Nuestro país se ha caracterizado, lamentablemente, por perder oportunidades para consolidar el crecimiento de su economía y convertirse en un país desarrollado.
Hoy, pudiéramos estar viendo pasar de largo una que, de ser aprovechada, hubiera significado probablemente un despegue económico de México como muchos no imaginan.
Pero, antes de llegar al presente, hagamos un recuento de algunas de esas ocasiones que hemos dejado pasar.
Quizás la primera de ellas ocurrió en el contexto del fin del desarrollo estabilizador. Nuestro país alcanzó tasas medias de crecimiento de su economía de alrededor del 6 por ciento anual en la década de los 60 del siglo pasado.
Era tan destacable el crecimiento que se denominó “el milagro mexicano” al comportamiento de la economía entonces. Lo destacable fue que dicho crecimiento, además, se dio en un contexto de muy baja inflación.
Se presentó también un proceso de urbanización e industrialización que permitió elevar los niveles de vida de una parte importante de la población y al mismo tiempo generar una creciente clase media.
México pudo haber seguido en esa senda y con el crecimiento de la clase media haber modernizado también sus instituciones políticas. No lo hizo y al final de los 60 se creó una crisis social de grandes proporciones que se expresó en el movimiento estudiantil de 1968 y que tuvo como respuesta una mayor cerrazón del sistema político.
En lo económico, en la década de los 70, en lugar de darle continuidad a la estrategia de desarrollo estabilizador, el nuevo Gobierno, que estaba encabezado por Luis Echeverría, produjo un enorme desorden en las finanzas públicas y un excesivo endeudamiento que condujeron a una crisis de la balanza de pagos así como a una erupción inflacionaria y a la primera devaluación del peso frente al dólar en 22 años, que ocurrió en 1976. Una siguiente oportunidad que dejamos pasar ocurrió al final de la década de los 70.
Apenas estábamos saliendo de la crisis que significó el fin del sexenio de Luis Echeverría cuando se produjeron importantes hallazgos de reservas petroleras en nuestro país, en un contexto internacional en el que los precios del petróleo se estaban yendo para arriba.
La expresión del entonces Presidente López Portillo en el sentido de que ahora había que aprender a administrar la abundancia es un reflejo de la mentalidad que hubo en esos años.
En lugar de aprovechar los excedentes petroleros para poder generar una base económica sólida y finanzas públicas robustas, no dependientes de la renta petrolera, hubo dilapidación, corrupción, excesivo endeudamiento y un desorden en las estrategias económicas, así que la economía terminó por derrumbarse cuando en 1981 el precio del petróleo cayó y comenzó una nueva crisis que condujo incluso al país a suspender los pagos de deuda externa.
Tras ello se produjo una nueva devaluación del peso y posteriormente la estatización de la banca privada generando nuevamente una crisis financiera de grandes proporciones en 1982.
La siguiente ocasión en la que México tuvo una oportunidad importante para crecer ocurrió en la década de los 90 tras la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN). Sin embargo la falta de orden en las transiciones políticas de nuestro país, así como conducciones personalistas de las finanzas públicas, llevaron nuevamente a que se presentara una crisis de la balanza de pagos en 1994 y una caída económica en 1995, que produjo la quiebra de casi todo el sistema bancario. Con todo ello, las exportaciones siguieron creciendo en virtud del tratado comercial firmado y el éxito de una serie de sectores que aprovecharon ese momento con un peso subvaluado.
Sin embargo se careció de una visión para poder generar un crecimiento que no fuera excluyente sino que alcanzara a una parte significativa de la población. La economía se recuperó solo en los enclaves exportadores y no pudo darse impulso a todos los sectores.
Una más de las oportunidades perdidas se presentó al comenzar este siglo. Para sorpresa de muchos, se produjo una alternancia política en el Poder Ejecutivo en México que nuevamente atrajo la atención internacional por la capacidad para modernizar su sistema político sin generar conflictos e incertidumbres.
El Gobierno de Vicente Fox pudo tener la posibilidad de darle un nuevo empuje a la modernización del país en todos los ámbitos y aprovechar el impulso exportador que tenía nuestra economía. Sin embargo, el llamado “Bono Democrático”, como se denominó a esa atención privilegiada que tuvo México, duró muy poco y nuevamente la economía entró en recesión.
En el sexenio de Enrique Peña Nieto se emprendió nuevamente una importante secuencia de reformas, destacando la del sector energético, que permitía por primera vez la inversión privada en ámbitos en los que estaba prohibida en el pasado, como en los hidrocarburos o la electricidad. Existía la posibilidad de convertir a nuestro país en una potencia en sectores que aprovecharan las ventajas de nuestra ubicación geográfica y del nuevo entramado jurídico. Lamentablemente, el Gobierno de Peña perdió márgenes de acción ante evidencias múltiples de corrupción y frente a la posibilidad de que no pudiera haber continuidad en los programas por un probable triunfo de la izquierda en el 2018, como efectivamente ocurrió.
Llegamos al presente.
En el contexto del conflicto geopolítico entre China y Estados Unidos se presentó la pandemia del COVID-19, lo que llevó a múltiples sectores a padecer problemas serios de suministro. Esto condujo a muchas empresas globales a repensar la localización de sus operaciones y pudo haberse gestado un importante movimiento de inversiones hacia nuestro país de compañías instaladas en China en caso de que se hubieran ofrecido condiciones apropiadas para atraer a esas fábricas.
Terminábamos la crisis derivada de la pandemia cuando surgió una guerra en Europa que nuevamente amenaza a la globalización y por lo mismo eventualmente podría conducir a empresas norteamericanas y de otras nacionalidades instaladas en China a buscar lugares más cercanos y menos expuestos que el oriente.
Sin embargo, de acuerdo con lo que se observa en el entorno internacional, el hecho de que México no esté realizando una promoción activa de inversiones y ofreciendo incentivos para que estas aterricen en el país puede conducir a que nuevamente esta circunstancia se convierta en una oportunidad perdida y se sume a las muy diversas que hemos dejado pasar en nuestra historia.