Andrés Manuel López Obrador ha dicho una y otra vez que después de terminar su mandato, en el mes de septiembre del 2024, se alejará por completo de la política y, en general, de la vida pública en México y se irá a vivir a su rancho ubicado en Palenque, Chiapas, al que bautizó con el pintoresco nombre de “La Chingada”.
A pesar de estas afirmaciones recurrentes de quien se ha convertido en un Presidente de gran popularidad y en uno de los líderes sociales y políticos más importantes de México en las últimas décadas, la mayoría de los observadores de la política nacional dudan que realmente vaya a cumplir con tal promesa.
Para darle credibilidad a sus dichos, cuando Claudia Sheinbaum fue elegida de facto como candidata Presidencial de Morena, López Obrador le hizo la entrega de un “bastón de mando”.
El Presidente señaló entonces que las decisiones políticas vinculadas con Morena y sus aliados serían tomadas ahora por la ex Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, mientras que él se dedicaría exclusivamente a concluir los proyectos que aún restaban en los últimos meses de su mandato.
Este gesto teatral tampoco logró convencer a la mayoría de los observadores, que perciben que la pulsión de López Obrador será mantenerse como uno de los personajes más influyentes, si no el personaje más influyente de la política nacional, aún si ganara Sheinbaum la Presidencia de la República.
La vocación por el poder de AMLO, piensan muchos, difícilmente terminará con su mandato.
Esta percepción se validó por el hecho de que una de las primeras decisiones claramente tomadas por Sheinbaum fue atacada por amplios sectores de Morena, que visiblemente tenían el respaldo de López Obrador.
Se trató de la selección de Omar García Harfuch, quien fue su Secretario de Seguridad Pública en la Ciudad de México, como candidato a la Jefatura de Gobierno de la capital del país.
A pesar de haber resultado triunfador en las encuestas, no fue nominado, presuntamente debido a las exigencias en materia de equidad de género establecidas por las autoridades electorales.
De esta manera, Morena lo hizo a un lado y eligió a Clara Brugada, exAlcaldesa de Iztapalapa, como candidata a la Jefatura de Gobierno en la capital.
Con ello, se dio la percepción de que Sheinbaum no pudo poner a quien ella quería, sino que fue el propio López Obrador, quien impuso a su preferida.
En la historia política de México, en diversas ocasiones, los Presidentes que terminan su sexenio han tratado de mantenerse como figuras influyentes de la política nacional, entre otras cosas, seleccionando a su sucesor en virtud de lo que ellos percibían como lealtad e identidad con los proyectos que ellos encarnaban.
El único caso exitoso en el siglo pasado fue el de Plutarco Elías Calles. En 1924 fue elegido Presidente de la República. Terminó su periodo y, en 1928, fue reelecto Álvaro Obregón, quien había ocupado la presidencia en 1920.
Se trata del único Presidente reelecto después de la Revolución Mexicana. Sin embargo, antes de tomar posesión en su segundo mandato fue asesinado. Sin Obregón, Elías Calles quedó como el “Jefe Máximo” de la Revolución Mexicana. Lo sucedieron tres personajes que fueron manejados por él: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez.
De esta manera, aunque él terminó su mandato en 1928, se quedó con el poder real hasta 1934, aún sin ser Presidente. Al seleccionar al cuarto Presidente tras el arranque del llamado “maximato”, escogió a Lázaro Cárdenas con quien pensó que podría seguir teniendo el control político del país.
Sin embargo, en abril de 1936, tras 17 meses de haber tomado posesión, Cárdenas expulsó del país a Elías Calles y algunos de sus colaboradores más cercanos, quitándoles de facto el poder que pretendían mantener nuevamente. Nunca más un Presidente logró mantener su poder tras haber terminado su mandato, aunque varios lo intentaron.
Por ejemplo, Gustavo Díaz Ordaz pretendió que Luis Echeverría siguiera la línea dura que aplicó en su sexenio. Pero el resultado fue un cambio total en el manejo político, que dio lugar a lo que entonces se denominó “apertura democrática”.
Luis Echeverría eligió como su sucesor a un viejo amigo y compañero de andanzas estudiantiles, José López Portillo. Este, desde el principio de su mandato, dio un vuelco a la línea radical de Echeverría y desarrolló una actitud conciliadora con el empresariado.
El exPresidente fue enviado como embajador a las Islas Fidji, lo cual fue lo más cercano un lejano exilio.
Carlos Salinas de Gortari, un exitoso reformador que comenzó su administración en 1988 impuso a Luis Donaldo Colosio como candidato del PRI, esperando que fuera su sucesor y siguiera su obra.
Sin embargo, Colosio fue asesinado y Ernesto Zedillo fue seleccionado como candidato presidencial.
Desde que llegó Zedillo al gobierno, en diciembre de 1994, mostró una clara distancia con Salinas, al grado que el hermano del exPresidente, Raúl Salinas de Gortari, fue detenido y encarcelado con lo que la pretensión de Salinas de mantener su poder e influencia, tampoco se concretó.
La historia de México muestra que el poder Presidencial no se comparte y que son muy diferentes las disposiciones de los candidatos del partido en el poder —sea el que sea—, que las que estos tienen cuando llegan a la Presidencia de la República.
Sin embargo, López Obrador considera que él es alguien totalmente excepcional en la historia del país. Por eso denominó “Cuarta Transformación” (4T) a su gobierno, comparándolo con gestas como la guerra de Independencia, la Reforma Liberal, o la Revolución Mexicana.
Ha dicho en diversas ocasiones que aunque ahora se trata de una transformación pacífica, de cualquier manera implica un cambio en las bases mismas de la sociedad mexicana, como ocurrió en aquellos episodios.
La visión de “excepcionalidad” que tiene de sí mismo le conduce a pensar que con él las cosas fueron y serán diferentes a las del pasado.
Supone entonces, que él sí tendrá el poder, las habilidades y las capacidades para, desde su rancho en Palenque, Chiapas, seguir de facto gobernando al país.
Supone que la lealtad de las fuerzas armadas no es con la institución Presidencial sino con él mismo; que los programas sociales que generan respaldo, son para él más que para Morena o para el gobierno; que las lealtades de los políticos y los movimientos sociales son personales y no institucionales.
Sin embargo, creo que, nuevamente, la historia se impondrá y el nuevo “maximato” se quedará en un intento frustrado. Ya lo veremos.
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