En 2019, cuando la automotriz Ford cerró su fábrica en São Bernardo do Campo, marcó el fin de una era. Casi exactamente un siglo antes, buscando esquivar el monopolio británico del caucho, Henry Ford fundó Fordlândia en lo profundo de la Amazonía brasileña.
Asediado por plagas tropicales y revueltas de trabajadores, el proyecto fracasó y el pueblo fue abandonad en 1934; sus ruinas pueden ser visitadas hoy por los turistas. En São Bernardo, sin embargo, la extinta planta no está abierta al público, pero a mediados de febrero esta reportera la recorrió.
Vestido con zapatos de diseñador, Mauro Cunha Silvestri se abrió camino entre restos de hormigón y cascos abandonados, y señaló con la mano un grupo de edificios de mediados de siglo mientras explicaba cómo “caza” viejos sitios industriales para transformarlos en edificios de lujo y centros comerciales.
Los habitantes de São Bernardo describieron el cierre de la planta de Ford, que empleaba a unos 2 mil 700 trabajadores, como un “trauma” y un “golpe psicológico”. En cambio, para Silvestri, socio de Construtora São José, es una fantástica oportunidad.
Las oficinas ejecutivas de Ford Brasil parecen congeladas en el tiempo, con anuncios amarillentos de la Ranger 2019 y la camioneta (ahora descontinuada) EcoSport Storm en las paredes sobre escritorio salpicados de papeles, como si todos hubieran salido con prisa. Silvestri entró en la sala de juntas, abrió un enorme plano sobre una mesa de conferencias y comenzó a delinear su visión: un centro comercial donde una vez estuvo la línea de ensamblaje, un hospital en el estacionamiento y centros de distribución de comercio electrónico donde antes estaban los almacenes. Dijo que no estaba autorizado a revelar los nombres de los posibles inquilinos, pero guiñó un ojo y mencionó a Alibaba, Amazon y Mercado Libre.
La rehabilitación, presupuestada en unos 160 millones de dólares, debería estar concluida para 2025. São Bernardo ha sufrido otras deserciones desde la salida de Ford. El 5 de abril, Toyota Motor Co. anunció que cerraría su fábrica allí, la primera fuera de Japón, y consolidaría la producción en otras instalaciones del país. La ciudad de menos de un millón de habitantes a menudo ha sido llamada la Detroit de Brasil. También es la cuna del movimiento sindicalista del país de donde saltó a la fama el ex Presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
La transformación de la antigua fábrica de Ford refleja la de la economía brasileña en general, donde la participación de la manufactura está disminuyendo mientras que la del sector servicios está aumentando. En la década de 1980, la manufactura representó un máximo del 34 por ciento del Producto Interno Bruto; en 2020, el último año para el que hay datos disponibles, estaba justo por debajo del 10 por ciento, un nivel inferior al de Argentina y México.
Lo que se está perdiendo en esa transición son decenas de miles de empleos bien remunerados. La industria automotriz empleó a poco menos de 107 mil brasileños en 2019, una caída del 21 por ciento desde un máximo de 135 mil en 2013, según los últimos datos de la Asociación Nacional de Fabricantes de Vehículos Automotrices.
Brasil muestra síntomas de lo que el profesor de Harvard Dani Rodrik llama “desindustrialización prematura”, una condición que afecta principalmente a los países de ingresos bajos y medios. La industria manufacturera es la “escalera mecánica por excelencia” que ayuda a elevar el nivel de vida, explicó Rodrik. Si la escalera se descompone es difícil alcanzar a las economías avanzadas.
“En los 80 teníamos el sexto sector industrial más grande del mundo. Ahora somos el duodécimo”, dice Moises Selerges, presidente del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos del área de São Bernardo.
“Este Gobierno no ha mostrado interés en la industria. Solo les importa el sector agrícola y la deforestación, y eso nos pone en desventaja”. En Brasil, sin embargo, aún está a debate si el país es una víctima de la desindustrialización prematura. Algunos argumentan que la contracción en el sector manufacturero es principalmente un efecto secundario de una apreciación de la moneda brasileña que perjudicó a las exportaciones y que la tendencia se ha revertido en los últimos años.
Özlem Ömer, estudiosa de la economía brasileña e investigadora de la Global Economic Governance Initiative de la Universidad de Boston, es menos optimista. Los economistas han observado que a medida que las economías maduran, los recursos pasan de los sectores “estancados” que se caracterizan por salarios bajos y un débil crecimiento de la productividad hacia sectores “dinámicos”, donde los salarios y la productividad son más altos. La investigación de Ömer, que abarca los años 2000-14, muestra que en Brasil la manufactura, que generalmente se etiqueta como dinámica, exhibió rasgos de estancamiento: el crecimiento de la productividad se estancó y su participación en la producción económica disminuyó. “Es una alerta roja”, dice, presagiando bajo crecimiento del PIB y probablemente una mayor desigualdad.
Aunque el Alcalde de São Bernardo, Orlando Morando, tildó la salida de Ford de “cobarde”, hoy la ve como parte de la transición de la ciudad hacia el futuro. “Estamos en la fase de servicios”, señala, y argumenta que las empresas industriales se fueron porque “la sindicalización radical expulsó la inversión”.
El sector automotriz de la ciudad se está “modernizando y preparando para la industria 4.0″, el próximo capítulo de la revolución industrial en el que la robótica y otras tecnologías de vanguardia juegan un papel central. “Estamos tan preparados para esta fase que en estos días la línea de producción está formada por ingenieros”, afirma Morando. “Sin duda, la historia de São Bernardo está unida en parte a Ford, pero ha pasado la página”.
El Presidente brasileño Jair Bolsonaro adoptó un tono desafiante en 2019, cuando Ford anunció que dejaría São Bernardo y dijo que la multinacional buscaba ayuda gubernamental a cambio de quedarse: “Ford necesita decir la verdad: quiere subsidios”. Cuando dirigía el sindicato metalúrgico, Lula presionó con éxito al Gobierno federal para que hiciera ajustes salariales, algo que promete volver a hacer si es elegido en las elecciones de octubre. Lula también dice que ampliará las protecciones laborales a los trabajadores temporales. Niveles récord de deuda de los hogares, una moneda devaluada y más de 600 mil muertes por el Covid pesan sobre Bolsonaro, quien va a la zaga de Lula en las encuestas.
Sin embargo, varios obreros tienen la intención de votar por Bolsonaro. El populista de derecha logró vencer con holgura en São Bernardo en las últimas elecciones, un reflejo de la disminuida influencia de los sindicatos a raíz de la reforma laboral nacional en 2017. Pero eso puede ser más difícil de lograr en una contienda en la que se enfrenta al exitoso político formado en ese terruño.
Selerges, el líder sindical, dice que un segundo mandato de Bolsonaro podría sacar de la jugada a la antigua capital automotriz de Brasil. “Si este Presidente es reelegido, se convertirá en Detroit. Este lugar se convertirá en una plantación de soya”.
Con la colaboración de Simone Iglesias y Leonardo Lara