Los estrategas de Bank of America reunieron datos del mercado de bonos estadounidenses que se remontan a la fundación de la nación. Y demuestran, dicen, que nunca antes se había registrado una racha tan prolongada de pérdidas como en los últimos tres años.
Por supuesto, es difícil saber cuán precisas eran las cifras de aquellos primeros años poscoloniales (¿con qué frecuencia se negociarían los bonos durante la Guerra de 1812?). Aun así, hay algo estremecedor en la peor estadística en 236 años.
Es un penoso recordatorio de la magnitud del daño que se extiende por el mundo financiero tras un shock inflacionario y un aumento de las tasas de interés que pocos vieron venir. El golpe fue lo bastante fuerte como para derribar a Silicon Valley Bank y a otros tres bancos regionales este año y empujar a otros a la crisis hasta que la Reserva Federal se apresuró a rescatarlos.
La situación también patentiza la angustia que se vive en algunos rincones de Wall Street por el estado cada vez más inestable de las finanzas de EU.
El enorme déficit público (resultado, entre otras cosas, de los recortes impositivos republicanos y la inversión en energía verde impulsada por los demócratas) no parecía ser un problema cuando la Reserva Federal tenía las tasas de interés fijadas en cero y compraba cada semana bonos del Tesoro por valor de miles de millones de dólares. El dinero barato puede enmascarar muchos problemas.
Sin embargo, con la actual tasa de interés de referencia en 5 por ciento, las matemáticas se vuelven complicadas. La deuda del gobierno (y, como resultado, la oferta de bonos que necesita vender) aumenta tan rápido que puede desbordar lo que durante mucho tiempo se consideró una demanda insaciable de los bonos del Tío Sam, la inversión más segura del mundo.
“Simplemente hay demasiada deuda”, advierte Edward Yardeni, veterano economista de Wall Street y fundador de la consultora Yardeni Research Inc.
Por consiguiente, el precio del bono del Tesoro a 10 años (una referencia clave para los costos de todo tipo de préstamos) está cayendo, elevando su rendimiento al nivel más alto en 16 años. En otras palabras, los inversores exigen un descuento para comprar deuda, una dinámica que se magnifica con la repentina salida del mercado de la Reserva Federal. La flexibilización cuantitativa, como se denomina al programa de compra de bonos de la Reserva Federal, se volvió insostenible una vez que las autoridades monetarias consideraron que la inflación era el principal enemigo; esa estrategia simplemente inyectó demasiado dinero en una economía ya sobrecalentada. Los bancos centrales de Brasil, China, Japón, Arabia Saudita y otros países también han suspendido sus compras de bonos estadounidenses. En algunos casos hasta han optado por venderlos.
El vacío creado por la salida de los bancos centrales está fortaleciendo una vez más a las fuerzas tradicionales en las finanzas: bancos, fondos hedge, aseguradoras. A Yardeni le gusta referirse a este grupo como “los vigilantes de los bonos”, término que acuñó allá por los años ochenta. Ahora mismo, dice, los vigilantes han vuelto a actuar, haciendo que bajen los precios de los bonos y suban los rendimientos, y enviando una advertencia a Washington para que controle el déficit y la inflación.
No se trata de que Estados Unidos incumpla sus obligaciones. El drama cíclico en torno al techo de la deuda y los plazos de financiación gubernamental es, al menos por ahora, solo eso. La verdadera preocupación es que al aplicar una política fiscal que eleva tanto los rendimientos, Washington esté presionando a las empresas y los consumidores a lo largo y ancho de todo Estados Unidos. Si se elevan demasiado los rendimientos y demasiado rápido, una parte de la economía se fracturará.
Le ocurrió a Sillicon Valley Bank en invierno. A Yardeni le preocupa que esto vuelva a suceder ahora y que, en el proceso, pueda arrastrar a la economía a una dolorosa recesión. “Nos estamos acercando mucho al punto en el que algo podría romperse”, afirma. Para Yardeni el umbral clave es un rendimiento del 5 por ciento para el bono del Tesoro a 10 años. Si se rebasa, dice, las probabilidades de una recesión realmente aumentarán. El rendimiento llegó a 4.89 por ciento a principios de octubre. Solo dos meses antes rondaba el 4 por ciento. Durante la pandemia llegó a ubicarse en 0.3 por ciento.
La forma de cuantificar la caída de los bonos es diversa. Se le compara con la caída de las acciones durante la crisis de las puntocom. Otra referencia es que en un determinado momento del último trimestre, el aumento de los rendimientos fue el mayor desde el aumento que precedió a la caída del mercado de valores de 1987. Esta vez las acciones también están resintiendo el golpe, aunque en menor medida.
Lo que hace que este momento sea aún más impactante para los veteranos de Wall Street es que trastocó años de estabilidad orquestada por la Reserva Federal en el mercado de bonos. Ese estado comatoso, en el cual los rendimientos de referencia rondaban el 2 por ciento día tras día, año tras año, se había convertido en la nueva normalidad. Estados Unidos (y gran parte del resto del mundo) había entrado en una era de bajo crecimiento y baja inflación después de la crisis financiera de 2008, de modo que las tasas bajísimas tenían sentido.
Pocos en Wall Street atisbaron algo que pudiera cambiar las cosas, ni siquiera cuando la pandemia desató un torrente de gasto público. Ahora que el cambio está aquí a un ritmo tan radical, muchos de los financieros más brillantes están citando de repente todo tipo de fuerzas económicas que podrían mantener los rendimientos altos durante años: el calentamiento global, la transición a la energía verde, la desglobalización, los cambios demográficos y, por supuesto, la creciente oferta de bonos gubernamentales. “Estamos en un mundo con un costo de capital permanentemente más alto, y eso tiene consecuencias”, dice Torsten Slok, principal economista de la firma de capital privado Apollo Global Management.
Los años entre 2008 y 2020 fueron anormales, aunque en algún momento llegaron a parecer normales. “El nuevo mundo que hoy vivimos”, dice Slok, “es en realidad el mundo normal en el que estábamos”.
Es un mundo en el que finalizó el experimento estadounidense del dinero gratis.
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