Parados arriba de varias largas y robustas mesas de madera en un parque industrial de Escuintla (Guatemala), unos 40 hombres y mujeres jóvenes escarban camisas, vestidos, pantalones y otras prendas de entre una pared de tres metros de alto de ropa importada de Estados Unidos. Visten camisetas del color naranja chillón preferido por su empleador, Megapaca, el mayor importador y minorista de ropa usada en Centroamérica.
En un turno de siete horas, clasificarán miles de prendas en contenedores destinados a zapatos, basura y ropa de hombre, mujer y niño. Es la primera etapa de un intrincado proceso de selección en este centro de distribución de 44 mil metros cuadrados.
El año pasado, Megapaca importó 20.4 millones de kilos de productos usados de Estados Unidos y vendió 70 millones de artículos. Para lograrlo, empleó a 6 mil personas en Guatemala, Honduras, El Salvador y el sur de México, donde gestiona en conjunto 123 tiendas. El dinero es muy bueno: Megapaca dice que generó 200 millones de dólares de su negocio minorista presencial y en línea en 2022, y que este año tiene el objetivo de hacerlo mejor.
Mario Peña, el cofundador y director general de la empresa de 53 años y rostro aniñado, camina alrededor de la pared de ropa. Al otro lado, unos trabajadores cargan bolsas de 36 kilos de ropa clasificada hacia un contenedor de transporte con destino a una tienda de segunda mano en Gold Coast, Australia, una nueva faceta del negocio mayorista que Megapaca desarrolla.
“Compramos la ropa en Estados Unidos, la clasificamos, la vendemos y la enviamos”, explica Peña. “Somos más baratos que clasificando en Gold Coast, y lo hacemos mejor”. Según Peña, hay 29.540 prendas en esas bolsas con destino a Australia, clasificadas para atraer a los surfistas de Gold Coast y a otros que gustan de la ropa de segunda mano.
El 15 de septiembre, Megapaca abrirá un sitio web en Estados Unidos, dirigido a expatriados centroamericanos que crecieron adorando la marca. No será fácil. Tiendas de segunda mano en línea como ThredUp han tenido problemas para generar ganancias.
Pero Peña no se desanima: dentro de tres años espera abrir la primera tienda física de Megapaca en Estados Unidos. Los mercados emergentes, que durante mucho tiempo han sido el destino de la ropa que desechan los países ricos, están dispuestos a venderla de regreso.
De 2002 a 2022, la cantidad de ropa usada que los estadounidenses exportaron anualmente al mundo aumentó más del doble, a 753 millones de kilos. Este crecimiento se vio favorecido por el auge de la ropa fast-casual vendida en lugares como H&M y Forever 21, que muchos estadounidenses tratan como desechable y tiran a los contenedores de donaciones. En 2022, Guatemala importó algo más de 113 millones de kilos, más que ningún otro país.
El comercio de ropa usada se describe a menudo como una especie de “botadero”, donde los países ricos mandan su moda no deseada a mercados emergentes. Sin embargo, la realidad comercial es más compleja: cada contenedor exportado desde Estados Unidos es comprado por un importador, que también asume el costo del envío y el riesgo de que la ropa resulte poco rentable.
Peña no es el tipo de persona sobre el que botas cosas. Él ve la basura como un costo: los obstinados restos que no se pueden monetizar. “Ya tenemos suficiente basura en Guatemala”, dice mientras camina por el centro de distribución de Escuintla, a unos 50 kilómetros al sur de Ciudad de Guatemala. La exuberante zona está rodeada de granjas y, cada vez más, de grandes fábricas textiles y empresas surcoreanas que exportan moda rápida a Estados Unidos.
Peña creció cómodamente en Escuintla, uno de tres hijos de un ingeniero y una ama de casa. Se describe a sí mismo como una persona sensible a las desigualdades económicas de Guatemala. Mientras observamos la clasificación, se pone reflexivo sobre un jardinero empleado por su familia. “Un día estaba trabajando, se resbaló y se rompió la rodilla. En vez de decir algo sobre su rodilla, dijo: ‘Menos mal que no eran mis pantalones’. Guatemala era pobre”.
Frente a nosotros, los clasificadores separan la ropa en contenedores que representan 26 categorías, desde “blusas sin mangas” a “pantalones informales”. Las prendas que llegan se seleccionan y separan en categorías cada vez más detalladas, y luego se trasladan para ponerles precio y entregarlas. Algunos artículos, como los zapatos, se limpian para aumentar su valor.
Peña me guía por unas escaleras metálicas hasta un rellano donde 15 empleados con delantales de caucho están de pie junto a lavabos, restregando la suciedad de los zapatos recién llegados.
Un empleado con experiencia -al que se le paga el salario mínimo (unos 400 dólares al mes) más prestaciones (Megapaca dice que rondan los 250 dólares al mes)- puede convertir unas zapatillas embarradas en un par de calidad de coleccionista en tres minutos.
“El lavado añade entre dos y tres dólares al precio de venta de la zapatilla”, me dice Peña. Y eso se nota enseguida: Durante mi visita, el inventario de Megapaca en Guatemala incluía más de 150 toneladas de zapatos.
La empresa cuenta con un departamento de tecnología de la información de 54 personas y un sofisticado sistema interno de gestión de datos que conecta los almacenes con las tiendas y con su sitio de comercio electrónico en Guatemala (también se trabaja en un sitio para Honduras).
Entre otras ventajas, el sistema proporciona datos en tiempo real sobre qué compran los clientes y por cuánto. Estos datos se transmiten a almacenes como el de Escuintla, donde hay monitores táctiles en la última fase de la línea de clasificación. Los clasificadores más experimentados y precisos son los responsables de la fijación de precios. Tocan los monitores para que aparezcan las categorías de ropa y los precios sugeridos por un algoritmo.
Observé a un clasificador que revisaba ropa destinada a tiendas guatemaltecas examinar una sudadera pequeña de niña con estampado floral. Tenía pequeños desgarros, pero el color seguía siendo brillante.
Sin embargo, en Guatemala hace calor todo el año en las zonas más bajas, y trasladar una prenda de manga larga significa venderla a un precio más bajo. El ordenador sugería precios que oscilaban entre 17 y 91 quetzales (entre 2.17 y 11.56 dólares). Teniendo en cuenta las roturas, el clasificador eligió 29 quetzales y colocó una etiqueta de precio recién impresa en el cuello.
La etiqueta incluía un código QR que registrará cuándo y dónde se venderá esa prenda, información que a su vez se introducirá a la base de datos de Megapaca, lo que permitirá al algoritmo afinar y actualizar los precios sugeridos que se muestran en el almacén. El código QR también incluye la fuente original de la prenda (en este caso, una cadena de tiendas de segunda mano estadounidense).
Esos datos, a su vez, se convierten en una herramienta para conseguir ropa usada de mejor calidad. Steven Bethell, cofundador de Bank & Vogue Ltd., una gran empresa de Ottawa proveedora de ropa a Megapaca y otras clasificadoras alrededor del mundo, explica cómo funciona: “Pueden decirme: ‘Consíguenos (artículos de) esa parte de Nueva York, no de esa otra’. Saben dónde están las cosas que pueden vender”.
Es un nivel de precisión más propio de las nuevas tiendas de ropa que de las tiendas de segunda mano centroamericanas, y Peña lo sabe. “En un país del Tercer Mundo, nunca podremos hacer algo mejor que Estados Unidos o Alemania”, me dice con una clara nota de sarcasmo. “Yo digo: ‘No, podemos hacerlo mejor’”.
Cuando Peña tenía 14 años, pasó unas semanas en Montgomery, Alabama, como estudiante de intercambio de una ciudad hermana. Le asombró ver cómo los estudiantes estadounidenses tiraban a la basura los sobrecitos de kétchup que no habían utilizado.
“Fue entonces cuando empecé a pensar en traer residuos a Guatemala”. De adulto, sirvió en el ejército, vendió autopartes y tiempos compartidos y pasó 10 meses dirigiendo un McDonald’s. Luego, en 2001, con el apoyo de su hermano Gustavo y otro socio, se fue a Estados Unidos, alquiló un coche y recorrió el país visitando tiendas de ropa usada. En Nueva Jersey, compró su primer contenedor lleno de ropa a un exportador nacido en Chile.
A principios de la década de 2000, la ropa usada ya llegaba a Guatemala, recogida con entusiasmo por una población pobre ávida de nuevas modas. Entonces, como ahora, los consumidores del país percibían que los fabricantes de Asia oriental enviaban ropa de mejor calidad a los países desarrollados, mientras que reservaban los artículos de menor calidad para los países con precios de entrada más bajos. Los guatemaltecos deseosos de emular los estilos estadounidenses también tenían más probabilidades de encontrarlos en ropa importada de Estados Unidos.