o incluso en pocos años.
Pero, tenga usted la certeza de que va a ser una fuente de tensión, quizás mucho mayor que la que hemos tenido hasta ahora , con nuestros vecinos del norte.
El gobierno de Biden va a estar bajo fuego en los siguientes doce meses. Va a llegar a las elecciones intermedias con altas posibilidades de perder el control de, al menos, una de las dos cámaras del Congreso, lo que restringirá su margen de maniobra para los últimos dos años de su gobierno.
Y, en ese contexto, la relación con su vecino del sur va a ser crecientemente difícil.