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Por qué nos gusta en México el “superpeso”

Existen algunas razones históricas detrás de la relación que hay entre un peso fuerte y el buen estado de la economía… que incluso ha quedado en la memoria colectiva.

En algunos países, el tipo de cambio de su moneda frente al dólar es simplemente una variable económica más. En donde existe un libre mercado cambiario, las cotizaciones se mueven en función de la oferta y la demanda. En algunas ocasiones una moneda que se deprecia frente al dólar se convierte en una extraordinaria palanca para las exportaciones, pues estas pueden aumentar su competitividad de manera importante en el mayor mercado nacional de todo el mundo: Estados Unidos.

En otros casos, una moneda apreciada frente al dólar permite que el mercado interno sea abastecido de productos diversos y a buen precio, incentivando la competencia interna.

Pero, se trata solamente de otro precio en la economía, de uno muy importante, pero finalmente un precio más.

En México las cosas no son así. La paridad del peso frente al dólar, desde hace muchos años, ha sido un indicio de la fortaleza de nuestra economía. En tiempos en los cuales no teníamos un mercado cambiario en el que existiera libre flotación y que, por lo tanto, el tipo de cambio se determinara por oferta y demanda, hubo una frase atribuida al Presidente José López Portillo que decía: Presidente que devalúa se devalúa.

Hoy, el Presidente López Obrador señala con cierta frecuencia la fortaleza de nuestro peso frente al dólar como un indicio de la salud de la economía mexicana.

Los que lo conocen cercanamente cuentan que desde muy temprano por la mañana, el Presidente está al pendiente de los movimientos de nuestra moneda frente a la divisa norteamericana.

¿De dónde proviene este simbolismo del dólar para la economía y para la población? Para entenderlo hay que remontarnos a la década de los 50 en el siglo pasado. Después de la Segunda Guerra Mundial tuvimos un periodo en el cual nuestra economía se devaluó en varias ocasiones frente al dólar norteamericano. Las economías estaban reajustándose tras el fin del conflicto militar, la aparición de conflictos regionales como la Guerra de Corea y el inicio de la llamada “Guerra Fría”. Era una etapa en la cual, tras los acuerdos monetarios y financieros de Breton Woods establecidos en 1944, teníamos un sistema de paridades fijas, de modo que eran los gobiernos y los bancos centrales quienes fijaban la paridad de las divisas entre sí.

En México comenzamos en 1954 una larga etapa de estabilidad. En ese entonces nuestra moneda se devaluó de poco más de 8 por dólar a una paridad de 12.50 pesos por dólar. Por 22 años continuos, hasta 1976 se mantuvo esa paridad fija.

Para los llamados baby boomers, esa parecía ser una especie de paridad “natural” pues no se conocía otra. Esa etapa que en los años 50 y 60 se denominó “desarrollo estabilizador”, fue también la de mayor crecimiento del Producto Interno Bruto, así como la de menor inflación hasta entonces en toda nuestra historia.

Se dio un fuerte proceso de industrialización y urbanización, y los niveles de vida de la población ascendieron de manera constante y sistemática.

A esa etapa algunos también la denominaron “el milagro mexicano”. La relación entre un tipo de cambio fijo con un crecimiento acelerado y con una baja inflación quedó sellado en la memoria colectiva.

Por esa razón se asoció un peso relativamente fuerte con la salud de la economía. Esta conexión todavía adquirió más fuerza luego de que el 31 de agosto de 1976 terminara esta época de estabilidad cambiaria y comenzáramos un ciclo de devaluaciones. Junto con las devaluaciones, en 1976 inició una serie de crisis económicas. La siguiente se detonó en 1982, y en 1985 arrancó una larga crisis que concluyó hasta que se renegoció la deuda externa del país en 1989.

Así que las depreciaciones de nuestra moneda se conectaron también con etapas de escaso crecimiento y de inflación. En esos años precisamente tuvimos por única ocasión en la historia moderna del país una inflación que en algunos meses llegó a los tres dígitos, es decir de más de 100 por ciento, algo que afortunadamente no se ha repetido.

Esto parece un hecho distante del que pocos se acuerdan. Sin embargo, en la memoria colectiva persiste. Los mayores cuentan estos hechos a quienes no los vivieron y así se mantienen en el recuerdo. Por si algo faltara, otro episodio relevante ocurrió en 1994. Tras una etapa en la que México suscribió un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, y se hablaba de ingresar al “primer mundo”, en paralelo, en un año políticamente trágico por la rebelión zapatista y los asesinatos políticos, el de 1994, entramos a un proceso de deterioro de nuestras cuentas con el exterior que llevaron a la virtual extinción de nuestras reservas internacionales.

En ese contexto, se presentó el llamado “error de diciembre” que dio lugar tanto a una devaluación en aquel mes de 1994 como a una crisis financiera que barrió prácticamente con la totalidad del sistema bancario del país.

Nuevamente parecía estar claro que una devaluación o un peso débil se asociaba con crisis económicas.

Paradójicamente, el peso débil que resultó entonces, fue uno de los factores que apoyó al crecimiento de las exportaciones tras la firma de el acuerdo comercial de Norteamérica y permitió una fuerte recuperación de la industria manufacturera que contribuyó a que el país saliera rápidamente de aquella crisis y obtuviera tasas de crecimiento que parecían imposibles, cercanas al 6 por ciento.

Al observar estos hechos económicos (y no he sido exhaustivo en la crónica de las devaluaciones) se puede entender el por qué existe esta conexión entre un peso fuerte y el buen estado de la economía.

Si realmente ese fuera el caso, dado que en los últimos días de mayo la paridad de nuestra moneda tuvo su mejor nivel de dos años, tendríamos un indicio de fortaleza, cosa que estamos lejos de tener.

La verdadera razón de tener este peso fuerte, es que los rendimientos que se pagan a las inversiones en México han sido suficientemente altos para atraer o retener a los inversionistas si se comparan con los que se ofrecen en otros lugares del mundo. El ciclo alcista de las tasas de interés en México ya tiene cerca de un año mientras que en Estados Unidos apenas es de algunos meses.

Además, está la convicción de que el Banco de México va a continuar con un ciclo alcista hasta que se alcance el control de la inflación y la seguridad de que el balance fiscal será relativamente estable.

Costará trabajo quitar esta conexión emocional entre el peso fuerte, el “peso fortachón”, como lo llama López Obrador, pero necesitamos eliminarla si queremos entender realmente la dinámica de nuestra moneda.

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