Una conocida teoría en sociología dice que la conexión entre dos personas en el mundo tiene una distancia máxima de seis grados o personas relacionadas. Como periodista es relativamente fácil estar cerca de figuras públicas. Lo que nadie espera es estar frente a un delincuente de clase mundial.
A mí me pasó, sin saberlo, hace seis años, con la que apenas en julio de este año fue nombrada la mujer más buscada por el Buró Federal de Investigaciones de EU (FBI, por sus siglas en inglés). Ella es Ruja Ignatova, autoproclamada ‘la reina de las criptomonedas’, una mujer nacida en Bulgaria y criada en Alemania acusada de “defraudar por miles de millones de dólares a inversionistas de todo el mundo”, y quien ahora está prófuga “viajando con guardias armados y/o socios”, según la oficina.
Llega la invitación de la ‘doctora Ignatova’
Nuestro encuentro ocurrió en septiembre de 2016, mientras la estafa estaba en curso. El tiempo era propicio. Tres años antes, el bitcoin había comenzado una montaña rusa al saltar de precio en pocos meses, y puso a las criptomonedas en el radar de los inversionistas y del público en general. El apetito por invertir en algo que podría duplicar o triplicar su valor lucía atractivo, especialmente luego de que las bolsas globales habían cerrado 2015 con números rojos, en medio de preocupaciones por una desaceleración económica en China, un temor que aún seguía vigente.
En ese año, yo era editor de Mercados para El Financiero Bloomberg y el universo cripto era un tema recurrente en la cobertura del diario. Los debates sobre si este tipo de activos eran o no confiables eran habituales entre la comunidad inversora, reguladores y bancos centrales, pero también en las redacciones y en el medio periodístico. El rigor para evaluar la publicación y jerarquía de estos temas se había vuelto clave. Y así fue en este caso.
Entre las decenas de correos y llamadas que recibíamos diariamente en la redacción me llegó la Invitación, desde una respetada agencia de relaciones públicas, para hacerle una entrevista a la doctora Ignatova, quien estaba de visita en México por pocos días para presentar su proyecto OneCoin.
La entrevista lucía promisoria. El personaje era una ‘eminencia’ de las criptomonedas y el proyecto contaba con miles de socios en México y en otras partes del mundo. Dubái y Singapur brotaron en la conversación varias veces como sedes de sus últimos eventos.
La doctora, de 36 años en ese entonces, tendría una agenda apretada en México, pues incluía encuentros con los medios y un evento de presentación con todos los socios del país. OneCoin estaba además en la antesala de su segundo aniversario y en sus redes sociales afirmaban que en harían un gran evento en Bangkok, Tailandia, en donde celebrarían además los 2.5 millones de miembros en la ‘familia’ de OneLife, empresa matriz de la estafa.
Las tres alertas de que algo andaba mal
El procedimiento usual de un periodista previo a cualquier entrevista es realizar una investigación del personaje y de la empresa a la que representa. Esto puede incluir buscar información en reportes financieros, registros públicos, documentos, y por supuesto es necesario saber qué ha dicho la prensa al respecto.
Los hallazgos respecto a One Coin y a la doctora Ignatova fueron una montaña de contenido dudoso: casi todos eran reportajes patrocinados en diferentes plataformas, pero que siempre redirigía al sitio web de OneCoin. Entre los materiales, había una imagen de una supuesta portada de la edición búlgara de la revista Forbes con la creadora de OneCoin como su elemento principal, pero la imagen era sospechosa, por decir lo menos. Ahí recibí la primera alerta.
Sobre el contenido editorial, el descubrimiento se limitó a algunas notas de medios especializados en criptomonedas que afirmaban que OneCoin podía ser una estafa y que estaba bajo investigación en varios países europeos, pero en ese entonces esos medios tampoco eran las fuentes más confiables. Después de enviar algunos correos a empresas y a colegas periodistas en medios internacionales, nadie pudo darme información al respecto. Esa fue la segunda alerta.
Por último, llegó la revisión detallada del sitio web de OneLife y la explicación del esquema. Este consistía en adquirir paquetes con un cierto número de tokens o créditos con precios que iban desde los 100 hasta los cientos de miles de euros, pero que no eran criptomonedas, en realidad representaban niveles de un material educativo que mostraba cómo minar OneCoin una vez que fuera lanzada. ¡En efecto! OneCoin ni siquiera había tenido una ICO (Initial Coin Offering), y lo que ofrecían sus promotores era la expectativa de una moneda que derrocaría al Bitcoin, y la posibilidad de ganar dinero vendiendo estos paquetes a más gente. Esa fue la tercera alerta.
Frente a frente
Lejos de hacerme retroceder, los focos amarillos se volvieron en combustible para realizar la entrevista. Los personajes polémicos suelen condimentar más las notas periodísticas.
La sede fue el hotel St. Regis de Ciudad de México, un lugar al que las esferas políticas y empresariales son asiduas. Era 8 de septiembre de 2016 y el equipo, compuesto por el fotógrafo Braulio Tenorio, el camarógrafo Luis Fernando Aceves y este reportero, llegamos en punto de las 15:00 horas. Tras una breve espera en el lobby, apareció un grupo de al menos una decena de hombres con una amplia variedad de acentos latinoamericanos. Atrás de ellos venía la agente de relaciones públicas. El pelotón estaba integrado por los principales promotores de OneCoin en la región latinoamericana. Me presentaron a algunos de ellos y solo bastaron algunos segundos para que varios quisieran volverme ‘socio’, es decir, venderme uno de los paquetes de la criptomoneda.
Después de declinar la oferta, dos hombres enfundados en trajes que lucían muy finos aparecieron en escena para anunciarnos que ya podíamos subir. El encuentro ocurrió en una suite Astor del piso 12, cuyo precio por noche supera los seis mil dólares y que cuenta con una amplia recámara, un comedor para seis personas, una sala independiente y la mejor vista que se puede conseguir de la Glorieta de la Diana Cazadora.
En la puerta esperaba otro trajeado. Su aspecto era poco habitual para las élites del mundo financiero. Tenía las manos y el cuello cubiertos con tatuajes. Nos dio la bienvenida al equipo de El Financiero-Bloomberg y a la comitiva de promotores que subió al mismo tiempo. Su inglés tenía un acento extranjero. Aunque no se presentó, su aspecto coincidía con el del búlgaro Konstantin Ignatov, hermano de Ruja, quien sería aprehendido por el FBI en 2019. Él nos condujo a la sala en donde instalamos todos los equipos.
Y ahí comenzamos. La mujer, que poco tiempo antes había sido la anfitriona de un evento en la Arena Wembley de Londres con cientos de miles de invitados, respondía cada pregunta que le hacía con la seguridad de alguien que se hace llamar cryptoqueen. Primero hablamos sobre el futuro de las criptomonedas, sus usos, su regulación e incluso de sus obstáculos. Relató, entre otras cosas, que quería usar la criptomoneda para hacer un sistema financiero más incluyente. Por ejemplo, dijo que la moneda serviría para enviar remesas a través de una plataforma propia, y así hacer más justas las comisiones para los migrantes alrededor del mundo. Más adelante esgrimió sus argumentos sobre por qué aún no había lanzado OneCoin. Y ya entrados en materia, respondió sin apuro las preguntas sobre las acusaciones de que ella y OneLife eran una estafa.
Ataviada en un vestido verde digno de una académica, y con un maquillaje muy característico, Ignatova interpretó un gran papel. Ejecutó un guion perfectamente armado con palabras y temas clave acerca de un futuro brillante del ecosistema cripto. Sus razones para demorar la salida de OneCoin sonaron al menos razonables, pero sobre los cuestionamientos a su credibilidad, no hubo ni un ápice de nerviosismo. Su argumento en realidad la ubicaba en una posición casi heroica, pues ella afirmaba liderar un proyecto tan disruptivo que asustaba a muchas personas, pero que en realidad revolucionaría a todo el universo de criptomonedas.
Después de 30 minutos en cámara y de una breve charla con ella off the record, salí con el equipo de la lujosa suite, para ir de regreso a la redacción.
El veredicto: el material no era apto para ser publicado. La calificación en el procedimiento de fact checking fue reprobatoria, pero más importante aún era el ambiente que se percibió en todo el proceso de la entrevista pues resultó demasiado confuso y turbio. Olía a estafa.
Un día después, Ruja anunció nuestra entrevista a través de sus redes sociales, advirtiendo que en ella conocerían su visión sobre el futuro de las criptomonedas y, específicamente de OneCoin, pero la publicación no llegó. Desde la agencia de relaciones públicas recibí por varios meses cuestionamientos sobre el criterio editorial para no publicar la entrevista, y frecuentemente me enviaban información con las actualizaciones, a pesar de que había comenzado a revelarse el fraude.
La debacle
La historia de la doctora Ruja, que según The Wall Street Journal alguna vez trabajó en la consultora McKinsey & Co, ganó fama en los meses siguientes, pero no por razones positivas, sino por los reclamos públicos de los estafados.
Finalmente, Ignatova, quien según investigaciones de diversos medios sí se graduó de una licenciatura en la prestigiosa Universidad de Oxford y se doctoró en Derecho Privado en Alemania en la Universidad de Constanza, desapareció en 2017.
El relato de cómo se esfumó fue publicado este año por el periodista Jamie Bartlett de la cadena británica BBC, quien dedicó cientos de horas a hacer fact checking para poder distinguir lo real de lo ficticio. Según el texto, el engaño superó los cuatro mil millones de dólares y es una de las estafas financieras más grandes de la historia, llevada a cabo a través de un esquema Ponzi de libreto encubierto con las palabras de moda: criptomoneda y blockchain.
En México, la historia tomó un tinte tétrico. En 2020, dos promotores de OneCoin, uno chileno y uno argentino, aparecieron asesinados en Mazatlán, según reportes de medios locales. Quizá la estafa llegó a quien no debía.
Sobre Ignatova, el último informe del FBI, citado por Bartlett, reveló que había viajado a Atenas, y que después de ello no se tiene ningún registro de su ubicación. Lo que sí sabemos es que no está más lejos de seis grados, según la teoría sociológica.
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